Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Separados por dos milenios y medio, las enseñanzas de Buda y de Bahá’u’lláh guardan un sorprendente parecido.
Buda, el hijo de un rey, creció en los muros protegidos de un palacio; Bahá’u’lláh, el hijo de un rico funcionario del gobierno, también nació en una vida de privilegios. El Buda eligió vivir la vida fuera de los muros del palacio y encontrar una salida al sufrimiento que asola a todos los seres humanos. Bahá’u’lláh también, aun cuando le ofrecieron una distinguida carrera en el gobierno, él eligió poner su atención y energía en ayudar a los pobres.
Otra similitud entre estos dos fundadores religiosos es la forma en que veían el mundo que les rodeaba. Ambos enfatizaron su naturaleza impermanente y la necesidad de trascenderla.
«Bahá’u’lláh también destacó la inutilidad de este mundo fugaz para darnos plenitud»
Cuando miramos a nuestro alrededor, vemos un mundo de cosas distintas: mesas y sillas, plantas y árboles, colinas y el sol. Nos despertamos al día siguiente y vemos las mismas cosas, lo que hace que parezca que todas las cosas son bastante estables. Por supuesto, las cosas en la vida cambian, pero su aparente permanencia nos engaña en la complacencia.
El foco central de las enseñanzas de Buda fue el hecho de que el sufrimiento humano es ineludible. Ligado a este sufrimiento está el deseo: el deseo de huir de lo que es doloroso y alcanzar lo que es placentero. Pero el deseo nunca puede satisfacer a una persona porque todo lo que deseamos es impermanente. A lo largo de sus escritos, Bahá’u’lláh también destacó la inutilidad de este mundo fugaz para satisfacernos.
Ambas figuras también subrayaron la importancia de trascender este mundo. Para alcanzar la tranquilidad interior, necesitamos desprendernos del mundo que nos rodea, renunciar a nuestro deseo y disgusto por las cosas. En palabras de Bahá’u’lláh, cada individuo debe: «Debe purgar su pecho, que es el santuario del amor perdurable del Amado, de toda contaminación, y purificar su alma de todo lo que pertenece al agua y arcilla y de todo apego oscuro y efímero. Debe limpiar su corazón tanto que no quede en él ningún vestigio de amor ni odio; no sea que ese amor le incline ciegamente al error o ese odio le aleje de la verdad».
Aquí podemos ver que «amor» se refiere a nuestra atracción por las cosas de este mundo, y «odio» se refiere a nuestra aversión a ellas. Ambos necesitan ser abandonados, porque no podemos encontrar satisfacción en un mundo que se marchita. Por eso tanto el Buda como el Bahá’u’lláh subrayaron la necesidad de trascender este mundo transitorio y alcanzar algo más duradero mediante el crecimiento espiritual.
La noción de impermanencia, o anicca en el budismo, también está vinculada a la noción de vacío (sunyata), de que nada posee una esencia fija. Todo lo que existe está constituido por la incesante relación de causa y efecto, el nacimiento y la muerte. Ya que somos parte y parcela de este mundo, nosotros también estamos cambiando constantemente, con células viejas muriendo y nuevas células naciendo todo el tiempo. Pero este cambio también tiene lugar en el interior, ya que a lo largo de nuestra vida nuestros pensamientos, creencias e incluso percepciones sufren un cambio significativo. Debido a esto, los budistas creen que como todas las cosas en la existencia, el ser humano no tiene una esencia fija.
«Tanto en el camino budista como en el bahá’í, existe un escape a la impermanencia a través del crecimiento espiritual»
Pero las enseñanzas bahá’ís también nos dicen que nuestras almas son inmortales. Mientras que el mundo que nos rodea es impermanente, Dios es permanente, así que la manera de trascender este mundo fugaz es llegando a Él. El camino bahá’í de crecimiento espiritual consiste en la afirmación y la adoración, y a través de eso, el desapego de este mundo.
Tanto en el camino budista como en el bahaí, hay un escape de la impermanencia a través del crecimiento espiritual. El objetivo de esta vida es purificarnos y desprendernos para que podamos alcanzar un estado más elevado y duradero. En el budismo esto se hace a través de la liberación de todo el apego al mundo y a nuestro ego y entrando en el estado de Nirvana. La siguiente cita de la fe bahá’í explica que se logra a través del amor a Dios y al entrar en el paraíso de la cercanía a él:
«Vive pues los días de tu vida, que son menos que un momento efímero, con tu mente limpia, tu corazón inmaculado, tus pensamientos puros y tu naturaleza santificada, para que libre y contento te desprendas de este cuerpo mortal, te dirijas al paraíso místico y habites en el reino eterno para siempre».
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