Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
En los últimos cien años, la ciencia ha hecho increíbles progresos, encontrando las curas para la viruela, la polio, el sarampión, la fiebre amarilla, la malaria, la fiebre tifoidea y la tos ferina, hasta el punto de erradicarlas totalmente en algunas partes del mundo. ¿Qué pasaría si también consideráramos al racismo como una enfermedad?
Podemos ver paralelos entre la discriminación y las innumerables enfermedades físicas que los humanos han sufrido. Y si el racismo es una enfermedad, eso significa que es posible erradicarlo del mundo.
Nacemos sin prejuicios, pero comenzamos a detectarlos durante nuestros primeros años de desarrollo, en el hogar, en la escuela y en los grupos sociales, los cuales pueden convertirse fácilmente en prejuicios propios. Albert Memmi, profesor emérito de sociología de la Universidad de Nanterre de París y autor de varios libros, investigó el racismo como patología social y, en su libro «Racismo» de 1982, escribió: «Todos estamos tentados por el racismo. Hay en nosotros una tierra preparada para recibir y germinar sus semillas en el momento en que bajamos la guardia. Nos arriesgamos a comportarnos de manera racista cada vez que creemos que nuestros privilegios están siendo amenazados, en cuanto a nuestro bienestar o nuestra seguridad«.
Una mente joven, como una esponja seca, absorbe cualquier cosa que se le alimente a través de la observación. Durante la cena, los niños a menudo oyen hablar de lo buenos o malos que son ciertos grupos de personas, y sus mentes hambrientas de conocimiento con una capacidad racional limitada aprenden de las charlas mezquinas, la desinformación y los comentarios prejuiciosos. Muchos adultos enseñan intencionadamente a sus hijos sus prejuicios para transmitir su sistema de creencias.
Ann Morning, profesora adjunta de sociología en la Universidad de Nueva York, estudió los procesos de pensamiento de los científicos y lo que enseñan sobre las diferencias humanas. En su libro, «La naturaleza de la raza», explicó: «Nuestra comprensión de la diferencia racial está indudablemente moldeada por nuestras familias, amigos, vecinos y compañeros. Pero en una sociedad en la que la clasificación racial impregna la vida burocrática, nuestras experiencias cotidianas en entornos como escuelas, empresas, agencias, consultorios médicos también dejan huella en nuestras nociones de raza«.
Cuando llegó el momento de educar a nuestros hijos, tanto mi esposa como yo éramos conscientes del riesgo de que nuestros hijos absorbieran tales ideas en una sociedad llena de prejuicios. Nos comprometimos a no decir nada despectivo sobre ninguna raza o grupo, y a enfatizar en cambio el siguiente concepto que aprendimos de las enseñanzas bahá’ís: ver a cada individuo como flores de un mismo jardín, «cada una de ellas radiante en sí misma, y aunque diferente a las demás, le presta su propio encanto«.
Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, así como su hijo Abdu’l-Bahá, dijeron que «Si todas las flores de un jardín fuesen del mismo color, el efecto sería monótono y cansador para la vista… Asociémonos, pues, en este gran jardín humano igual que las flores que crecen y se mezclan unas con otras sin discordia o desacuerdo entre ellas«.
Aunque una ráfaga de discriminación continúa golpeando a la humanidad en cada tierra, nuestra conciencia colectiva exige que busquemos un camino mejor. Si la humanidad ha de sobrevivir, es fácil ver por qué es necesario cambiar nuestro discurso hacia la inclusión, la armonía y la prosperidad. Las enseñanzas bahá’ís afirman que nuestros «ojos están ahora abiertos a la belleza de la unidad de la humanidad, del amor y de la hermandad. La oscuridad de la opresión desaparecerá y la luz de la unidad resplandecerá«.
Pero la misma cita de Abdu’l-Bahá continúa: «No podemos lograr que el amor y la unidad cobren cuerpo con solo hablar. El conocimiento no es suficiente. La riqueza, la ciencia y la educación son buenas, como bien sabemos; pero también debemos trabajar y estudiar para que el fruto del conocimiento entre en sazón«.
Los humanos se vuelven racistas por el entorno en el que vivimos. Pero como cualquier enfermedad, el racismo también puede ser curado, a través de la educación, el esfuerzo y la oración. Abdu’l-Bahá enfatizó el papel que cada uno de nosotros tiene que jugar para curarse a sí mismo y curar a los demás. Dijo, «Debéis manifestar completo amor y afecto por toda la humanidad. No os exaltéis con los otros, sino considerad a todos como iguales, reconociéndolos siervos del único Dios«. También dijo: «Actuad de manera tal que vuestro corazón esté libre de odio«.
Encuentro esperanza en mis hijos, que de bebés miraban tanto a mi esposa (una persona blanca) como a mí (una persona de piel marrón) buscando comida, amor y consuelo. Si nacemos sin prejuicios, hay esperanza en que el día llegará en el que deje de existir.
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