Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Mi marido y yo vivimos al borde de un Parque Nacional de Sydney, Australia, donde al menos 20-30 personas residen en el parque en carpas o cuevas, sufriendo las condiciones más duras.
Hemos tenido la suerte de conocer a algunas de estas personas sin hogar a lo largo de los años. Una persona, Darren, que llevaba más de 20 años viviendo en el parque, se convirtió en un amigo maravilloso. Darren se ofreció a pintar nuestra casa. A menudo comía con nosotros, lavaba la ropa y dormía en nuestra casa cuando llovía a cántaros.
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A menudo oramos por estas personas desafortunadas que viven en estas duras condiciones y hace tiempo que nos preguntamos cómo podríamos ayudarles de forma más práctica. Este pasaje de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, nos ha inspirado para intentar ayudar:
Sabed que los pobres son el depósito de Dios entre vosotros. Cuidaos que no traicionéis Su depósito, que no procedáis injustamente con ellos y que no caminéis por los caminos de los pérfidos. Con toda seguridad, seréis llamados a dar cuenta de Su depósito en el día en que la Balanza de la Justicia sea establecida, día en que cada cual recibirá lo que merezca, en que los hechos de todos los hombres, ricos y pobres, serán ponderados.
Nuestros esfuerzos comenzaron gracias a una amistad que habíamos entablado con la rama local del Ejército de Salvación. Les propusimos que se hicieran cargo de una tienda de segunda mano que estaba cerrando en el pequeño centro comercial local. La propietaria de la tienda, Sandra, un alma generosa que lleva años atendiendo las necesidades de los pobres y las personas sin hogar, la cedió al Ejército de Salvación cuando éste aceptó hacerse cargo de ella.
En la antigua zona de la tienda de segunda mano, el Ejército de Salvación está habilitando ahora un hermoso espacio para alimentar y aconsejar a estas personas sin hogar, un lugar acogedor donde pueden ducharse y lavar su ropa. Esta nueva iniciativa nos recuerda el consejo de Abdu’l-Bahá sobre cómo ayudar a los pobres en una charla que dio en Nueva York en 1912:
¿Qué puede ser mejor ante Dios que pensar en los pobres? Porque los pobres son amados por nuestro Padre celestial. Cuando Cristo vino a la tierra, aquellos que creían en Él y lo seguían fueron los pobres y humildes, demostrando que los pobres estaban cerca de Dios. Cuando un rico cree y sigue a la Manifestación de Dios, ello es una prueba de que su riqueza no es obstáculo y no le impide alcanzar el sendero de la salvación. Después que haya sido puesto a prueba, se verá si sus posesiones son un impedimento en su vida religiosa. Pero los pobres son especialmente amados por Dios. Sus vidas están llenas de dificultades, sus pruebas son continuas, sus esperanzas están sólo en Dios. Por tanto, debéis ayudar a los pobres tanto como sea posible, incluso mediante vuestro sacrifico personal. Ninguna acción humana es más grande ante Dios que ayudar a los pobres. Las condiciones espirituales no dependen de la posesión de tesoros terrenales o de su ausencia. Cuando uno se halla físicamente indigente, los pensamientos espirituales son más probables. La pobreza es un estímulo hacia Dios. Cada uno de vosotros debe tener una gran consideración por los pobres y prestarles ayuda. Organizaos en un esfuerzo para ayudarles e impedir el aumento de la pobreza. El más grande medio para impedirlo es a través de leyes comunitarias enmarcadas y promulgadas de tal forma que sea imposible que haya unos pocos millonarios y muchos indigentes.
Una de las enseñanzas de Bahá’u’lláh es el ajuste de los medios de vida en la sociedad humana. Bajo este ajuste no puede haber extremos en las condiciones humanas referentes a riqueza y sustento. Porque la comunidad necesita al financista, el granjero, al comerciante y al trabajador lo mismo que un ejército debe estar compuesto por el comandante, los oficiales y los soldados. No todos pueden ser comandantes; no todos pueden ser oficiales o soldados. En el tejido social cada uno en su posición debe ser competente; cada uno en su función de acuerdo con su habilidad, pero con igualdad de oportunidades para todos.
Por supuesto, según las enseñanzas bahá’ís, todos debemos implementar algunas formas prácticas de «ayudar a los pobres en la medida de lo posible». He aquí algunas sugerencias que mi marido y yo hemos probado:
- Comprar comida para llevar para alguien hambriento
- Ve al Ejército de Salvación o a cualquier otra organización benéfica de tu zona que ayude a los pobres, y diles que te gustaría ser voluntario
- Sonríe y sé amable con las personas sin hogar que encuentres: llévales un suéter caliente o una manta, dales un libro inspirador para leer o simplemente siéntate y habla con ellos.
- En última instancia, pregúntales: ¿hay algo que pueda hacer por ti?
Un pantalón de regalo
En su libro «Portales hacia la Libertad», el autor y uno de los primeros bahá’ís Howard Colby Ives relata este episodio de la vida de Abdu’l-Bahá y uno de sus muchos esfuerzos por ayudar a los más necesitados entre nosotros:
Mientras Abdu’l-Bahá estaba en Dublín, se alojó en una pequeña posada. Una mujer que se hospedaba en la misma posada cuenta esta historia:
Cierto día, cuando se estaba vistiendo, casualmente miró por la ventana y vio a ’Abdu’l-Bahá caminando de un lado a otro mientas dictaba a Su secretario. En ese momento pasó frente a la posada un anciano andrajoso y ’Abdu’l-Bahá mandó a buscarlo con Su secretario.
Cuando llegó el anciano, el Maestro se le acercó sonriendo y le dio la mano en señal de bienvenida. Los pantalones del pobre hombre estaban rotos y sucios y apenas cubrían las piernas. ’Abdu’l-Bahá conversó con él un rato y en Su rostro se reflejaba la bondad. Parecía que estaba tratando de animar al anciano, quien por fin sonrió levemente. ’Abdu’l-Bahá lo envolvió con Su mirada y luego río suavemente; dijo algo respecto a los pantalones del anciano y que había que remediar esa situación. Era una hora temprana y la calle estaba desierta. Mi amiga observó que ’Abdu’l-Bahá entró en la sombre del pórtico y que a tientas parecía buscar algo debajo de su ‘abá, a la altura de la cintura. Después se agachó y Sus pantalones cayeron al suelo. Se envolvió con Su túnica y volviéndose hacia el anciano le dio los pantalones diciéndole: “Que Dios lo acompañe”. Luego se reunió con Su secretario como si nada hubiera sucedido.
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Me pregunto qué pensó aquel hombre mientras seguía su camino; quizá esta visión de un mundo en el que alguien se preocupaba lo suficiente por él como para darle sus propios pantalones marcó un punto de inflexión en su vida y le transformó.
Pocos días después de abandonar Dublín, Abdu’l-Bahá escribió una carta a su anfitrión:
El ser estéril en el mundo de la humanidad es una pérdida evidente. Una persona sabia no arraiga su corazón a las cosas efímeras; por el contrario, constantemente busca la vida inmortal y lucha por obtener la felicidad eterna.
Imagina cómo cambiaría el mundo si todos fuéramos así.
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