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La tecnología nos acerca, pero solo el amor puede unirnos

David Menham | Nov 15, 2019

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David Menham | Nov 15, 2019

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Cuando mi familia y yo nos mudamos a Viena, Austria, en 1991, las llamadas telefónicas internacionales eran extremadamente caras, por lo que estaba prohibido hablar con amigos y familiares en lugares muy distantes.

Nuestra factura telefónica mensual a menudo superaba los 4.000 chelines austriacos al mes, esto es más de $ 350. No había internet. Los vuelos de regreso al Reino Unido, a veces de 3 a 4 viajes al año, costaban más de $ 300 por viaje.

Cuando me uní a la comunidad de Skype 14 años después, en 2004, esta tenía más de 90 millones de suscriptores. Esta herramienta fácil de usar de telecomunicaciones por Internet convirtió a las llamadas directas en una reliquia del pasado.  

Finalmente, más de 300 millones de personas están suscritas este mismo servicio, un aumento masivo de más de 200 millones de usuarios en solo 13 años. Skype es ahora solo una de muchas de esas redes, y todas disfrutan de los beneficios de conexiones de alta calidad, las cuales son continuamente mejoradas, con cargos mensuales fijos más bajos. Se pueden realizar llamadas telefónicas internacionales a todo el mundo por casi nada de dinero. Las personas se están conectando entre sí en todos los países del mundo: aproximadamente la mitad de la población mundial usa este tipo de servicios actualmente.

Tomado de forma aislada, esto puede no parecer algo de mucha importancia en sí mismo, pero cuando se suma a la increíble explosión en viajes aéreos de bajo costo, con increíbles ofertas para un número creciente de personas comunes en un número creciente de países en todo el mundo, este cambio profundo en cómo nos conectamos y congregamos se ha convertido en mucho más que una simple revolución tecnológica: se ha convertido en uno de los muchos precursores de una incipiente unidad global.

Las enseñanzas bahá’ís predijeron esta revolución en la década de 1930 y vincularon su aparición con el surgimiento de una civilización mundial:

La unidad de la raza humana, tal como es concebida por Bahá’u’lláh, implica el establecimiento de una mancomunidad mundial en la que todas las naciones, razas, creencias y clases estén estrecha y permanentemente unidas, y en la que la autonomía de sus Estados miembros y la libertad personal y la iniciativa de los individuos que la componen estén definitiva y completamente resguardadas…

Se ideará un mecanismo de intercomunicación mundial que abarque al planeta entero, libre de trabas y restricciones nacionales, y que funcione con maravillosa rapidez y perfecta regularidad…

¿Quién puede dudar de tal consumación – la llegada a la mayoría de edad de la raza humana– ha de señalar, a su vez, la inauguración de una civilización mundial como ningún ojo mortal jamás ha visto ni mente humana concebido? ¿Quién puede imaginar el excelso rango que tal civilización, a medida que se desarrolle, está destinada a alcanzar? ¿Quién puede calcular las alturas a las que ha de remontarse la inteligencia humana, librada de sus trabas? ¿Quién puede prever los dominios que descubrirá el espíritu humano, vitalizado por la efusión de luz de Bahá’u’lláh, que brilla en la plenitud de su gloria? – Shoghi Effendi, El Orden Mundial de Bahá’u’lláh, pág. 353-358.

Entonces, sí, podemos comunicarnos y viajar de manera más fácil y económica, pero algunos dicen que las cosas no están avanzando lo suficientemente rápido.

Dado que hemos creado una forma de comunicarnos en todas partes, ¿y qué pasa si creamos una conciencia colectiva humana? ¿Podría nuestro nivel de amor y empatía social expandirse también? ¿Vamos a permitir que la mitad de la familia humana mundial se desvanezca en la extinción o el olvido, o es acaso este increíble crecimiento tecnológico, de hecho, un signo de un posible punto de inflexión en términos de supervivencia como especie? Si hemos llegado a un punto de inflexión, ¿cuáles son las consecuencias espirituales, sociales, económicas y ambientales del estado actual del mundo, que afecta a más de 7.700 millones de personas y al sistema de producción de alimentos en el que confiamos?  

Todos podemos citar los problemas que enfrentamos: hambrunas, guerras, pobreza, racismo, tiranía, la degradación del medio ambiente, y así sucesivamente. Con tanta comunicación global y cobertura de noticias en vivo de última hora, ¿pueden las personas seguir inconscientes sobre qué es lo que se necesita cambiar?

Yo diría que no. De hecho, diría que la solución es quizás mucho más fácil de implementar de lo que podríamos darnos cuenta inicialmente. Solo recuerda alguna de las sorprendentes respuestas globales a algún desastre natural, en aquellos momentos cuando realmente expresamos nuestro amor por la humanidad al unirnos al llamado de acción unificada independientemente de la raza, cultura o nacionalidad, como un reciente huracán, terremoto o tsunami y esto podría darnos un indicio de cuán simples pueden ser las soluciones por implementar.

En verdad, no tenemos que mirar más allá de nuestro propio hogar para encontrar soluciones simples a muchos de nuestros problemas. ¿Me preocupo lo suficiente por mi vecino como para querer hacer el esfuerzo de conocerlo? ¿Amo a todas y cada una de las personas con las que entro en contacto, independientemente de su apariencia o estado social, como miembro de mi propia familia, o evito el contacto humano con ellos por temor a que me lastimen o me rechacen? En mi lugar de trabajo, ¿tengo suficiente tiempo para conocer a mis colegas realmente bien? En nuestras escuelas, ¿tienen nuestros maestros suficientes oportunidades para conocer realmente a sus alumnos? ¿Las parejas, los padres y sus hijos alguna vez tienen la oportunidad de reparar relaciones rotas dentro de sus propios hogares?

Si cada extraño se convirtiera en un conocido y cada conocido en un amigo, ¿habría algún enemigo? ¿Somos siempre buenos amigos para nosotros mismos o con demasiada frecuencia somos nuestros propios peores enemigos? Hasta ahora en la historia humana, hemos descubierto secuencialmente la importancia de vivir juntos en familias, pequeños grupos, tribus y naciones. Hemos forjado fuertes lazos con nuestros semejantes en términos de nuestro idioma, etnia, religión, nacionalidad y afiliaciones políticas. ¿No es hora de que descubramos cuáles son las alegrías de la verdadera ciudadanía global? Yo diría que sí. No hay otra alternativa viable que se me ocurra.

Aprender a vivir juntos como parte de una vasta comunidad global y celebrar en lugar de tratar de negar nuestra diversidad humana y cultural es quizás una de las únicas cosas que no se han probado. Probémoslo, entonces, hagamos que este mundo cada vez más reducido de la humanidad, con el que ahora estamos vinculados orgánicamente, se esfuerce por construir un vínculo indisoluble de amor y unidad.  

¿No es hora, al menos, de comenzar a sentar las bases de esta unidad global antes de que sea demasiado tarde? Atrevámonos a ser diferentes y, en palabras de Abdu’l-Bahá:

Uno debe ver en todo ser humano sólo aquello que sea digno de alabanza. Cuando se procede así, se puede ser amigo de toda la raza humana. Sin embargo, si miramos a la gente desde el punto de vista de sus faltas, entonces ser amigo de ellos resulta una tarea tremenda. – Selecciones de los escritos de Abdu’l-Bahá, pág. 128.

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