Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Los humanos poseemos algunos rasgos peculiares—culpar al mensajero tiene que ser uno de los más extraños.
Puede llamarlo matar al mensajero, culpar al portador de malas noticias o la falacia lógica ad hominem, pero todo se reduce a lo mismo: cuando recibimos un mensaje que no nos gusta, solemos desquitarnos con el que nos entregó el mensaje. Lo hemos hecho desde antes que los antiguos dramaturgos griegos escribieran al respecto:
“…nadie desea un mensajero con malas noticias”. —Sófocles, Antígona, Pehuén Editores, 2001.
Los viejos adagios sobre este tema tan humano originaron mucho antes que evolucionaran los medios de comunicación modernos. En tiempos antiguos, los reyes y ejércitos usaron mensajeros para comunicarse entre sí, generalmente jóvenes valientes que cruzaban la línea enemiga para entregar un mensaje al lado contrario. Estos enviados y emisarios humanos, como es de esperarse, a veces entregaban malas noticias—y sufrían las consecuencias. No todos los líderes mataban a los mensajeros—algunos se consideraban más progresistas, como Alejandro Magno y su conocida respuesta a los mensajeros que enviara un rey opositor:
Usted teme el castigo y pide por su vida. Lo dejaré libre y usted verá la diferencia entre un rey griego y un tirano bárbaro. No espere sufrir ningún daño de mí. Un rey no mata a los mensajeros. —Alejandro Magno
La mayoría de líderes, sin embargo, consideraban a los mensajeros blanco fácil. Un famoso lamento español expresa el destino de uno de estos mensajeros: ¡Ay de mi Alhama! Expresión del rey moro Boabdil (Abu Al-Jacen). Cuando el rey supo la noticia de la caída de la ciudad de Alhama en 1482 ante los conquistadores católicos, en el instante quemó los mensajes escritos y mandó matar al mensajero.
El rey sabía que la pérdida de Alhama significaba que su reinado llegaba a su fin, así que atacó violentamente al primer objetivo a su disposición. Sigmund Feud explicó posteriormente que:
“…un determinante más de esta conducta del rey era su necesidad de combatir la sensación de indefensión, Al quemar las cartas y mandar matar al mensajero trataba de seguir mostrando su poder absoluto”. —Sigmund Feud, De la Metapsicología, pág. 455.
Supongo que se le podría llamar negación o rabia, o hasta mecanismo de autodefensa, pero matar al mensajero parece que nos permite hacer de caso, aunque por breves momentos, que también podemos matar el mensaje en sí.
Cuando uno se da cuenta, empieza a reconocer en todas partes la psicología de culpar al mensajero. Los líderes políticos lo hacen constantemente, culpando a los medios por sus problemas, atacando a reporteros, presentadores de noticias y hasta periódicos y canales noticiosos. Las empresas y gobiernos culpan a los denunciantes e informantes anónimos, en vez de escudriñar su propia conducta inmoral e ilegal, cuando ha sido puesto en evidencia ante la vista de todos. Los científicos que entregan advertencias ambientales a menudo son ridiculizados y criticados públicamente por su trabajo. Los funcionarios que filtran documentos importantes—Daniel Ellsberg, quien famosamente filtró los Papeles del Pentágono al New York Times en 1971, por ejemplo—a veces hasta se les han imputado cargos, como Ellsberg, de espionaje y traición.
Pero no hay ejemplo más evidente de matar al mensajero que el terrible trato que la humanidad les ha impartido repetidamente a los mensajeros de Dios.
Todos los mensajeros de Dios, todo fundador de una Fe mundial, ha sufrido persecución por proclamar un nuevo sistema de creencias:
Tú has sabido cuán penosamente han sido atormentados los Profetas de Dios, Sus Mensajeros y Escogidos. Medita un momento sobre los motivos y razones que han sido responsables de tal persecución. En ningún tiempo, en ninguna Dispensación, se han librado los Profetas de Dios de la blasfemia de sus enemigos, la crueldad de sus opresores, la condena de los doctos de su época, los cuales han aparecido disfrazados de rectitud y piedad. Día y noche pasaban sufrimientos tan intensos que nadie podrá jamás medir, salvo el conocimiento del único Dios verdadero, exaltada sea Su gloria. – Bahá’u’lláh, Pasajes de los escritos de Bahá’u’lláh, página 70
Parece un emprendimiento que vale la pena—“meditar un momento sobre los motivos y razones que han sido responsables de tal persecución”, como recomienda Bahá’u’lláh. Entonces, en esta serie de ensayos, eso es lo que haremos—meditaremos y ponderaremos la persecución de los mensajeros divinos y trataremos de entender este aparentemente intratable y perverso patrón de crueldad, martirio, tortura y rechazo a la que ha sometido la humanidad a sus figuras más reverenciadas.
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