Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Ella era vivaz, alegre, centrada. Ella soñaba en convertirse en doctora. Ella era una estudiante de secundaria de 17 años. Ellos la colgaron.
Era iraní, pero antes de todo era una Bahá’í. Era devota a Dios y a su Fe. Amaba a los niños; enseñó clases Bahá’ís a los niños. Era valiente y audaz. Su nombre era Mona, Mona Mahmudnizhad. Su nombre nunca será olvidado.
Puede parecer raro, pero cada vez que pienso en Mona, una canción de los Beatles’ resuena en mi cabeza:
«Bueno, ella solo tenía 17. Sabes a lo que me refiero. Y su forma de ser no tenía comparación alguna» – The Beatles, I Saw Her Standing There.
Podrías pensar que esta es solo una canción de amor sobre un chico y una chica, o un hombre y una mujer. Pero, en lugar de esto, puede ser sobre una inspiración y sobre aquellos a los que inspira.
El 23 de octubre de 1982, cuando los guardias revolucionarios llegaron a arrestarla, “Bueno, ella solo tenía 17 años”. Era una jovencita cuyo crimen había sido enseñar clases a los niños Bahá’ís quienes no tenían permitido asistir a la escuela. Lo cual parece incomprensible. “Sabes a lo que me refiero”.
La chica de ojos verdes y cabello marrón tenía una gran y constante sonrisa. Cuando ves fotos de Mona, sonríes también. Su efervescencia parece salir de aquellas páginas. “Y su forma de ser no tenía comparación alguna”.
Combinada en ella la humildad y la dignidad de un Bahá’í maduro y la inocencia de pureza de un niño tierno, Mona era popular entre sus pares. Ella entendía la importancia de la educación; ella misma tenía planes de estudiar medicina. Mona daba clases a los niños Bahá’is debido a que estos habían sido vetados de la escuela. Este fue el “crimen” que la llevó a la horca.
En 1982, durante el tiempo en que las persecuciones Bahá’ís, la más grande minoría religiosa de Irán, estaban en aumento a un nivel alarmante, Mona valientemente escribió un ensayo que enfureció a la escuela de oficiales. En este ella se atrevió a demandar:
«¿Por qué en mi país aquellos que son miembros de mi religión son raptados y sacados de sus hogares en medio de la noche y llevados a mezquitas para ser azotados? Así como hemos sido testigos recientemente en nuestra propia ciudad, Shiraz, sus hogares son saqueados e incendiados. Cientos de personas salen de sus casas con miedo. ¿Por qué? ¿Este es el regalo de libertad que ha traído el islam? ¿Por qué no tengo libertad para expresar mis ideas en esta sociedad? ¿Por qué no tengo libertad de expresión para poder escribir en los diarios y expresar mis ideas en la radio y en la televisión?»
Unos pocos días después de esto, recibieron una ominosa llamada a la puerta de su hogar.
Su madre, entendiblemente alterada por el arresto de su esposo, se distrajo y fue en ese momento que los guardias arrestaron también su hija menor. “Entiendo que quieres llevarte a mi esposo, pero ¿por qué también quieres llevarte a Mona?” La mamá suplicaba: “Ella solo es una niña”.
Se sabe que uno de ellos respondió: “No la llames niña. Deberías decirle una pequeña maestra Bahá’i. Mira este poema. Esta no es la obra de una niña. Esto podría incendiar el mundo en llamas. Y algún día se convertirá en una gran maestra Bahá’í”.
Esa fue una declaración premonitora. Después de su muerte, Mona se convirtió en aquella gran maestra, porque su historia continúa alarmando, fascinando e intrigando. La curiosidad de entender qué hizo que esta vibrante adolescente acepte su destino, empuja a las personas a querer investigar la Fe Bahá’í cuando, de otra manera, no lo habrían hecho.
Mona amonestó a su madre:
«¿Por qué le ruegas a estas personas? ¿Qué ofensa he cometido? ¿He sido mala? ¿Hemos acaso traficado bienes a nuestro hogar? Ellos me arrestan solo porque creo en Bahá’u’lláh. Madre, esto no es irse prisión, esto es irse al Cielo. Esto no es caerse a un agujero, esto es elevarse y llegar hasta la luna»
Aquella hermosa niña, que no llegaría a convertirse nunca en una mujer adulta, fue sometida cuatro veces a largas interrogaciones y torturas: físicas, mentales y emocionales. Durante cada sesión, se le prometía que, si renunciaba a su creencia en la Fe Bahá’í, entonces podría regresar a casa, a la escuela y todo estaría bien otra vez. Ella se rehusaba cada vez:
«Preguntad a un bahá’í si renegaría de los grandes Profetas, si rechazaría su fe, si negaría a Moisés, a Cristo o a Muhammad, y seguro que diría: «antes morir»…El bahá’í no reniega de la religión; acepta la verdad que hay en todas, y moriría por sostenerla”. – ‘Abdu’l-Bahá en Londres, p. 56.
La página web www.iranrights.orf reporta que:
«Ella fue llevada al Centro de Detención Sepah, donde estuvo incomunicada por un mes. Finalmente, se le dio permiso a su madre a tomar parte en las visitas familiares semanales a partir del 20 de noviembre. Debido a sus creencias religiosas, las autoridades de la prisión la consideraban como una infiel y, debido a eso, una “inmunda” que era sometida a tratamiento humillante al igual que los ateos que eran prisioneros políticos. Los guardias de prisión se rehusaban a tener algún contacto físico con la prisionera, incluso cuando, por ejemplo, estaban llevando a la prisionera vendada a la sala de interrogación. En ese caso, los guardias le daban la punta de un periódico enrollado y ellos tomaban la otra punta, para así evitar cualquier contacto. El Bahá’í World informa que, durante su detención, Mona era “azotada en la planta de los pies con un cable y, luego, forzada a caminar sobre sus pies ensangrentados”.
Su interrogador la desafiaba: “¿Qué sabes tú sobre religión, jovencita?” Mona respondía: “¿Existe una mejor evidencia de mi fe que el hecho que fui sacada de la escuela para ser traída aquí y ser sometida a largas horas de juicio? ¿No puedes ver acaso que es mi fe la que me ha dado la confianza de pararme frente a ti y contestar tus preguntas?”
Mona solicitó ser la última víctima en ser ejecutada para que así pudiera orar por fortaleza para cada una de sus compañeras ejecutadas frente a ellas. El abogado y defensor de los derechos humanos, Payam Akhavan dijo:
«Yo era contemporáneo de Mona y su extraordinario coraje dejó una marca profunda y duradera en mi generación. El relato de este incidente por parte de guardias de prisión que simpatizaron con ella cuenta que mientras ellas era insultada y escupida por aquellos que la habrían de colgar, ella se ponía la soga alrededor de su cuello y sonreía en un último acto de resistencia. Sus torturadores no habían logrado quebrarla. Suyo fue el triunfo del espíritu humano en contra de la crueldad inimaginable». – El régimen iraní aún teme a aquella chica colgada hace 30 años atrás, thestar.com, 12 de mayo del 2014.
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