Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Los inmigrantes en Estados Unidos como yo aprendemos a amar a nuestro nuevo país y, no solo hice eso, sino que traje conmigo a un nuevo amor.
Además de mis sueños de educación y el contacto cálido y amoroso que tuve con la comunidad bahá’í en los Estados Unidos, tenía un interés personal en energizar toda mi vida: estaba considerando casarme con Tahereh Missaghi, a quien había conocido en Shiraz cuando vivía en Irán.
Tahereh era una joven extraordinaria. Su plan: terminar la escuela de medicina y mudarse a África para ayudar a difundir el principio bahá’í de la unidad de la humanidad:
…en el mundo contingente la especie humana ha sufrido progresivos cambios físicos y, a través de un lento proceso, ha ascendido por la escala de la civilización, realizando en sí misma las maravillas, las excelencias y dones de la humanidad en su forma más gloriosa, hasta que adquirió la capacidad de expresar los esplendores de las perfecciones espirituales y los ideales divinos y llegó a ser capaz de escuchar la llamada de Dios. Entonces, por fin se dejó oír la llamada del Reino, se revelaron las virtudes y perfecciones espirituales, despuntó el Sol de la Realidad y fueron promovidas las enseñanzas de la Más Grande Paz, de la unicidad del mundo de la humanidad y de la universalidad de los hombres. Esperamos que la refulgencia de estos rayos se haga cada vez más intensa y las virtudes ideales, más resplandecientes, a fin de que sea alcanzada la meta de este proceso humano universal y aparezca el amor de Dios en la mayor gracia y belleza, deslumbrando a todos los corazones. – Abdu’l-Bahá, Selecciones de los escritos de Abdu’l-Bahá, pág. 213.
La dedicación de Tahereh a la Fe era total, lo que me hizo esforzarme aun más para aumentar mi nivel de actividad bahá’í. Ella tenía un espíritu puro, bondadoso y compasivo. En nuestra correspondencia, le hice saber que no estaba dispuesto a vivir en otro país para servir a la Fe allí. Mis planes eran continuar mi educación y establecerme. No podía haber sido yo un prospecto muy atractivo, ya que vivía en un hotel barato en el centro de la ciudad, en una habitación individual cubierta con carteles de Marx, Freud, Einstein y Abdu’l-Bahá.
Debería haber ido a Irán para casarme con Tahereh, pero mi miedo a no poder volver a entrar al país me lo impidió. En cambio, Tahereh llegó a los Estados Unidos en 1968. Había una escasez de médicos en el país, por lo que el hospital patrocinador le proporcionó una tarjeta de residencia, un subsidio y un departamento, y tuve la suerte de disfrutar también de ese beneficio.
Nos casamos en una sencilla y alegre ceremonia bahá’í en el departamento de mi amigo Majid. Majid tenía un garaje y un automóvil, lo que significaba para nosotros, pobres estudiantes persas, que él era rico. Aquella compañía que pude encontrar en nuestro matrimonio, desterró la soledad con la que había vivido desde que salí de Queen Mary, y la sencillez y sinceridad de Tahereh despejaron la confusión que a menudo me atormentaba sobre el estado de mi vida y las perspectivas de mi futuro.
Al ser un pobre estudiante extranjero, no tenía ahorros para pagar una boda. Pedí prestados $ 200 y compré un anillo de diamantes falsos de $ 10. Invitamos a los miembros de la Asamblea Espiritual y amigos, pero solo pudimos gastar $ 40 en todo el evento. La comida consistió en pavo y galletas. Se nos acabó todo. Para nuestra luna de miel, Tahereh y yo fuimos a Washington DC, pero nos quedamos sin dinero durante el viaje; en nuestro camino de regreso, pasamos la noche en el auto alquilado.
Su padre nos envió como regalo una alfombra de Irán. Soñé con esta gran y hermosa alfombra proveniente de mi país de origen que distinguiría a nuestro pequeño estudio, aunque temía que la magnífica alfombra no entrara en nuestro pequeño espacio. Le pedí a Majid que trajera su camioneta porque una alfombra persa no cabía en un vehículo pequeño. Nos dirigimos al aeropuerto luego de que Iran Air me avisara que había llegado la alfombra. Me acerqué a la ventana de la camioneta y la asistente fue a buscar nuestra hermosa y grande alfombra, pero cuando regresó colocó una pequeña alfombra de oración frente a mí, una que cabía fácilmente en aquel mostrador.
A pesar de nuestra relativa pobreza, tuve paz mental y estabilidad en mi vida gracias a mi matrimonio con Tahereh. Pero mientras mi mundo privado ahora estaba lleno y tranquilo, la sociedad a mi alrededor estaba en un estado de gran cambio y agitación. Esto fue a finales de los años 60, con una nueva generación desafiando muchas de las normas sociales del pasado.
En la universidad, escuché a un orador invitado hablar contra el gobierno. Me sorprendió que se permitiera que esto sucediera; yo era de un país que no permitía ninguna oposición política, mucho menos en público. Los estudiantes iraníes de tendencia izquierdista me presionaron para que me uniera a uno de sus grupos políticos pero, como bahá’í, quería evitar la política partidista, de acuerdo con los principios de las enseñanzas bahá’ís dicen:
La religión no debería interesarse de cuestiones políticas… La religión está relacionada con las cosas del espíritu, y la política con las cosas del mundo. La religión tiene que actuar en el mundo del pensamiento; en cambio, el campo de la política está situado en el mundo de las circunstancias externas. – Abdu’l-Bahá, La sabiduría de Abdu’l-Bahá, pág. 159.
Las universidades eran lugares emocionantes en aquellos días. El conflicto de Vietnam se había convertido en una guerra en toda regla después de años de acumulación militar gradual. El humor público sobre Vietnam se agrió cuando los estadounidenses vieron los horrores de la guerra en vivo en sus televisores todas las noches. La nueva generación expresaba cada vez más su antipatía hacia una guerra que muchos jóvenes consideraban inmoral. En ese entonces, los estudiantes ocuparon varios edificios de la Universidad de Columbia para protestar por la conexión de aquella escuela con el Departamento de Defensa. Después de semanas de sentadas, protestas y crecientes tensiones, llegó la policía. Cientos de estudiantes fueron arrestados.
En la primavera de 1968, fuimos testigos de los asesinatos de la principal luz política del movimiento contra la guerra, Robert Kennedy; y el líder del movimiento de derechos civiles, Dr. Martin Luther King, Jr. Las universidades y el país comenzaron a dar un giro decidido, con millones de personas que abogaban por la justicia y la paz racial. Como bahá’í, compartía esa opinión, como lo expresó Abdu’l-Bahá:
Deseo la distinción para vosotros. Los bahá’ís deben distinguirse de los otros humanos. Pero esta distinción no debe depender de la riqueza – es decir, que os volváis más opulentos que otra gente. No deseo para vosotros la distinción financiera. No es una distinción común la que deseo, ni científica, comercial o industrial. Para vosotros deseo la distinción espiritual – es decir – debéis volveros eminentes y distinguidos en moral. En el amor de Dios debéis distinguiros de todo lo demás. Debéis distinguiros por amar a la humanidad, por la unidad y armonía, por el amor y la justicia. En suma, debéis distinguiros en todas las virtudes del mundo humano – por honradez y sinceridad, por justicia y fidelidad, por firmeza y constancia, por acciones filantrópicas y servicio al mundo humano, por amor hacia todo ser humano, por unidad y armonía con toda la gente, por remover los prejuicios y promover la paz internacional. – Abdu’l-Bahá, La promulgación a la paz universal, pág. 204.
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