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Un movimiento global filantrópico al que puedes unirte

V. M. Gopaul | Oct 29, 2022

PARTE 1 IN SERIES Acciones filantrópicas desinteresadas

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V. M. Gopaul | Oct 29, 2022

PARTE 1 IN SERIES Acciones filantrópicas desinteresadas

Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.

El noble deseo humano de ayudar a nuestros hermanos y hermanas está vivo y goza de buena salud: basta con mirar más allá de los titulares para encontrar un poderoso río de generosidad que fluye hacia los necesitados, los pobres y los enfermos.

Este movimiento filantrópico global, que tiene lugar en lugares cercanos a casa y en los rincones más lejanos del planeta, es tan vasto y duradero que deja perpleja a la mente. Los ricos, la clase media y los pobres forman parte de este fenómeno, y los bahá’ís del mundo desempeñan un gran papel en él, unidos a todos los ciudadanos de ideas afines en la construcción de un orden mundial justo. Tú también puedes unirte: todo lo que se necesita son actos desinteresados.

Los actos filantrópicos pueden ayudarnos a obtener «dones y poderes misericordiosos» en nuestro viaje espiritual a lo largo de la vida. Una mentalidad filantrópica siempre comienza con una acción: el simple acto de hacer algo bondadoso, como realizar una tarea o lograr un objetivo para otra persona de forma medible y concreta. Bahá’u’lláh dijo: «Que los hechos, no las palabras, sean vuestro adorno».

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A través de estas acciones, ya sean las tareas diarias, el servicio a los demás o la profesión, tu carácter se refleja a través de los actos que realizas. Si simplemente no haces ni dices nada, nadie, ni siquiera tú mismo, conocerá tus verdaderas capacidades. Cuando hacemos cosas con motivos puros para los demás, eso nos da confianza y aumenta nuestro tesoro de experiencias.

Y lo que es más importante, nuestros actos pueden servir como medida de nuestras capacidades. Cuando pasamos a la acción, incluso nuestros fracasos tienen valor, ya que nos dan la oportunidad de mejorar nuestras habilidades. Imaginemos a un niño de un año aprendiendo a caminar. Al principio, el niño se agarra a la mano de un adulto o se cuelga de los muebles mientras intenta caminar. Se cae a menudo, pero llega un día en el que consigue el equilibrio y la fuerza y adquiere la capacidad de mantenerse de pie con confianza. Del mismo modo, el esfuerzo repetido es la única forma de aumentar el conocimiento de uno mismo. Además, las obras no se asumen sino que surgen e interactúan con otros aspectos de nuestro ser más íntimo, como el conocimiento, el amor y la fe.

Por ejemplo, supongamos que quieres aprender a nadar, cosa que yo hice cuando tenía cuarenta años.

En última instancia, no hay otra forma de aprender a nadar que meterse en el agua y practicar las habilidades básicas necesarias. Pero el simple hecho de meterse en el agua puede ser un reto. A menudo, las personas que no saben nadar temen el agua y no confían en sus propias habilidades. Por eso, aprender a nadar es también confiar en uno mismo y en el profesor, y desarrollar la fe y la confianza en que se puede disfrutar con seguridad del tiempo en el agua. Sin esta fe, es difícil aprender algo. Con ella, a menudo florece el amor por el agua y, a través de la práctica y la perseverancia, aprenderás a flotar, a respirar correctamente y a mover los brazos y las piernas en conjunto. En resumen, ¡te convertirás en un nadador! El conocimiento, el amor, la fe y la acción se unen para que esto ocurra.

O considera el ejemplo de Terry Fox, un canadiense que padecía cáncer de huesos y que decidió embarcarse en un reto único. El 12 de abril de 1980, comenzó su «Maratón de la Esperanza» sumergiendo su pie artificial en el Océano Atlántico, con una pierna fuerte y una prótesis cojeando por el camino, su objetivo era cruzar el vasto continente de Norteamérica de costa a costa para recaudar veinticuatro millones de dólares. Caminó una media de cuarenta y ocho kilómetros al día.

Su hermano, que le acompañaba, estaba asombrado por la determinación de Terry. Terry sufría un dolor constante, pero seguía avanzando, impulsado por su espíritu de esperanza y fe en encontrar la cura del cáncer. Después de 5.373 kilómetros, a mitad de su viaje, el cáncer se extendió a sus pulmones, truncando su vida y su objetivo. Su espíritu, sin embargo, permaneció para siempre. Hoy se conmemora su heroica perseverancia con numerosos premios, becas de investigación y una carrera anual para recaudar fondos que se celebra en 60 países en su nombre. Su corta vida, llena de sacrificio, valor y actitud positiva, inspiró a millones de personas. Con amor por los demás y fe en sí mismo, inició un viaje de esperanza. Terry Fox se recreó a sí mismo, transformando a un hombre con una enfermedad mortal en una visión de esperanza para los demás.

Terry Fox es un gran ejemplo de cómo, cuando nos mueve el espíritu, ni siquiera el dolor y el sufrimiento físicos pueden impedirnos alcanzar logros extraordinarios. Los actos hablan más que las palabras. En la Fe bahá’í se desaconseja mucho la palabrería. La oración y la meditación por sí solas no son suficientes para descubrir el verdadero ser; uno debe comprometerse con la acción. Bahá’u’lláh hizo una severa advertencia sobre la falta de acción en la propia vida con estas palabras: “La esencia de la fe es ser parco en palabras y abundante en hechos; de aquel cuyas palabras sobrepasan a sus hechos”.

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Las enseñanzas bahá’ís dicen que no debemos limitar nuestras acciones a ayudarnos a nosotros mismos o a nuestros familiares más cercanos. Debemos adoptar una conciencia global. Esto significa considerar a la humanidad como una sola familia. Significa asumir la responsabilidad de ser un miembro de esta familia. En un planeta de miles de millones de personas, nuestras buenas acciones pueden abarcar a los de cualquier ciudad, cualquier país, cualquier continente, dondequiera que haya una necesidad. Esta apertura es otro gran fenómeno de la época en que vivimos.

¿Qué obras son aceptables a los ojos de Dios? En el siguiente hermoso pasaje de sus escritos, Bahá’u’lláh nos dice:

Sé generoso en la prosperidad y agradecido en la adversidad. Sé digno de la confianza de tu prójimo, y mírale con rostro resplandeciente y amistoso. Sé para el pobre un tesoro, para el rico, un amonestador; sé uno que responde al llamado del menesteroso, y guarda la santidad de tu promesa. Sé recto en tu juicio y moderado en tu palabra. No seas injusto con nadie, y a todos muestra mansedumbre. Sé como una lámpara para quienes andan en tinieblas, una alegría para los entristecidos, un mar para los sedientos, un asilo para los afligidos, un sostenedor y defensor de la víctima de la opresión. Que la integridad y rectitud distingan todos tus actos. Sé un hogar para el forastero, un bálsamo para el que padece, un baluarte para el fugitivo. Sé ojos para el ciego y una luz de guía a los pies de los que yerran. Sé un ornamento del semblante de la verdad, una corona sobre la frente de la fidelidad, un pilar del templo de la rectitud, un hálito de vida para el cuerpo de la humanidad, una insignia de las huestes de la justicia, un lucero sobre el horizonte de la virtud, un rocío para la tierra del corazón humano, un arca en el océano del conocimiento, un sol en el cielo de la munificencia, una gema en la diadema de la sabiduría, una luz refulgente en el firmamento de tu generación, un fruto del árbol de la humildad.

He leído este pasaje muchas veces a lo largo de mi vida. En diferentes momentos, diferentes partes resuenan en mí. ¿Y qué hay de ti?

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