Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
En el debate sobre la cremación o el entierro, las enseñanzas bahá’ís se inclinan decididamente por el entierro, por tres razones principales: la protección del medio ambiente, la naturaleza humana y la dignidad de nuestros cuerpos.
En este ensayo de nuestra serie, veremos la primera de esas razones y examinaremos los argumentos ambientales contra la cremación y el embalsamamiento.
Abdu’l-Bahá, en respuesta a una pregunta sobre la cremación formulada por la primera bahá’í estadounidense Laura Clifford Barney, escribió:
En lo que se refiere a los fenómenos universales, por mucho que el intelecto humano se esfuerce en encontrar los procedimientos correctos o el sistema perfecto, nunca podrá descubrir algo comparable a la creación divina y su orden de transferencias y desplazamientos dentro de la cadena de la vida. Puesto que las transferencias, las composiciones, las agrupaciones y las dispersiones de los elementos, y de las partes constituyentes y las sustancias, proceden en una cadena que es poderosa y sin fallas. Observad las leyes universales efectivas y ved hasta qué punto están sólidamente establecidas, seguras y fuertes.
Y así como la composición, la formación y el crecimiento y desarrollo del cuerpo físico se han producido por grados, también su descomposición y dispersión deben ser graduales. [Traducción provisional]
Esta cadena de vida, como la llamó Abdu’l-Bahá, también se refiere a la «gran cadena del ser», o en latín, la scala naturae o «escalera del ser». El concepto procede originalmente de Platón y Aristóteles, y constituye la base científica para ordenar y clasificar la materia viva y no viva, desde los minerales hasta las plantas, los animales y los seres humanos.
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La Gran Cadena del Ser y la teoría de Gaia
En el uso que Abdu’l-Bahá hace del término, la gran cadena del ser se refiere también a la biología evolutiva de toda la existencia, a la interrelación de todos los seres y al continuo movimiento y transmisión de elementos entre cada nivel de vida. En un discurso que ofreció en París a principios del siglo XX, Abdu’l-Bahá explicó y propuso por primera vez la «hipótesis de Gaia», es decir, el concepto de que la Tierra en sí misma es fuente de vida:
En la creación física, la evolución consiste en pasar de un grado de perfección a otro mayor. El mineral, con sus perfecciones minerales, pasa al mundo vegetal; los vegetales, con sus perfecciones, pasan al mundo animal, y así sucesivamente, hasta el de la humanidad. Este mundo está lleno de aparentes contradicciones; en cada uno de estos reinos (mineral, vegetal y animal), la vida existe en diferentes grados; si bien, cuando la comparamos con la vida en el ser humano, la tierra parece estar muerta y, sin embargo, vive y tiene vida propia.
La teoría de Gaia, desarrollada 60 años después por el químico y ecologista británico pionero James Lovelock y la microbióloga evolutiva estadounidense Lynn Margulis, sostiene que los organismos vivos interactúan constantemente con su entorno inorgánico para formar un sistema sinérgico y autosostenible. Ese sistema y su constante movimiento de elementos perpetúan las condiciones para que la vida prospere en nuestro planeta, lo que significa que la propia Tierra está viva.
Este «poderoso» sistema, señaló Abdu’l-Bahá en su respuesta a Laura Clifford Barney, surge del orden natural, lo que significa que a los cuerpos humanos, como parte integrante de la creación física, se les debe permitir volver al ecosistema de forma natural y gradual:
… la composición y la descomposición, la reunión y la dispersión y el viaje de todas las criaturas deben proceder de acuerdo con el orden natural, la regla divina y la grandísima ley de Dios, para que ninguna alteración ni deterioro pueda afectar a las relaciones esenciales que surgen de las realidades internas de las cosas creadas. Por eso, según la ley de Dios, se nos ordena enterrar a los muertos. [Traducción provisonal]
La cremación interrumpe violentamente y corta esos procesos naturales graduales, al convertir inmediatamente los cuerpos en dos subproductos: cenizas y contaminación atmosférica.
La revista National Geographic, en un artículo de 2019 sobre los datos científicos de la cremación, señalaba que «la cremación requiere mucho combustible y da lugar a millones de toneladas de emisiones de dióxido de carbono al año, lo suficiente como para que algunos ecologistas intenten replantearse el proceso».
La cremación de un cadáver, los seres humanos son formas de vida basadas en el carbono, después de todo, añade más de 226 kilogramos de CO² a la atmósfera. En el mundo occidental, la cremación utiliza combustibles fósiles para generar el calor de más de 650 °C necesario para quemar los cuerpos. La mayoría de las cremaciones del mundo, que tienen lugar en países hindúes como la India, utilizan madera como combustible, por lo que también agotan los bosques, aumentando la huella de carbono en el proceso. Además, el elevado calor que se necesita para la cremación da lugar a la vaporización de mercurio tóxico procedente de los empastes dentales, y se ha convertido en una de las principales fuentes de la creciente contaminación por mercurio en el aire del mundo.
Por qué los bahá’ís no embalsaman
El embalsamamiento de los cuerpos de los muertos antes de su entierro se ha practicado durante siglos. Básicamente, el embalsamamiento consiste en drenar la sangre e inyectar productos químicos y conservantes como el formaldehído, el glutaraldehído y el metanol en el sistema arterial de la persona fallecida, y extraer quirúrgicamente los fluidos internos del cuerpo. Aunque el embalsamamiento no es obligatorio por ley en la gran mayoría de los estados y países, los directores de las funerarias han sugerido con frecuencia a los familiares en duelo que tienen que embalsamar al difunto, quizá porque algunas funerarias y empresas de pompas fúnebres obtienen un beneficio considerable con este procedimiento.
El embalsamamiento retarda y retrasa el proceso de descomposición natural, lo que permite celebrar funerales con el féretro abierto en los que se puede ver al muerto. Pero tras el entierro, los líquidos tóxicos del embalsamamiento acaban siendo absorbidos por el suelo de la tumba y pueden filtrarse a la capa freática. Por esta razón, el embalsamamiento ha empezado a ser cuestionado desde el punto de vista medioambiental.
Las enseñanzas bahá’ís prohíben el embalsamamiento, a menos que lo exija la ley, como explica esta carta de 1988 escrita en nombre de la Casa Universal de Justicia:
Bahá’u’lláh ha aconsejado que es preferible que el entierro tenga lugar tan pronto como sea posible después de la muerte. Cuando las circunstancias no permiten que el entierro del cuerpo se produzca muy pronto después del fallecimiento, o cuando es un requisito de la ley civil, el cuerpo puede ser embalsamado, siempre que el proceso utilizado tenga el efecto de retrasar temporalmente la descomposición natural durante un período de corta duración. Sin embargo, el cuerpo no debe ser sometido a un proceso de embalsamamiento que tenga el efecto de preservarlo sin descomposición durante un período prolongado; tales procesos suelen tener como objetivo preservar el cuerpo indefinidamente.
Las leyes de entierro bahá’ís exigen que los cuerpos de los difuntos sean tratados con amabilidad y cuidado, ya que en su momento fueron los depositarios del espíritu humano. Esto significa simplemente lavar el cuerpo, envolverlo en un sudario limpio de algodón o seda y enterrarlo en la tierra en un ataúd de madera dura, cristal o piedra. El entierro debe tener lugar poco después de la muerte, según recomiendan las enseñanzas bahá’ís y a una hora de viaje del lugar de la muerte, para evitar el transporte de los cuerpos a través de largas distancias. En el entierro, los bahá’ís suelen leer y recitar la oración de Bahá’u’lláh por los muertos, que comienza así:
¡Oh mi Dios! Este es Tu siervo y el hijo de Tu siervo, quien ha creído en Ti y en Tus signos, y ha vuelto el rostro hacia Ti, completamente desprendido de todo salvo de Ti. Tú eres, verdaderamente, el más misericordioso de cuantos muestran misericordia.
Procede con él, oh Tú que perdonas los pecados de los hombres y ocultas sus faltas, como corresponde al cielo de Tu munificencia y al océano de Tu gracia. Permítele entrar en los recintos de Tu trascendente misericordia, que ya existía antes de la fundación del cielo y de la tierra.
No hay Dios sino Tú, Quien siempre perdona, el Más Generoso.
(Si la fallecida es una mujer, oración dice «¡Oh, Dios mío! Esta es tu sierva y la hija de tu sierva…», etc.)
Composición y descomposición: El ciclo natural de la vida
Las leyes funerarias bahá’ís exigen sencillez y dignidad al tratar la muerte, porque embalsamar o incinerar los cuerpos humanos interrumpe y corta el ciclo natural de la vida. Cuando los seres vivos mueren, se descomponen de forma natural, transformándose en los nutrientes que necesitan otras formas de vida. Los bahá’ís creen que debe permitirse que este proceso medioambiental natural, el ciclo de la vida y la interrelación de todos los seres vivos, tenga lugar tal y como Dios y la naturaleza pretenden. En Contestaciones a unas preguntas, Abdu’l-Bahá dijo:
La existencia de los seres vivientes consiste en composición; su muerte, en descomposición. No obstante, no cabe destrucción o aniquilamiento absoluto de la materia universal y de sus elementos. Más bien su inexistencia consiste en una transformación o reversión. Por ejemplo, cuando el hombre muere, se convierte en polvo; pero no se convierte en la nada absoluta, sino que continúa existiendo en forma de polvo. Mediante su transformación, lo que era una realidad compuesta se descompone accidentalmente. Lo mismo cabe decir de la aniquilación de los demás seres, por cuanto la existencia no se convierte en la inexistencia absoluta, y la existencia absoluta no deviene existencia.
Este tipo de entierro compasivo y digno, que considera nuestros cuerpos como una parte integral e importante de la red de la vida, tiene un sentido lógico y ecológico.
Cuando vemos hermosos árboles y plantas en flor que crecen en los cementerios, podemos empezar a reconocer la gran belleza de este ciclo de vida, y empezar a entender su significado medioambiental y espiritual.
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