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Nada nunca está totalmente perdido

Kathy Roman | Ago 20, 2018

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Kathy Roman | Ago 20, 2018

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Casi entro en pánico cuando perdí mi anillo favorito y más preciado, uno que mi tía me había regalado cuando me uní a la Fe Bahá’í a los 15 años.

Grabado con una hermosa caligrafía de las escrituras bahá’ís en árabe, decía:»Dios es el más glorioso». Lo atesoré por lo que simbolizaba y porque había sido el anillo que siempre usaba mi tía.

La historia de cómo perdí aquel atesorado anillo comienza cuando tenía 17 años y vivía al sur de California. Mi mejor amiga Michele y yo subimos a un avión con destino a nuestra primera conferencia bahá’í en St Louis, Missouri, por reunirnos con otros 10.000 bahá’ís. Estábamos tan emocionadas que nuestros pies apenas tocaban el suelo, ¡incluso después aterrizar! La gente vino de todas partes del mundo con un espíritu de gran alegría y unidad, pude conocer a muchos de ellos.

Una noche, un grupo de jóvenes estadounidenses se reunió después de la última sesión de conferencia de ese día. Fue muy divertido conocer almas de ideas afines y con el mismo propósito de vida. Todos habíamos compartíamos la visión bahá’í de la unidad mundial y servicio a la humanidad:

“Incumbe a todo hombre dotado de discernimiento y comprensión, esforzarse por llevar lo que ha sido escrito a la realidad y acción…. Es de hecho un hombre, quien, hoy, se dedica al servicio de toda la raza humana. El Gran Ser dice: Bienaventurado y feliz es aquel que se levanta para promover los mejores intereses de los pueblos y razas de la tierra. En otro pasaje Él ha proclamado: No debe enaltecerse quien ama a su patria, sino quien ama al mundo entero. La tierra es un solo país, y la humanidad sus ciudadanos”. – Bahá’u’lláh, Pasajes de los escritos de Bahá’u’lláh, p. 131

Después de regresar a nuestra habitación alrededor de la medianoche, me dejé caer en la cama del hotel, completamente exhausta. Aunque estaba acostumbrada a ducharme antes de acostarme, no logré reunir la energía necesaria para hacerlo, entonces me arrastré hasta el lavabo del baño para lavarme los pies. Mientras me enjabonaba, mis manos se volvieron muy resbalosas y antes de que pudiera atraparlo, mi apreciado anillo se deslizó en el fregadero y se fue por el desagüe. ¡Estaba completamente desconsolada!

Aunque solo era una posesión física, se había convertido en una posesión más grande que algo meramente material para mí. Me revolví en la cama toda la noche, completamente angustiada. ¿Hice algo para merecer esto? No podía ver ningún significado oculto en aquella pérdida. Pensé en la sabia observación que Helen Keller hizo una vez: «No podemos perder nunca lo que una vez disfrutamos profundamente. Todo lo que amamos se convierte en parte de nosotros «.

A la mañana siguiente, me desperté, sintiendo como si todo fuese una pesadilla hecha realidad. Totalmente abatida, me vestí y asistí a la primera sesión de la mañana. Michele y yo entramos al auditorio lleno de personas, pero luego, sintiéndonos agradecidas, vimos que nuestra querida amiga Ramona Brown nos había guardado asientos al frente. Ramona tenía 84 años, ella era majestuosa y hermosa. La había conocido algunos años atrás cuando tuve el privilegio de escucharla hablar de su amistad con Abdu’l-Bahá, quien es el hijo del profeta y fundador de la Fe Bahá’í, Bahá’u’lláh. Ella pudo pasar mucho tiempo con Abdu’l-Bahá en 1912 cuando este visitó California desde Tierra Santa.

Ramona había compartido generosamente las historias de sus muchos encuentros con Abdu’l-Bahá cada vez que estaba junto con los jóvenes bahá’ís. Era una mujer fuerte, educada y sabia, que había llevado una vida fascinante, viajando sin miedo por el mundo al servicio de la humanidad. Las historias que nos contó fueron encantadoras y mágicas, y más tarde documentó muchas de estas en su libro “Memorias de Abdu’l-Bahá”. Nos hicimos muy amigas y me quedé con ella cuando visitó a su hija, Barbara West, en Los Ángeles. También la visité en su casa en la playa de La Jolla entre cartas y llamadas telefónicas.

Mientras tomaba asiento, la sesión de la mañana estaba a punto de comenzar y no había tiempo para charlar. Miré a Ramona, vestida tan elegantemente con una encantadora bufanda de encaje sobre su cabello perfectamente peinado. Con una mirada angustiada en mi rostro, me incliné hacia ella y le susurré: «Perdí mi anillo bahá’í».

Ella me dio una pequeña sonrisa y una sacudida de cabeza en señal de desaprobación, como diciendo: «No te preocupes. Debes tener fe en que las cosas siempre salen lo mejor posible «.

El primer orador dio la bienvenida a la audiencia y abrió la conferencia. Miré a Ramona mientras buscaba algo en su bolso y sacaba una pequeña caja envuelta en papel de seda. Ella susurró: «Este fue un regalo de Abdu’l-Bahá».

Abrí el envoltorio y jadeé cuando vi en mis manos un hermoso anillo. Era dorado con una impresionante piedra persa, y la inscripción en árabe, «Dios es el más glorioso». Delicada, encantadora y de color melocotón, era lo más hermoso que había visto en mi vida.

Me volví hacia Ramona y sacudí mi cabeza en apuros, «¡No! Esto no podría ser para mí «, pensé. Con una hermosa y serena sonrisa, asintió con la cabeza suavemente, como para decir: «Sí, esto es para ti».

Estaba desconcertada y asombrada. No le había contado sobre mi anillo perdido hasta segundos antes. ¿Cómo podría haber sabido que necesitaría un anillo nuevo? y más allá de eso, ¿cómo podía ella separarse de aquel precioso anillo regalado por Abdu’l-Baha?

Décadas más tarde, mi amiga Ramona falleció, pero recuerdo esa mística mañana vívidamente. En la contraportada del libro que ella escribiría años más tarde se encuentra una foto de ella. En esa imagen, ella está usando su anillo favorito de Abdu’l-Bahá y ahora miro hacia abajo y ese mismo anillo está en mi dedo.

Nunca podré explicar la magia y el misterio de aquel momento. Nunca me mereceré lo que sucedió ese día, pero ahora sé que todo lo que perdemos luego se presenta de alguna otra forma, algo para recordar es que siempre existe un significado más profundo en todo lo que nos pasa y, sin importar qué tan mal parezcan las cosas, nunca nada está totalmente perdido.

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