Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Cuando era niño, vi una película antigua que me hizo reflexionar profundamente sobre la muerte. Se llama On Borrowed Time y cuenta una antigua fábula griega sobre la Muerte atrapada en un árbol, incapaz de hacer su trabajo.
Habría que ver la película para captar todo su impacto, pero lo resumiré: básicamente, para salvar a su querido abuelo, un joven engaña al Sr. Brink -también conocido como la Parca, la Muerte, Tánatos- para que se suba a un árbol que lo aprisiona.
En todas partes, la gente deja de morir.
Alerta de spoiler: el niño pronto aprende que la muerte es una parte esencial de la vida, y que detenerla significa prolongar el sufrimiento de millones de personas y retrasar el progreso del mundo, y de cada alma individual.
Resulta que la muerte es esencial para la vida. La vida depende de la muerte, dibujando un círculo que se prolonga desde siempre.
Tal vez esta película me ayudó a llegar a la Fe bahá’í, que conocí y empecé a investigar varios años después, cuando era adolescente. Las enseñanzas de Bahá’u’lláh sobre la vida y la muerte resonaron en mí en cuanto las escuché:
La primera vida, que pertenece al cuerpo físico, llegará a su fin, tal como ha revelado Dios: “Toda alma probará la muerte”; pero la segunda vida, que surge del conocimiento de Dios, no sabe de muerte…
¡OH HIJO DE LO MUNDANO! Grato es el reino del ser, si lo alcanzaras; glorioso es el dominio de la eternidad, si pasaras más allá del mundo de la mortalidad; dulce es el sagrado éxtasis, si bebieras del cáliz místico de manos del Joven celestial. Si lograras esta posición, te librarías de la destrucción y de la muerte, de la penuria y del pecado.
… que la verdadera vida no es la vida de carne, sino la vida del espíritu. Pues la vida de la carne es común a hombres y animales, mientras que la vida del espíritu la poseen solamente los puros de corazón, quienes han bebido del océano de la fe y han probado el fruto de la certeza. Esta vida no conoce muerte; y esta existencia está coronada por la inmortalidad.
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Pronto me di cuenta, después de llegar a la edad adulta y de sufrir la muerte de padres y abuelos y de una querida hermana menor, de que una de las tareas más grandes e importantes a las que tenemos que enfrentarnos en esta existencia física consiste en aceptar la realidad de la muerte.
Todo ser humano se enfrenta a esa misma lucha existencial.
La pérdida de un ser querido puede golpearnos muy, muy fuerte. Sufrimos, nos lamentamos y nos afligimos, y nuestro dolor puede dominarnos. En mi propia vida, he descubierto que es de gran ayuda poder recordar y tener un recuerdo físico de la presencia de ese ser querido, un lugar que visitar, donde la memoria y la meditación puedan evocar el espíritu de esa persona fallecida.
El dolor es en realidad solo amor expresado en la ausencia del amado, y por esa razón las enseñanzas bahá’ís recomiendan el entierro. Abdu’l-Bahá, en una carta que escribió a Laura Clifford Barney sobre el entierro frente a la cremación, dijo:
… aunque el alma humana haya cortado su conexión con el cuerpo, los amigos y amantes siguen apegados con vehemencia a lo que queda, y no pueden soportar que se destruya instantáneamente. No pueden, por ejemplo, ver el rostro retratado del difunto borrado y disperso, aunque una fotografía es solo su sombra y al final también debe desvanecerse. En la medida de sus posibilidades, protegen cualquier resto que tengan de él, ya sea un fragmento de arcilla, un árbol o una piedra. Entonces, ¡cuánto más atesoran su forma terrenal! El corazón nunca puede aceptar mirar el cuerpo apreciado de un amigo, un padre, una madre, un hermano, un hijo, y verlo caer instantáneamente en la nada, y esto es una exigencia del amor. [Traducción provisional]
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¿Por qué conservamos las fotografías, los vídeos y las cartas de nuestros familiares fallecidos? Las guardamos porque nos recuerdan su amor.
Como sugiere la vieja película sobre el Sr. Brink, todos vivimos con el tiempo prestado, nuestras vidas se alejan constantemente de nuestro primer nacimiento y se acercan cada vez más al segundo. Podemos ayudarnos a nosotros mismos y a las personas que amamos reconociendo este hecho y preparándonos para su inevitable llegada. Parte de esa preparación consiste en planificar dos eventualidades respondiendo a estas preguntas: ¿Cómo puedo desarrollar mejor mi espíritu mientras sigo aquí en este plano de existencia? y ¿qué quiero hacer con mi cuerpo cuando haya cumplido su función?
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