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Justicia

¿El orden prevaleciente? Lamentablemente defectuoso

David Langness | Nov 13, 2020

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David Langness | Nov 13, 2020

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Considere estas dos preguntas: ¿confía en nuestro orden político prevaleciente? No importa en qué país viva o cómo describa sus creencias, ¿el actual sistema de gobierno funciona realmente para usted?

Cuando los encuestadores hacen esas preguntas u otras similares a miles de personas en varios países de todo el mundo, las respuestas suelen ser un rotundo «No». Múltiples encuestas han demostrado que una abrumadora mayoría de personas en muchas partes del mundo ya no confían en que sus gobiernos resuelvan los problemas sociales apremiantes o traten de manera justa y equitativa los problemas de la gente.

Este fenómeno global de división y desconfianza ha alcanzado proporciones épicas.

Incluso en los Estados Unidos, una de las democracias más aclamadas del mundo, la confianza pública en el gobierno ha alcanzado un punto muy bajo: en septiembre de 2020, el Centro de Investigación Pew informó que solo el 20% de todos los estadounidenses confían en que su gobierno federal «haga lo correcto» la mayor parte o todo el tiempo. La confianza de los estadounidenses en la capacidad del gobierno de su país para manejar eficazmente los problemas nacionales e internacionales también ha disminuido precipitadamente, hasta llegar a cifras bajas, según la encuesta más reciente de Gallup Poll. Tristemente, el índice de aprobación del Congreso de los EE.UU. recientemente ha caído muy bajo.

Esta visión sombría y desoladora de la eficacia del actual sistema de gobierno no es una sorpresa para los bahá’ís del mundo. El profeta y fundador de la fe bahá’í, Bahá’u’lláh, escribió a mediados del siglo XIX que «el orden prevaleciente resulta ser deplorablemente defectuoso»:

¿Hasta cuándo persistirá la humanidad en su descarrío? ¿Hasta cuándo continuará la injusticia? ¿Hasta cuándo reinarán el caos y la confusión entre los hombres? ¿Hasta cuándo agitará la discordia la faz de la sociedad? Los vientos de la desesperación, lamentablemente, soplan desde todas direcciones, y la contienda que divide y aflige a la raza humana crece día a día. Los signos de convulsiones y caos inminentes pueden discernirse ahora, por cuanto el orden prevaleciente resulta ser deplorablemente defectuoso. Imploro a Dios, exaltada sea Su gloria, que benévolamente despierte a los pueblos de la tierra, que conceda que el resultado de su conducta les sea provechoso, y les ayude a realizar lo que es digno de su posición.

«Pronto», Bahá’u’lláh también declaró, «el orden actual será enrollado y uno nuevo será desplegado en su lugar».

¿Qué quiso decir Bahá’u’lláh cuando escribió estas palabras? En este corto conjunto de ensayos, consideraremos tres posibles implicaciones de este importante pasaje de los escritos de Bahá’u’lláh y las aplicaremos a la realidad política actual del mundo con la esperanza de entender el futuro de nuestro orden prevaleciente. Empecemos con las «convulsiones y caos» a las que se refería Bahá’u’lláh, y veamos si podemos desentrañar lo que eso podría significar.

La política del caos

Ciertamente hemos visto «signos de convulsiones y caos inminentes» en nuestras estructuras gubernamentales recientemente. Cualquiera que mire de cerca las operaciones de la mayoría de los gobiernos nacionales soberanos del mundo puede reconocer esas fuerzas de división, desunión y desintegración en acción. De hecho, muchos astutos observadores sociales y politólogos utilizan ahora esos términos exactos para definir nuestro actual estado de gobierno. Jonathan Rauch, escribiendo en el Atlántico en julio de 2016, hizo eco de las palabras de Bahá’u’lláh al llamar a esta tendencia un «síndrome del caos»:

«El síndrome del caos es una disminución crónica de la capacidad de autoorganización del sistema político. Comienza con el debilitamiento de las instituciones y los intermediarios como los partidos políticos, los políticos en carrera, los comités y los líderes del Congreso, quienes históricamente han hecho responsables a los políticos y entre sí y han impedido que todos en el sistema persigan un interés propio todo el tiempo. A medida que la influencia de estos intermediarios se desvanece, los políticos, los activistas y los votantes se vuelven más individualistas e irresponsables. El sistema se atomiza. El caos se convierte en la nueva normalidad, tanto en las campañas como en el propio gobierno…”

Como muchos otros trastornos, el síndrome del caos se refuerza a sí mismo. Causa disfunción gubernamental, la cual alimenta la ira pública, que incita a la perturbación política, lo cual causa aún más disfunción gubernamental.

Hace más de medio siglo, en noviembre de 1969, la Casa Universal de Justicia, el órgano de liderazgo elegido democráticamente por la comunidad mundial bahá’í, escribió a los bahá’ís del mundo sobre esta grave situación:

Los gobiernos y los pueblos de las naciones desarrolladas y en desarrollo, así como otras instituciones humanas, seculares y religiosas, al verse impotentes para invertir la tendencia de los acontecimientos catastróficos del día, se encuentran desconcertados y abrumados por la magnitud y la complejidad de los problemas a los que se enfrentan. En esta hora fatídica de la historia humana, muchos, por desgracia, parecen contentos de mantenerse al margen y retorcerse las manos en señal de desesperación, o bien se unen a la babel de gritos y protestas que se opone con fuerza, pero que no ofrece ninguna solución a los males y a los sufrimientos que asolan nuestra época. [Traducción provisional]

¿Les suena familiar? La mayoría de la gente, al observar la locura, los engaños y la corrupción aparentemente endémicos en gran parte de la política actual, termina retorciéndose las manos en la desesperación, sintiéndose impotente para cambiar el curso de una carrera tan caótica y precipitada hacia la disfunción y la anarquía. Este síndrome del caos, escribió Bahá’u’lláh, viene directamente de «la contienda” “que divide y aflige a la raza humana crece día a día».

Las enseñanzas bahá’ís ofrecen un remedio para responder a esa lucha, fomentando la unidad. Mientras que gran parte del mundo lucha por sus puntos de vista y posiciones políticas, los bahá’ís intentan hacer lo contrario renunciando al campo de batalla partidista por una acogida más amplia de toda la humanidad:

Que no quede ningún recelo en cuanto al propósito que anima a la Ley mundial de Bahá’u’lláh. Lejos de tender a la subversión de los fundamentos actuales de la sociedad, trata de ampliar su base, de amoldar sus instituciones en consonancia con las necesidades de un mundo en constante cambio. No está en conflicto con compromisos legítimos ni socava lealtades esenciales. Su propósito no es ni sofocar la llama de un sano e inteligente patriotismo en el corazón del hombre, ni abolir el sistema de autonomía nacional tan esencial cuando se busca evitar los males de un excesivo centralismo. No ignora ni intenta suprimir la diversidad de orígenes étnicos, de climas, de historia, de idioma y de tradición, de pensamiento y de costumbres que distinguen a los pueblos y naciones del mundo. Insta a una lealtad más amplia, a un anhelo mayor que cualquiera que los que la raza humana ha sentido. Insiste en la subordinación de móviles e intereses nacionales a los imperativos reclamos de un mundo unificado.Shoghi Effendi, La meta de un nuevo orden mundial.

Entonces, ¿qué podemos hacer, como individuos, como familias, como comunidades, para combatir la confusión y el caos político desenfrenado antes de que cause que nuestras estructuras gubernamentales se desmoronen? ¿Qué podemos hacer para crear esa «lealtad más amplia» y ese «anhelo mayor» que la política partidista no permite?

En el próximo ensayo de esta serie, trataremos de encontrar respuestas a esas preguntas críticas en las enseñanzas bahá’ís.

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