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¿Los desastres tienen algún propósito?

Kenneth E. Bowers | Oct 13, 2021

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¿Qué ocurre con las víctimas cuyas vidas son arrebatadas prematuramente por accidentes u otras causas?

Poco después de que Abdu’l-Bahá llegara a Estados Unidos en 1912, llegó la noticia del hundimiento del Titanic. Curiosamente, algunos bahá’ís se habían ofrecido a asegurarle un pasaje a Nueva York en el viaje inaugural del barco, pero él había elegido otro barco en su lugar. Él hizo las siguientes observaciones sobre el desastre:

En los últimos días un hecho terrible ha sucedió en el mundo, un acontecimiento que entristeció a todos los corazones y acongojó a todos los espíritus. Me refiero al desastre del ‘Titanic’, en el cual se ahogaron muchos de nuestros congéneres, un número de almas hermosas pasaron más allá de esta vida terrenal. Aunque tal suceso es lamentable, debemos entender que todo lo que sucede es debido a alguna sabiduría y que nada sucede sin una razón. Allí existe un misterio, pero cualquiera sea la razón y misterio, fue un suceso triste, que produjo el llanto de muchos ojos y dolor a muchas almas. Me sentí muy afectado por este desastre. Algunos de aquellos que se perdieron viajaron con nosotros hasta Nápoles en el ‘Cedric’ y más tarde abordaron el otro buque. Cuando pienso en ellos, me siento en verdad muy triste. Pero cuando considero esta calamidad desde otro aspecto, me consuelo al entender que los mundos de Dios son infinitos; que aunque ellos fueron privados de esta existencia, tienen otras oportunidades en la vida del más allá, así como Jesucristo dijo: “En la casa de mi Padre hay muchas mansiones”. Fueron llamados de lo temporal y trasladados a lo eterno; abandonaron esta existencia material y atravesaron los portales del mundo espiritual. Renunciando a los placeres y comodidades de lo terrenal, ellos ahora participan de una alegría y felicidad mucho más permanente y real, pues se han apresurado hacia el Reino de Dios. La misericordia de Dios es infinita, y es nuestro deber recordar en nuestras oraciones y súplicas a esas almas que han partido para que puedan ser atraídas cada vez más cerca de la Fuente misma.

Además, estos sucesos obedecen a causas más profundas. Su propósito es el de enseñar al hombre ciertas lecciones. Estamos viviendo en una época en la que se ha depositado la confianza en las circunstancias materiales. Los hombres se imaginan que el gran tamaño y la fortaleza de un barco, la perfección de su maquinaria, o la pericia de un navegante, garantizarán la seguridad, mas estos desastres tienen lugar algunas veces para que el hombre pueda comprender que Dios es el verdadero protector. Si es la voluntad de Dios proteger al hombre, un pequeño barco puede escapar de la destrucción, en tanto que el más grande y más perfectamente construido navío, con el mejor y más hábil navegante, no puede sobrevivir a un peligro tal como el que se presentó en el océano. El propósito es que los pueblos del mundo puedan volverse hacia Dios, el único Protector; que las almas humanas confíen en Su preservación y sepan que Él es la verdadera seguridad. Estos hechos ocurren para que la fe del hombre pueda crecer y fortalecerse.

Por ello, aunque nos sintamos tristes y abatidos, debemos suplicar a Dios para dirigir nuestros corazones hacia el Reino, y rogar por aquellas almas que se han ido, con fe en Su infinita misericordia, de modo tal que, aunque ellas hayan sido privadas de esta vida terrenal, puedan gozar de una nueva existencia en las mansiones supremas del Padre Celestial. Que nadie imagine que estas palabras implican que el hombre no debe ser esmerado y cuidadoso en sus empresas. Dios ha dotado al hombre de inteligencia para que sea capaz de salvaguardar y protegerse a sí mismo. Por lo tanto, él debe proveerse y rodearse de todas aquellas cosas que la habilidad científica pueda producir. Debe ser cauto, concienzudo y cabal en sus propósitos, construir el mejor barco y conseguir el capitán más experimentado, pero con todo, debe confiar en Dios y considerar a Dios como su único Guardián. Si Dios protege, nada pondrá en peligro la seguridad del hombre; y si no fuese Su voluntad salvaguardar, ninguna medida de preparación y precaución servirá.

En una carta a dos bahá’ís, Abdu’l-Bahá explicó que aquellos cuya vida se ve truncada siguen recibiendo las misericordias divinas:

La inescrutable sabiduría divina es la razón fundamental de tan desgarradores sucesos. Es como si un bondadoso jardinero transplantara un joven y tierno arbusto desde un lugar limitado a una amplia área abierta. Este traslado no es causa del marchitamiento, la decadencia o destrucción de ese arbusto; más bien, por el contrario, lo hace crecer y prosperar, adquirir frescura y delicadeza, volverse verde y producir frutos. Este secreto oculto lo conoce bien el jardinero, pero aquellas almas que no son conscientes de esta misericordia suponen que el jardinero, en su cólera o su ira, ha desarraigado el arbusto. Mas para aquéllas que son conscientes, este hecho encubierto se halla manifiesto y este decreto predestinado es considerado una merced. Por consiguiente, no os sintáis tristes o desconsolados por la ascensión de aquella ave de la fidelidad; es más, en todas las circunstancias orad por ese joven, suplicando el perdón para él y la elevación de su posición.

De ninguna manera Abdu’l-Bahá pretendía fomentar la comodidad ante el sufrimiento infligido por los opresores. Al contrario, tanto él como Bahá’u’lláh exhortaron a la humanidad a establecer la justicia en el mundo.

Cuando nos encontramos en medio de pruebas y aflicciones puede ser difícil recordar que su verdadero propósito es ayudarnos a acercarnos a Dios y encontrar así la verdadera felicidad. Sin embargo, estos mismos desafíos pueden llevarnos a una mayor comprensión espiritual, siempre que nos dirijamos a Él. Con la ayuda de Dios, podemos encontrar la fuerza para superar nuestros desafíos y convertirnos en seres humanos mejores y más felices.

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