Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Por lo general, se da por sentado que quienes se convierten de una religión a otra se han alejado de su fe anterior, pero en mi caso fue totalmente distinto.
En un momento especialmente simbólico de mi vida, familiares y amigos se sentaron en círculo en nuestro salón, con un librito con textos devocionales sobre el regazo. En el centro había una mesa con una tarjeta completada y dos velas encendidas. Esta imagen me ha acompañado desde que me declaré bahá’í, y me acompañará siempre.
En esencia, convertirse en bahá’í consta de dos elementos: la convicción interior de que Bahá’u’lláh –el profeta y fundador de la Fe bahá’í– es el mensajero de Dios para nuestra época; y declarar que uno quiere ser miembro de la comunidad bahá’í. Las velas y las oraciones fueron idea mía, porque en la religión bahá’í no existe ningún ritual para unirse. Puedes hacerlo libremente o simplemente declararlo por escrito.
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Esta reunión de oraciones bahá’í, al que había invitado a amigos y familiares con motivo de mi declaración como bahá’í, no pretendía ser una reunión cualquiera, sino también una confesión: a Bahá’u’lláh y a Jesucristo. Las velas pretendían dejar esto claro. Una de ellas era mi vela de Confirmación, que había encendido en la iglesia a los 13 años por convicción. La otra era una «vela de declaración» hecha por mí mismo.
Al principio de la devocional, encendí primero la vela de la Confirmación. Sólo hacia la mitad, después de haber firmado la tarjeta de declaración bahá’í, encendí mi «vela de declaración» con la llama de la vela de confirmación, de modo que ambas ardieron en paralelo durante el resto del devocional. Para mí, ese fue sin duda el momento decisivo y las velas actuaron como un símbolo apropiado de mi creencia tanto en Cristo como en Bahá’u’lláh.
No se trataba de sustituir a Jesús por Bahá’u’lláh, ni de que Jesús fuera superado por Bahá’u’lláh. Pues sin mi fe en Jesucristo, no habría podido convertirme en bahá’í. Renunciar a Jesús nunca habría sido una opción para mí, por lo que las dos velas encendidas en ese momento expresaban lo que mi fe como bahá’í es en esencia. Como dijo Abdu’l-Bahá, hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, en el libro de Lady Blomfield The Chosen Highway: «Si aceptamos la luz de una de las lámparas, debemos creer en la luz de todas las lámparas».
De hecho, incluso durante mi Confirmación, me pregunté qué criterios debía utilizar como cristiano para excluir la posibilidad de que Dios se hubiera comunicado con la humanidad de otra forma que no fuera a través de Jesús y los profetas de Israel. Para responder a esa pregunta, estudié intensamente el islam durante algún tiempo, leí el Corán y reconocí muchos paralelismos con la Biblia.
Leí sobre la misericordia, el amor al prójimo, un Dios que perdona y su amor por las personas a las que tiende repetidamente la mano. Si, como cristiano, debía juzgar según el principio de Mateo 7:16 de que «por sus frutos los conoceréis», entonces para mí el veredicto era obvio: no había nada que pudiera sostener contra la pretensión divina de Muhammad.
Pero ¿qué fue lo que me hizo retraerme de unirme realmente al islam? Fue la vehemencia con la que algunos musulmanes recalcaban que la interpretación cristiana de la persona de Jesús era fundamentalmente errónea y, además, que la Biblia era una falsificación inventada por sacerdotes que querían asegurarse el poder. También me desanimó la pretensión de absolutismo que los clérigos musulmanes hacían de Muhammad, y a la que Jesús debía subordinarse por completo. No. Abandonar mi fe cristiana para seguir las ideas de los clérigos musulmanes era impensable para mí, porque ya no podía reconocer en ellas gran parte de lo que me había atraído de las palabras de Muhammad en el Corán. Los frutos que la fe cristiana había dado a lo largo de los siglos eran demasiado dulces para que yo la considerara errónea.
Cuando conocí la Fe bahá’í, y por primera vez me topé con textos que trataban de forma exhaustiva y profunda sobre Jesucristo y las enseñanzas del cristianismo, la sensación fue completamente distinta. En ningún momento tuve la impresión de que Bahá’u’lláh, Abdu’l-Bahá o Shoghi Effendi, el Guardián de la Fe bahá’í, quisieran desacreditar o disminuir mi creencia en Jesús.
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Por el contrario, lo que leí daba testimonio de un amor tan sincero, una comprensión tan profunda de lo que Jesús había enseñado y una visión tan clara de los principios cristianos esenciales que, como resultado, no pude evitar sentirme fortalecido en mi fe cristiana.
Incluso cuando se trataba de temas que yo mismo encontraba difíciles –la Trinidad, la muerte en la cruz o la resurrección–, los escritos bahá’ís me daban finalmente respuestas conciliadoras y explicaciones racionales. Mi experiencia estaba muy en línea con lo que Shoghi Effendi había formulado en su libro El Orden Mundial de Bahá’u’lláh como una reivindicación de la Fe bahá’í basada en la unidad de todas las religiones:
La Revelación de la cual Bahá’u’lláh es la fuente y el centro no abroga ninguna de las religiones que la han precedido, ni pretende en lo más mínimo deformar sus rasgos o menospreciar su valor. Niega toda intención de empequeñecer a cualquiera de los Profetas del pasado o de rebajar la eterna verdad de sus enseñanzas. En modo alguno se opone al espíritu que anima sus fundamentos ni busca minar la base que sustenta la lealtad de persona alguna a su causa. Su propósito declarado y primordial es permitir a cada creyente de esos credos obtener una comprensión más completa de la religión con que se identifica y adquirir una comprensión más clara de sus fines. No es ecléctica al presentar sus verdades, ni arrogante al afirmar sus fundamentos. Sus enseñanzas giran en torno al principio fundamental de que la verdad religiosa no es absoluta sino relativa y que la Revelación Divina es progresiva y no final. Sin equívocos y sin la menor reserva proclama que todas las religiones establecidas son de origen divino, son idénticas en sus metas, complementarias en sus funciones, continuas en su propósito e indispensables en su valor para la humanidad.
Pero, en realidad, ¿no es absurdo, me pregunté, que el fundador de otra religión me anime tanto a creer en el revelador de mi religión anterior? Después de todo, su principal propósito debería ser convencerme de la verdad de sus enseñanzas en primer lugar, ¿no?
Así que continué leyendo las escrituras bahá’ís y poco a poco me fui acercando más y más al verdadero núcleo. Aprendí que no se trataba de enfrentar a las religiones entre sí, sino de verlas en la relación correcta, de modo que pudieran complementarse y hacerme percibir su propósito continuo. Esto me resultó especialmente evidente al leer en los escritos de Bahá’u’lláh ideas concretas sobre cómo podría mejorarse el estado de este mundo.
Para Baha’u’lláh, según mi impresión, no bastaba con que la gente se ocupara exclusivamente de sus propias ideas; también necesitábamos estructuras para la sociedad que pudieran garantizar que lo que se había logrado no se volviera a perder de inmediato. Se necesitaba una brújula y una visión claras de una humanidad unida social y políticamente. No había encontrado una idea tan concreta y detallada de cómo debía construirse el nuevo mundo en el Nuevo Testamento, y ahí es precisamente donde entran las enseñanzas bahá’ís. Ahí es también donde comienza la reivindicación de Bahá’u’lláh. En su libro El día prometido ha llegado, Shoghi Effendi escribió:
La Revelación asociada con la Fe de Jesucristo centró la atención principalmente en la redención del individuo y en la formación de su conducta, y recalcó como tema central la necesidad de inculcar una elevada norma de moralidad y disciplina en el hombre, como unidad fundamental de la sociedad humana. En ninguna parte de los Evangelios encontramos referencia alguna a la unidad de las naciones o a la unificación de la humanidad como un todo. Cuando Jesucristo habló a quienes Le rodeaban Se dirigió a ellos primero como individuos, antes que como partes componentes de una entidad universal e indivisible. Toda la superficie de la tierra estaba aún inexplorada y la organización de todos los pueblos y naciones como una sola unidad no podía por tanto concebirse, cuanto menos proclamarse o establecerse. Qué otra interpretación puede darse a estas palabras, dirigidas específicamente por Bahá’u’lláh a los seguidores del Evangelio, en las cuales se ha aclarado definitivamente la diferencia fundamental entre la Misión de Jesucristo, que se refiere principalmente al individuo, y Su propio Mensaje, destinado más concretamente a la humanidad como un todo.
“Verdaderamente, Él (Jesucristo) dijo: ‘Venid en pos de Mí, y os haré pescadores de hombres’. Sin embargo, en este día, Nos decimos: ‘Venid en pos de Mí, para que Nos os hagamos vivificadores de la humanidad’”.
Mi fe en Jesucristo no ha perdido nada con mi fe en Bahá’u’lláh. No he tenido que renunciar a Cristo, no he tenido que podar mis creencias y tampoco he tenido que subordinarlas. Al contrario, hoy estoy más en paz con las creencias centrales del cristianismo de lo que estaba antes de mi declaración bahá’í. Mi comprensión se ha profundizado y he ganado enormemente, no sólo una nueva perspectiva sobre las escrituras y enseñanzas de mi fe original, sino también sobre lo que se hace posible cuando los mensajeros de Dios no se enfrentan entre sí, no se ponen en competencia unos con otros, sino que se perciben en su relación mutua. En Londres en 1911, Abdu’l-Bahá dijo:
Las enseñanzas son las mismas, se trata de los mismos cimientos y del mismo templo. La verdad es una y no admite división. Las enseñanzas de Jesús se hallan en una forma concentrada. Hoy día los hombres no concuerdan sobre el significado de muchos de Sus dichos. Sus enseñanzas son como el pimpollo. Hoy, ¡el pimpollo se está transformando en una flor! Bahá’u’lláh ha expandido y cumplido las enseñanzas, y las ha aplicado con pormenor al mundo entero.
Mi fe ha adquirido así una perspectiva a largo plazo. Me he dado cuenta de que la fe cristiana no está terminada ni es definitiva, sino que debe desarrollarse, debe continuarse y reflexionarse más. Para mí, Bahá’u’lláh es el siguiente paso lógico, el sucesor de Jesús, que continúa constantemente su camino y me lleva consigo como su seguidor con todo lo que me hace ser quien soy. No podría desear nada más para mi fe.
Versión original de este artículo en Perspektivenwechsel-Blog.
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