Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Bahá’u’lláh, el fundador de la fe bahá’í, hizo esta declaración profundamente significativa en uno de sus escritos más conocidos:
El cielo de la sabiduría divina está iluminado con las dos luminarias de la consulta y la compasión, y el dosel del orden mundial se levanta sobre los dos pilares de la recompensa y el castigo. – Bahá’u’lláh, Tablas de Bahá’u’lláh.
La belleza de esta sencilla y concisa frase esconde su asombrosa complejidad. Afirmada con frecuencia por Bahá’u’lláh en sus diversos escritos posteriores, menciona que estos asuntos pertenecen a los soberanos de la época. En otras palabras, para Bahá’u’lláh esta afirmación pretende ser una guía para la filosofía política.
Un verdadero orden social es el que se define por la justicia y la unidad. Este orden duradero, basado en la unidad y la justicia, consta de dos conjuntos de principios aparentemente opuestos. Un principio es la consulta y la compasión, mientras que el otro principio es la recompensa y el castigo.
En otras palabras, un auténtico orden social tiene cuatro elementos básicos: consulta, compasión, recompensa y castigo. Aunque estos cuatro factores tienen diversas implicaciones en relación con varios conceptos, una de sus principales implicaciones se refiere a la elección entre las dos formas de economía política, a saber, el capitalismo y el comunismo.
Bahá’u’lláh nos ofrece una visión que trasciende estos dos modelos y que, sin embargo, contiene elementos de los dos sistemas opuestos. Abdu’l-Bahá subrayó con frecuencia que una de las enseñanzas centrales de Bahá’u’lláh es ta’dil-i- Ma’ishat. Desgraciadamente, este término persa nunca ha sido bien traducido en las discusiones anglosajonas sobre esta misma enseñanza. La traducción habitual al inglés es «eliminación de los extremos de riqueza y pobreza», pero el término significa literalmente moderación/justicia en el sustento o los medios económicos.
La palabra persa ta’dil, derivada de ’adl o justicia, significa tanto moderación como aplicación de la justicia. El término Ma’ishat significa medio de vida o sustento. Desde la perspectiva bahá’í, pues, la justicia económica no implica ni la igualdad forzada de ingresos en el comunismo, ni los extremos forzados de desigualdad que vemos en el capitalismo. Por el contrario, significa libertad económica acompañada de una desigualdad moderada sin extremos. Tal moderación y libertad depende de los cuatro factores mencionados en la declaración de Bahá’u’lláh.
Una crítica bahá’í al comunismo
El concepto de comunismo se define como una filosofía de consulta y compasión, los dos primeros elementos de la declaración de Bahá’u’lláh. Según esta filosofía, las decisiones económicas deben basarse en la consulta colectiva de la comunidad. Por lo tanto, las decisiones económicas individuales se sustituyen por decisiones colectivas. Esto significa que la sociedad en su conjunto decide tanto sus actividades económicas como los resultados económicos de los individuos. Esto es posible porque el comunismo no permite la propiedad privada en la sociedad, lo que a su vez conduce teóricamente a la igualdad de ingresos para todos sus miembros.
Karl Marx justificó su apoyo al comunismo por su crítica a la injusticia inherente al sistema capitalista. En el capitalismo, según Marx, los que no trabajan se apropian del excedente producido por otros. Marx llama a esta apropiación injusta de recursos explotación. La solución a la explotación, por tanto, es el comunismo. Además, Marx describió al Estado como una institución siempre represiva, un agente de los intereses de la clase dominante en su explotación de otras clases. Marx creía que, con la eliminación de la propiedad privada y la desigualdad económica, el Estado se «marchitaría» de forma natural y moriría automáticamente. Una sociedad comunista ideal, por lo tanto, es aquella en la que el Estado no existe.
La filosofía comunista alaba, con toda razón, tanto la consulta como la compasión. Sin embargo, esta filosofía elimina toda la noción de recompensa y castigo, los otros dos factores discutidos por Bahá’u’lláh. Marx tenía razón al rechazar la explotación como inmoral, pero la explotación es la esencia misma de la negación de los principios gemelos de recompensa y castigo. Es decir, cuando el trabajo y los logros de un individuo no están relacionados con la recompensa que recibe en la sociedad, tenemos explotación e injusticia.
Sin embargo, el capitalismo desenfrenado tampoco es realmente una verdadera expresión del sistema de recompensa y castigo, porque la conexión entre la productividad/trabajo y su justa recompensa es incompleta. Pero la solución ofrecida por Marx, a saber, el comunismo, significa que se elimina por completo toda relación entre productividad/trabajo y recompensa. Todos serían iguales, independientemente de lo que produzcan o no. El comunismo, pues, universaliza la explotación. Si el capitalismo era en parte una explotación de los no propietarios por los propietarios, el comunismo elimina todo el sistema de recompensa y castigo.
La filosofía comunista tiene al menos otras dos grandes contradicciones e insuficiencias. En primer lugar, el comunismo se ve a sí mismo como la materialización de la libertad, la compasión y la consulta. Por eso supone que en un orden comunista no habría Estado ni coerción. El problema, sin embargo, es que la única manera de mantener una igualdad forzada de resultados en la sociedad es mediante la eliminación de todo tipo de libertad y autonomía individual.
Si surge un ligero grado de libertad económica en la sociedad, necesariamente aparece la desigualdad social. Por lo tanto, la única manera de que esa igualdad impuesta pueda realizarse es mediante el control institucional permanente de los aspectos detallados de la vida y las actividades del individuo. Pero esto significa que el comunismo se convierte necesariamente en un Estado totalitario, y no en una sociedad sin Estado. Por eso, en contra de todas las expectativas marxistas, la aparición del comunismo siempre ha conducido a un Estado más grande, más represivo y más intervencionista. En los países comunistas, el Estado no se marchitó. Por el contrario, siempre se convirtió en un estado totalitario de represión absoluta, esclavizando colectivamente a los miembros de la sociedad a la burocracia del estado y a sus dictados.
El segundo problema de la filosofía comunista es que Marx, por su definición negativa del Estado, no podía entender el significado de una forma democrática de Estado, una modificación del capitalismo puro. Marx ignoró la democracia como un truco de la burguesía para continuar la explotación de los no propietarios. Al igual que la «voluntad general» de Rousseau, Marx asumió que la sociedad tiene derecho a extender la decisión pública a los aspectos detallados de la vida económica individual. Pero esta concepción de la consulta se convierte inevitablemente en totalitarismo, que esclaviza a la humanidad. En lugar de la compasión, la coerción; y en lugar de la consulta, los dictados arbitrarios de un estado político – estos definen la realidad actual de una sociedad comunista.
Una crítica bahá’í al capitalismo desenfrenado
Si los defensores del comunismo definían su filosofía en términos de consulta y compasión, los defensores del capitalismo o liberalismo se definen en términos de la centralidad de la recompensa y el castigo. La idea central es la libertad económica. En el capitalismo puro, los individuos participan en el mercado y, en función de su productividad y sus logros, reciben las consiguientes recompensas o castigos. Muchos perciben este sistema como justo, porque los resultados están determinados por las actividades y los méritos de los individuos, y como progresista, porque el sistema de libertad económica motiva al individuo a trabajar con eficacia, a imaginar alternativas y a ser creativo. El resultado: un aumento de la creatividad y de la prosperidad de la sociedad.
Esta filosofía liberalista está en lo correcto cuando alaba la justicia y la libertad, o el sistema de recompensa y castigo. Sin embargo, este sistema elimina los dos conceptos de consulta y compasión, lo que distorsiona la propia recompensa y castigo. Una filosofía liberalista y capitalista ve a los seres humanos como entidades egoístas y utilitarias, motivadas únicamente por la búsqueda de sus propios intereses. En consecuencia, la competencia desenfrenada del mercado se convierte en el único principio regulador de la sociedad.
Desgraciadamente, este tipo de sistema acaba destruyendo los fundamentos de la verdadera libertad, la justicia, la recompensa y el castigo, porque permite la acumulación de riqueza en manos de unos pocos, lo que conduce a una desigualdad de oportunidades cada vez mayor en la sociedad. En consecuencia, bajo esta falta de igualdad de oportunidades, ningún sistema de recompensa y castigo existente seguiría siendo verdaderamente justo, ya que apenas refleja la productividad o los logros reales de los individuos.
Por último, la competencia incontrolada acaba por destruirse a sí misma. El resultado de la competencia es el aumento de la desigualdad, lo que finalmente conduce a una situación en la que ninguna persona ordinaria puede competir con los gigantes económicos que controlan diversas áreas de los negocios y el comercio. La competencia, por lo tanto, conduce al monopolio, lo que conlleva la muerte de la libertad. La crítica marxiana al capitalismo como sistema de explotación tenía parte de razón cuando destacaba la desigualdad de oportunidades entre los propietarios (los capitalistas) y los no propietarios (los trabajadores). La libertad y la justicia, por tanto, se convierten en extremos de desigualdad, pobreza, corrupción y formas directas e indirectas de coerción.
Hacia un orden social holístico
En este breve espacio no podemos hacer justicia a la complejidad de la declaración de Bahá’u’lláh. Sin embargo, la esencia de su declaración es que los cuatro factores -consulta, compasión, recompensa y castigo- deben estar unidos para lograr la libertad, la justicia y la unidad en la sociedad. La recompensa y el castigo son absolutamente necesarios para una sociedad justa y libre. Por eso el comunismo no puede ser una solución. Esto también significa que un orden justo no es uno de igualdad forzada de ingresos ni uno de extremos de desigualdad.
La cultura de Bahá’u’lláh glorifica el trabajo y la industria, elevando incluso el trabajo realizado con espíritu de servicio a la estación de la adoración. Las peores personas a los ojos de Bahá’u’lláh son las que pueden trabajar y, sin embargo, permanecen ociosas y esperan que otros las mantengan. Por eso Bahá’u’lláh ha prohibido tanto la mendicidad como el apoyo a los mendigos que pueden ser miembros productivos de la sociedad.
Pero la recompensa y el castigo pueden ser realmente una ocasión para la justicia y la libertad cuando el sistema de recompensa y castigo está arraigado dentro de un sistema que institucionaliza la consulta y la compasión.
La consulta en los escritos de Bahá’u’lláh es, ante todo, la materialización de la democracia política. Una de las razones del error de Marx sobre el capitalismo, el Estado y la democracia política fue su incapacidad para darse cuenta de que mediante la aparición de la democracia política se podía institucionalizar la igualdad básica de oportunidades en la sociedad. En una sociedad tan ilustrada, los no propietarios económicos pasan a ser iguales a los propietarios minoritarios en el ámbito del voto político. Por lo tanto, la democracia política puede crear una legislación que anule los excesos perjudiciales de un sistema de mercado desenfrenado, y avanzar hacia un sistema en el que los ciudadanos estén dotados de derechos fundamentales, sin fomentar la ociosidad ni la dependencia del Estado. A diferencia de la expectativa marxiana, las sociedades capitalistas evolucionaron hacia una especie de Estado de bienestar cuando el capitalismo se acompañó de la democracia política. Por eso, la política actual de la izquierda tiende a exaltar el Estado, a alabar un Estado grande y a ver al Estado como el liberador de su pueblo. Esto es totalmente opuesto a la visión marxiana, donde la eliminación del Estado representa la liberación.
Desde el punto de vista bahá’í, el énfasis de Bahá’u’lláh en la compasión se refiere a un nuevo tipo de cultura humana: una cultura en la que las personas se aman y se asocian entre sí con amabilidad y afecto. Una de las manifestaciones de tal sistema compasivo fomenta los fuertes lazos familiares y la santidad del matrimonio, que son cruciales para la producción de ciudadanos morales y activos. Además, una cultura de este tipo significa que, además de las políticas del Estado, los individuos se consideran responsables de los demás. La responsabilidad del Estado no debería sustituir a la responsabilidad moral de los individuos en la ayuda mutua.
Crear un orden verdaderamente espiritual, por tanto, significa construir uno que promueva la libertad, la justicia, la democracia consultiva y la compasión.
Comentarios
Inicia sesión o Crea una Cuenta
Continuar con Googleo