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Las opiniones y puntos de vista expresados en este artículo pertenecen al autor únicamente, y no necesariamente reflejan la opinión de BahaiTeachings.org o de alguna institución de la Fe Bahá'í. El sitio web oficial de la Fe Bahá’í es Bahai.org y el sitio web oficial de los bahá’ís de los Estados Unidos es Bahai.us.
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La paz requiere unidad racial

Joseph Roy Sheppherd | Jul 15, 2019

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Joseph Roy Sheppherd | Jul 15, 2019

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Cuando comenzamos a preocuparnos más allá de nuestro propio bienestar espiritual y el de nuestra familia inmediata, empezamos a considerar a nuestra comunidad y nuestro planeta.

Todos los grandes defensores de la paz han reconocido que la unidad racial es un requisito previo para un mundo pacífico:

¡Oh, amados de Dios! Sabed, ciertamente, que la felicidad de la humanidad se halla en la unidad y la armonía de la raza humana, y que los avances espirituales y materiales están condicionados al amor y a la amistad entre todos los hombres. – Abdu’l-Bahá, Selecciones de los Escritos de Abdu’l-Bahá, pág. 214.

Las enseñanzas bahá’ís dicen que para tener unidad con otros debemos adoptar nuevos tipos de comportamiento y nuevos niveles de comprensión que nunca antes habíamos alcanzado. Si reconocemos la necesidad de que las naciones coexistan pacíficamente, entonces también debemos eliminar esas divisiones y conflictos raciales poco saludables que han plagado a la humanidad durante mucho tiempo, ya que la unidad racial es un requisito indispensable para el progreso y la salud de toda la humanidad.

La unidad racial trae la promesa de innumerables posibilidades y esperanzas cumplidas. Significa el fin de antiguas nociones erróneas de superioridad e inferioridad y el comienzo de una nueva forma de vida para toda la civilización.

La unidad racial asegura la verdadera felicidad y el progreso de la humanidad y garantiza un mundo donde las cualidades espirituales, no los atributos físicos, se conviertan en la medida del carácter y las posibilidades de la vida de una persona. La unidad racial no es el resultado de medidas políticas para promulgar leyes, sino el resultado de una transformación espiritual. Es algo que todos somos capaces de lograr si solo damos el primer paso. La unidad racial no es uniformidad, ni es la ejecución de la voluntad de una etnia sobre otra. Es la celebración de nuestra humanidad compartida mientras trabajamos juntos para construir comunidades fuertes, tratándonos mutuamente como miembros de una sola familia.

Así que examinemos algunos de los desafíos que tenemos que superar para lograr este noble destino, especialmente aquí en los Estados Unidos, y exploremos qué esperanza ofrecen las enseñanzas bahá’ís de que, de hecho, se pueda lograr.

La noción de que las personas pueden y deben ser clasificadas por raza y, por lo tanto, sometidas a un tratamiento perjudicial o preferencial, es el problema más difícil de los Estados Unidos. Es la causa de las no compartidas injusticias diarias y se extiende a todas las áreas de interacción social en los Estados Unidos. Se ha institucionalizado en forma de certificados de nacimiento, formularios de censo y solicitudes de empleo que requieren que las personas se clasifiquen por el muy tenue atributo de la raza.

En el lenguaje popular, a menudo empleamos nombres de colores para representar razas que, al reflexionar, no describen la pigmentación humana. Al examinarlo nos damos cuenta de que no hay nadie en este planeta que sea verdaderamente blanco puro, negro, rojo o amarillo. Aun así, el uso de estos términos para describir a las personas persiste. Esto es extraño porque si nos miramos de cerca, cada uno de nosotros tiene una variedad de colores sobre nuestros cuerpos, no solo un color. De pie, uno al lado del otro, si buscamos colores en lugar de razas, podemos ver fácilmente que la humanidad en conjunto presenta un continuo de tonalidades complejas. No hay grupos de colores y ciertamente no hay límites claros que separen los colores. Las enseñanzas bahá’ís señalan:

Ruego para que alcancéis tal grado de buen carácter y comportamiento que los nombres “blanco” y “negro” desaparezcan. Todos deberán ser llamados humanos…- Abdu’l-Bahá, La promulgación a la paz universal, pág. 67.

¿Por qué, entonces, seguimos agrupando personas por raza? La respuesta es que hemos aprendido a ver algo que realmente no existe.

En general, los antropólogos de hoy en día aceptan que todos los seres humanos comparten raíces ancestrales comunes que se originaron en el continente africano hace millones de años. Cuando los humanos comenzaron a migrar a otras partes del mundo donde el clima y el ambiente eran diferentes, el proceso de selección natural aseguró la supervivencia y el éxito reproductivo de aquellos que se adaptaban mejor a su entorno. Esto condujo a la perpetuación de las cualidades genéticas que mejor se adaptan a cada entorno particular.

Este hecho evolutivo significa que las variaciones físicas que vemos hoy en personas de diferentes partes del mundo son, por lo tanto, todas las variaciones dentro de una sola especie: la especie humana. Hay una sola raza, la raza humana, y cualquiera sea el término que podamos usar para categorizarnos mutuamente, simplemente se deben a muchas generaciones de nociones erróneas acerca de lo que significan las diferencias físicas superficiales:

Un crítico puede objetar diciendo que los pueblos, razas, tribus y comunidades del mundo son de diferentes y variadas costumbres, hábitos, gustos, carácter, inclinaciones e ideas, que las opiniones y pensamientos son contrarios unos a otros y, por tanto, ¿cómo es posible que se revele la unidad real y exista el perfecto acuerdo entre las almas humanas?

En respuesta decimos que las diferencias son de dos clases. Una de ellas es causa de aniquilación, y es como la antipatía que existe entre naciones en guerra y tribus antagónicas que buscan cada cual la destrucción de la otra, desarraigando cada una a las familias de la otra, despojando una a la otra de tranquilidad y comodidad y dando rienda suelta a la matanza. La otra clase es una expresión de la diversidad, es la esencia de la perfección y la causa de la aparición de las dádivas del Gloriosísimo Señor. – Abdu’l-Bahá, Selecciones de los Escritos de Abdu’l-Bahá, pág. 217.

Raramente nos detenemos para examinar los significados de las palabras que usamos para categorizarnos unos a otros o preguntamos por qué términos como «caucásicos» se consideran más correctos que «blancos». Desafortunadamente, cuando los términos que se refieren a colores se reemplazan con términos que se refieren a supuestos orígenes geográficos, un conjunto de premisas falsas simplemente reemplaza a otras. De hecho, a pesar de los hallazgos del censo nacional, muy pocos de nosotros podemos rastrear nuestra ascendencia a personas que emigraron a estas costas desde las montañas del Cáucaso en Asia occidental.

Mientras consideramos palabras que describen a grupos particulares de personas, es importante darse cuenta de que pueden existir razones históricas y sociales legítimas para hacerlo. Por ejemplo, el término «afroamericano» no es solo una designación racial. Lleva consigo un sentido legítimo y profundo de herencia, una experiencia social y cultural común que abarca un pasado recordado y muchas veces doloroso a través de un número significativo de generaciones. Describe una línea de herencia que ha sido aplicada a muchos términos, algunos positivos y otros extremadamente hirientes: «Negro», «De color», «Oscuro», «Afroamericano». El hecho de que estas designaciones hayan cambiado con el tiempo de acuerdo con un sentido siempre cambiante de corrección política debería sugerirnos no solo que los términos son arbitrarios, sino también que el concepto de raza en sí y las divisiones que crea son también arbitrarias.

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