Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Cuando escuchas las palabras «refugiado» o «inmigrante», ¿qué te viene inmediatamente a la mente? ¿Piensas en un pobre inmigrante que cruza a otro país – o piensas en Cristo?
Sí, la familia de Cristo eran refugiados y emigrantes. José y María, sus padres, huyeron de Belén tras el sueño de José sobre la orden del rey Herodes de matar a todos los niños varones. Para salvar a su hijo recién nacido, Jesús, entraron en Egipto como emigrantes pobres.
De hecho, muchos de los grandes profetas, mensajeros sagrados y fundadores de las religiones del mundo fueron en su día refugiados, exiliados empobrecidos que enseñaron y confiaron en la bondad humana.
Consideremos las enormes dificultades que soportaron: maltratados, torturados, exiliados de sus tierras natales, obligados a vagar por lugares extranjeros sin apoyo ni sustento, perseguidos, encarcelados e incluso ejecutados, los mensajeros de Dios sufrieron como emigrantes y refugiados.
Abraham, huyendo de una grave hambruna en su tierra natal de Canaán y desterrado por el rey, emigró a Egipto. Buda dejó su vida real y emigró a Rajagaha, donde se convirtió en mendicante, un vagabundo que pedía limosna en la calle. Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, fue exiliado a la fuerza de Persia, su tierra natal, y estuvo encarcelado durante décadas, todo por enseñar su nueva fe.
Estos profetas y muchos otros, explican las enseñanzas bahá’ís, se convirtieron en exiliados, refugiados y emigrantes. Abdu’l-Bahá, el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, habló de esta realidad en una charla que dio en la Iglesia Unitaria de Todas las Almas de Nueva York en 1912:
Moisés fue perseguido y expulsado al desierto Abraham fue exiliado, Muhammad buscaba refugio en cuevas, el Báb fue asesinado y Bahá’u’lláh fue exiliado y encarcelado durante cuarenta años. Aun así, todos Ellos desearon el compañerismo y el amor entre los hombres. Soportaron calamidades, sufrieron persecución y muerte por amor a nosotros para que pudiéramos aprender a amarnos los unos a los otros y estuviésemos unidos y asociados en vez de ser discordantes y diferir. Ya son suficientes estos largos siglos que han traído al mundo vicisitudes e injusticias a través de la contienda y el odio. Ahora, en esta radiante centuria, tratemos de acatar la Voluntad de Dios para poder ser rescatados de la oscuridad y salir a la ilimitada luminosidad del cielo, evitando la división y dando la bienvenida a la divina unidad de la humanidad.
¿Es posible que sus experiencias de privaciones, persecuciones y grandes dificultades como extranjeros en una tierra extraña hayan ayudado a todos los profetas a desarrollar una enorme empatía por los desplazados? Las enseñanzas bahá’ís ciertamente reflejan ese alto nivel de empatía. Abdu’l-Bahá dijo: «Sed siempre amables hacia cualquier persona y un refugio para los que buscan resguardo». En una charla que dio en París, añadió:
…esforzaos para que vuestras acciones sean a diario hermosas oraciones. Volveos hacia Dios, y procurad hacer siempre aquello que es justo y noble. ¡Ayudad al pobre, levantad al caído, confortad al afligido, procurad remedio al enfermo, tranquilizad al temeroso, librad al oprimido, brindad esperanza al desesperado, y albergue al desamparado!
Encontrarás estos mismos nobles objetivos de amor y bondad universales repetidos en las escrituras de todas las grandes religiones mundiales. Sus enseñanzas nos instan a ver a los exiliados, a los inmigrantes y a los refugiados como seres humanos, no como otros, extranjeros, forasteros o usurpadores, sino como almas compañeras que necesitan nuestra ayuda. En otra charla que dio a un público europeo en París, Abdu’l-Bahá dijo:
No permitáis que los convencionalismos os hagan parecer fríos e indiferentes cuando os encontréis con personas de otros países. No les miréis como si sospecharais que fuesen malvados, ladrones y ruines. Vosotros pensáis que es necesario tener mucho cuidado, para no exponeros al riesgo de conocer, posiblemente, a personas indeseables.
Os pido que no penséis sólo en vosotros. Sed amables con los forasteros, ya sea que provengan de Turquía, Japón, Persia, Rusia, China o de cualquier otro país del mundo.
Ayudadles a que se sientan como en su propia casa; averiguad dónde se hospedan, preguntadles si podéis prestarles algún servicio, y procurad que sus vidas sean un poco más agradables.
De esta manera, aunque algunas veces lo que vosotros sospechabais al principio fuese verdad, procurad ser amables con ellos, pues esta bondad ayudará a que sean mejores.
Después de todo, ¿por qué ha de tratarse a los extranjeros como si fuesen extraños?
…
Poned en práctica la enseñanza de Bahá’u’lláh de ser amables con todas las naciones. No os contentéis con demostrar amistad sólo con palabras; dejad que vuestro corazón se encienda con amorosa bondad hacia todos los que se crucen en vuestro camino.
Entre los bahá’ís, toda consulta sobre cuestiones sociales difíciles como la inmigración comienza con la identificación de los principios espirituales implicados. Estos principios espirituales universales -la unidad de la raza humana; la consideración de toda la Tierra como un solo país; la bondad y la compasión hacia todos, independientemente de sus costumbres, credo o cultura- nos instan a ofrecer amor, servicio y refugio a los exiliados, los sin techo y los inmigrantes.
Cuando vivimos según estos principios, todos podemos hacer lo posible por tender una mano comprensiva a quienes conocemos personalmente, pero ¿qué pasa con las políticas de nuestros países? ¿Cuál es la mejor manera de influir en las políticas y prácticas de inmigración de nuestras distintas naciones para que empiecen a reflejar una realidad más espiritual?
Según las enseñanzas bahá’ís, podemos servir mejor a nuestros países aplicando el principio de federalismo a todo el mundo. En el último artículo de esta serie, exploraremos cómo puede ser posible.
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