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La unicidad de Dios

Jeff Ramey | Nov 5, 2020

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Jeff Ramey | Nov 5, 2020

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Supongamos que le pido a alguien que descargue una foto de Dios. En ese caso, estoy bastante seguro de que el ganador sería Miguel Ángel con su pintura de Dios creando a Adán, el cual pintó en el techo de la Capilla Sixtina: este está lleno de muchos mitos sobre Dios, como su constante representación como un hombre caucásico. Pero hay que decir en favor de Miguel Ángel, ¿cómo se puede esperar representar visualmente a Dios?

Si bien en los escritos bahá’ís se enseña sobre un Dios personal, es decir, un ser con personalidad (incluyendo la capacidad de razonar y sentir amor), se afirma claramente que esto no implica una forma humana o física:

Esa concepción del Ser Divino como la Realidad Suprema y siempre presente en el mundo no es antropomórfica, porque trasciende todas las limitaciones y condiciones humanas, y de ningún modo intenta definir la esencia de la Divinidad, que obviamente está más allá de toda comprensión humana. Afirmar que Dios es una realidad personal no quiere decir que Él tenga una forma física, o que de alguna manera se parezca a un ser humano.

Esto nos ayuda a ver a Dios como algo más grande que nuestra propia imaginación – un Ser Divino tan poderoso que trasciende las diferencias entre las representaciones de la divinidad de las diferentes religiones. Podemos empezar a entender la verdad que hay detrás de ellas.

Uno de los principios de la fe bahá’í es que todas las religiones son más parecidas de lo que imaginamos. Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, enseñó que las religiones del mundo provienen de la misma fuente celestial y que «la diferencia entre las disposiciones por las que se rigen debe ser atribuida a los requisitos y exigencias variables de la época en que fueron reveladas”.

Esto pone fin a cualquier sentido de superioridad que cualquier religión pudiera tener. Como explicó el hijo de Bahá’u’lláh, ’Abdu’l-Bahá: «Una estrella tiene el mismo esplendor si brilla en el Este o en el Oeste! ¡Estad libres de prejuicios, sólo así podréis amar al Sol de la Verdad en cualquier punto del horizonte en que se levante!».   

A lo largo de la historia, a medida que los profetas nos han revelado nuevas verdades, nuestra comprensión de Dios ha progresado. Desde los tiempos de Adán, a través de Abraham, Moisés, Zoroastro, Krishna, Buda y Jesús, hemos aprendido gradualmente más sobre la unicidad de Dios. Los bahá’ís creen que a través de Bahá’u’lláh y su precursor el Báb, hemos avanzado aún más en nuestra comprensión de Dios – aunque nunca podemos esperar entenderlo completamente.

Como escribió Bahá’u’lláh: «Tan perfecta y amplia es Su creación que ninguna mente ni corazón, por muy penetrantes o puros que sean, podrán jamás comprender la naturaleza de la más insignificante de Sus criaturas; cuánto menos aún desentrañar el misterio de Aquel que es el Sol de la Verdad, Quien es la invisible e incognoscible Esencia»

Abdu’l-Bahá explicó, además: «Esa Realidad Señorial no admite divisiones, pues división y multiplicidad no son accidentes que ocurran al que Existe por Sí Mismo, sino que son propiedades de las criaturas, que a su vez son seres contingentes».

Las enseñanzas bahá’ís establecen que uno puede desarrollar una relación más estrecha con Dios a través de la oración, la meditación, el estudio de los escritos sagrados y el servicio a la humanidad. Abdu’l-Bahá escribió:

…la cercanía a Dios es posible a través de la devoción a Él, a través de la unión con la humanidad y por el amor benevolente hacia todos; depende de la investigación de la verdad, de la adquisición de virtudes loables, del servicio en la causa de la Paz Universal y de la santificación personal. En una palabra, acercarse a Dios exige el sacrificio de sí mismo, la renunciación y el perderlo todo por Él. Cercanía es semejanza.

Cada uno de nosotros tiene la tarea de encontrar el camino hacia esta Verdad Divina, investigando las enseñanzas divinas disponibles para nosotros. Permítanme ser directo: Dios no es algo con lo que se pueda jugar. En mi opinión, la pregunta, «¿Esta religión es adecuada para mí?» no es la correcta. La única pregunta significativa es: «¿Estas enseñanzas vienen de Dios o no?»  Si no lo hacen, entonces debemos descartarlas. Pero si no podemos encontrar nada que podamos decir que no es de Dios, entonces estamos obligados a investigar más. Si vienen de Dios, nuestro deber, nuestro destino, nuestro karma es aceptarlas y moldearnos alrededor de ellas y ponerlas en el centro de nuestro ser, para que podamos alcanzar nuestro verdadero potencial. Como dijo ’Abdu’l-Bahá, «Cercanía es semejanza».

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