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Mirando más allá de «No deberás…»

Joseph Roy Sheppherd | Oct 9, 2019

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Joseph Roy Sheppherd | Oct 9, 2019

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Un consejo espiritual, directo, verdadero y sucinto no siempre debe enmarcarse en la forma de un mandamiento que comience con las palabras: «No deberás…».

¿Lo has notado? Con demasiada frecuencia nos enfrentamos a leyes que definen lo que no se nos permite hacer en lugar de una guía espiritual que nos aconseje sobre lo que debemos hacer.

Un consejo espiritual es mucho más útil como guía para la vida que cualquier código penal. Las leyes civiles están escritas como un intento de disuadir el crimen y controlar el mal comportamiento. No son muy diferentes de las reglas que a menudo creamos para controlar a los niños. Pero un consejo espiritual es diferente, porque se da a adultos que saben que son responsables de sus propias acciones. El mejor consejo espiritual no siempre está vinculado a una sanción negativa que delinean el castigo en caso de incumplimiento. Integrado a tales consejos está el reconocimiento de que ciertas cosas tienen consecuencias naturales.

El universo físico, regido por las leyes de la naturaleza, tiene consecuencias naturales e inevitables por ignorar cosas como la gravedad y la inercia. El resultado de ignorar estas leyes naturales puede ser doloroso y perjudicial para nuestros cuerpos. La gravedad y la inercia siempre están con nosotros, y cada vez que intentamos romper estas leyes, ya sea a sabiendas o no, las consecuencias son, en cierto sentido, autoimpuestas. No es necesario promulgar una ley que establezca: «No te tirarás de los techos de los edificios altos». Es suficiente desaconsejarlo y explicar cómo funcionan las leyes naturales.

Es lo mismo en el universo espiritual. No debería sorprendernos saber que también hay leyes espirituales en acción en el mundo. Hay consecuencias espirituales naturales por ir en contra de las verdades espirituales.

Las leyes espirituales siempre están con nosotros; si las violamos, ya sea de manera consciente o no, las consecuencias son inevitables y, en cierto sentido, se inician y se imponen individualmente. Por ejemplo, si no nos esforzamos por compartir lo que tenemos o no nos esforzamos por ayudar a satisfacer las necesidades de los demás, la dinámica resultante del egoísmo y la indiferencia son dolorosas para nuestras almas y perjudiciales para nuestro desarrollo espiritual personal. Sin embargo, las enseñanzas bahá’ís señalan repetidamente que siempre que cumplamos con las leyes espirituales y prestemos atención al consejo espiritual que tenemos a nuestra disposición,  las recompensas serán ilimitadas:

Prepárame, en todas las circunstancias, oh mi Señor, para servirte y para dirigirme hacia el adorado santuario de Tu Revelación y de Tu Belleza. Si es Tu deseo, hazme crecer como una tierna hierba en los prados de Tu gracia, para que las suaves brisas de Tu voluntad me conmuevan y me inclinen en conformidad con Tu agrado, de modo tal que mi movimiento y mi quietud sean completamente dirigidos por Ti. – Bahá’u’lláh, Oraciones y meditaciones, pág. 122.

Asistid al mundo de la humanidad tanto como sea posible. Sed la fuente de consuelo para todo entristecido, ayudad a los débiles, sed un apoyo para los indigentes, cuidad a los enfermos, sed la causa de la glorificación de todos los humildes y amparad a aquellos que están dominados por el temor. – Abdu’’l-Bahá, La promulgación a la paz universal, pág. 440.

Recurrir a Dios a través de la oración es un primer paso apropiado si deseamos estar al servicio de los demás, porque Dios es la fuente de una fuerza mucho mayor a la nuestra y nos guiará hacia donde podamos ser más útiles. Después de todo, el servicio es una actividad sagrada, y el trabajo realizado con ese espíritu es similar a un acto de adoración a Dios. Estas oraciones bahá’ís piden ayuda al Creador:

¡Oh Dios, y el Dios de todos los Nombres, y Hacedor de los cielos! Te imploro por Tu Nombre, mediante el cual se ha manifestado Aquel Quien es la Aurora de Tu poder y el Punto de Amanecer de Tu fuerza, mediante el cual se ha hecho fluir toda cosa sólida, y todo cuerpo muerto ha sido vivificado, y todo Espíritu en movimiento ha sido confirmado, Te imploro que me permitas librarme de todo afecto a quienquiera no seas Tú, y servir a Tu Causa, y desear lo que Tú deseaste a través del poder de Tu soberanía, y realizar lo que es del beneplácito de Tu voluntad.

Te suplico además, oh mi Dios, que ordenes para mí lo que me haga suficientemente rico como para prescindir de cualquiera fuera de Ti. Tú me ves, oh mi Dios, con mi rostro vuelto hacia Ti, y mis manos aferrándose a la cuerda de Tu gracia. Haz descender sobre mí Tu misericordia, y decreta para mí lo que Tú has decretado para Tus elegidos. Poderoso eres Tú para hacer lo que Te place. No existe otro Dios sino Tú, el Siempre Perdonador, el Todomunífico. – Oraciones y meditaciones, pág. 115.

¡Oh Dios! ¡Oh Dios! Este pájaro tiene un ala rota y su vuelo es muy lento; ayúdale a remontarse a la cúspide de la prosperidad y salvación, volar con máxima alegría y felicidad por todo el espacio infinito, entonar su melodía en Tu Supremo Nombre por todas las regiones, regocijar los oídos con este Llamado, e iluminar los ojos al ver las señales de Guía.

¡Oh Señor! Estoy solo, solitario y abatido. No hay apoyo para mí salvo Tú, ni ayuda sino Tú, ni amparo fuera de Ti. Confírmame en Tu servicio, asísteme con las cohortes de Tus ángeles, hazme victorioso en la promoción de Tu Palabra y permíteme manifestar Tu Sabiduría entre Tus criaturas. ¡Verdaderamente, Tú eres el Protector de los pobres y el Defensor de los pequeños, y en verdad, Tú eres el Poderoso, el Fuerte y el Libre! – Abdu’l-Bahá, Las tablas del plan divino, pág. 49.

¡Oh mi Dios! ¡Oh mi Dios! Verdaderamente estos siervos se vuelven hacia Ti, suplicando Tu reino de misericordia. Verdaderamente están atraídos por Tu santidad y encendidos con el fuego de Tu amor, buscan la confirmación de Tu maravilloso reino y esperan alcanzar Tu dominio celestial. Verdaderamente anhelan que desciendan Tus dádivas y desean la iluminación del Sol de la Realidad. ¡Oh Señor! Haz de ellos lámparas radiantes, signos misericordiosos, árboles fructíferos y estrellas luminosas. Que puedan levantarse en Tu servicio y estar ligados a Ti mediante los vínculos y lazos de Tu amor, anhelando las luces de Tu favor. ¡Oh Señor! Haz de ellos signos de guía, estandartes de Tu reino inmortal, olas del océano de Tu misericordia, espejos de la luz de Tu majestad.

Verdaderamente Tú eres el Generoso. Verdaderamente Tú eres el Misericordioso. Verdaderamente Tú eres el Apreciado, el Amado. – Abdu’l-Bahá, Oraciones bahá’ís, pág. 112.

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