Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
¿Puede la conciencia humana existir independientemente de un cerebro funcional? Absolutamente no, dicen muchos científicos. Pero dos libros recientes de estudiosos del cerebro han puesto en duda esa conclusión básica.
La cosmovisión materialista convencional, sostenida por muchos, postula que toda la conciencia es resultado solo del propio cerebro, de las neuronas que disparan impulsos eléctricos. Esta visión mantiene que cuando el cerebro deja de funcionar, también lo hace la conciencia.
Pero otra cosmovisión emergente ofrece una perspectiva completamente diferente: la conciencia va más allá de las estructuras materiales del cerebro, existe independientemente de ella y trasciende lo físico. Esta es la visión bahá’í:
Es evidente, por lo tanto, que el hombre tiene dos aspectos: como animal está sujeto a la naturaleza, pero en su ser espiritual o consciente transciende el mundo de la existencia material. Sus poderes espirituales, siendo más nobles y más elevados, poseen virtudes de las cuales la naturaleza intrínsecamente no tiene evidencia, por lo cual ellos triunfan sobre las condiciones naturales. Estas virtudes o poderes ideales en el hombre sobrepasan o abarcan a la naturaleza, comprenden las leyes naturales y los fenómenos, penetran los misterios de lo desconocido e invisible, y los ponen de manifestó en el dominio de lo conocido y visible. – Abdu’l-Bahá, La Promulgación a la Paz Universal, pág. 98.
Los libros que desafían la visión convencional, escritos por un neuroanatomista de Harvard y un neurocirujano experimentado y profesor de la Universidad de Duke, informan la existencia continua de la conciencia humana a pesar de una discapacidad cerebral grave y lo hacen desde la experiencia personal.
Aquí, desde sus sitios web, hay dos resúmenes de los graves impedimentos y los efectos que tuvieron:
Jill Bolte Taylor era una científica cerebral de 37 años formada y educada en Harvard cuando un vaso sanguíneo explotó en su cerebro. Siendo ella testigo con sus curiosos ojos de neuroanatomista, observó cómo su mente se deterioraba por completo, por lo que no podía caminar, hablar, leer, escribir ni recordar nada de su vida. Debido a su comprensión de cómo funciona el cerebro, su respeto por las células que componen su forma humana y siendo una madre increíble, Jill recuperó completamente su mente, cerebro y cuerpo.En su libro «Mi golpe de consciencia: el viaje personal de una científica del cerebro», Jill comparte con nosotros sus recomendaciones para la recuperación y el aprendizaje que obtuvo de las funciones únicas de los hemisferios derecho e izquierdo de su cerebro.Habiendo perdido la capacidad de su cerebro izquierdo de categorizar, organizar, describir, juzgar y analizar críticamente, junto con sus centros de lenguaje y, por lo tanto, el centro del ego, la conciencia de Jill se alejó de la realidad normal. En ausencia de los circuitos neuronales de su cerebro izquierdo, su conciencia cambió a un momento presente pensando que se experimentó a sí misma como «una con el universo». – http://drjilltaylor.com/book.html
El Dr. Eben Alexander, un neurocirujano altamente capacitado que había operado miles de cerebros en el curso de su carrera, sabía que lo que las personas de fe llaman el «alma» es realmente un producto de la química cerebral. Él hubiese sido el primero en explicar las experiencias cercanas a la muerte, podría sentirse real para las personas que las experimentan, pero en realidad son simplemente fantasías producidas por cerebros bajo un estrés extremo.
Luego llegó el día en que el propio cerebro del Dr. Alexander fue atacado por una enfermedad extremadamente rara. La parte del cerebro que controla el pensamiento y la emoción, y en esencia nos hace humanos, dejó de funcionar completamente. Durante siete días, Alexander yació en una cama de hospital en un coma profundo. Luego, cuando sus médicos sopesaron la posibilidad de terminar con el tratamiento, los ojos de Alexander se abrieron de golpe. Había regresado.
La recuperación de Alexander es, desde cualquier perspectiva, un milagro médico. Pero el verdadero milagro de su historia es otra. Mientras su cuerpo estaba en coma, Alexander viajó más allá de este mundo y se encontró con un ser angelical que lo guió a los reinos más profundos de la existencia suprafísica. Allí se encontró con la fuente divina del universo mismo. – http://ebenalexander.com/books/proof-of-heaven/
Después de su propia experiencia, el Dr. Alexander escribió «La evidencia del cielo: El viaje de un neurocirujano a la otra vida», un libro sobre su comprensión de que la conciencia humana no depende únicamente del cerebro biológico.
Ambos científicos creían anteriormente en el paradigma dominante: que la conciencia humana emana solo de las estructuras físicas. Pero después de sus propias experiencias debilitantes y potencialmente mortales: un derrame cerebral grave y una meningoencefalitis bacteriana casi mortal, ambos aprendieron una nueva forma de ver la realidad. Ambos se dieron cuenta que con sus cerebros gravemente deteriorados su conciencia no disminuyó ni desapareció, sino que se expandió, creció y se hizo más consciente de los aspectos espirituales de la vida.
Esa creencia en el espíritu humano, el conocimiento invisible de una vida que se extiende más allá de lo material, reside en el centro mismo de las enseñanzas bahá’ís:
Los filósofos del mundo están divididos en dos clases: los materialistas que niegan al espíritu y su inmortalidad, y los filósofos divinos, los sabios de Dios, los verdaderos iluminados que creen en el espíritu y su continuación en el más allá. Los filósofos antiguos enseñaron que el hombre simplemente consistía en los elementos materiales que componían su estructura celular y que cuando esta composición se desintegraba, la vida del hombre se extinguía. Razonaban que el hombre es sólo cuerpo, y que de esta composición elemental procedían los órganos y sus funciones, los sentidos, los poderes y atributos que caracterizan al hombre, y que ellos desaparecen completamente con el cuerpo físico. Esta es prácticamente la declaración de todos los materialistas.
Los filósofos divinos proclaman que el espíritu del hombre es inmortal y eterno. Y debido a las objeciones de los materialistas estos sabios de Dios han ofrecido pruebas racionales que sustentan la validez de su declaración. Puesto que los filósofos materialistas niegan los Libros de Dios, la demostración basada en las escrituras no es evidencia para ellos y las pruebas materiales son necesarias. Al contestarles, los hombres de conocimiento divino han dicho que todo fenómeno existente puede reducirse a grados o reinos, clasificados progresivamente como mineral, vegetal, animal y humano, cada uno de los cuales posee un grado o función e inteligencia. – Abdu’l-Bahá, La promulgación a la paz universal, pág. 252.
Nuestra conciencia humana, entonces, refleja una consciencia superior y prueba que esta existe. Cada uno de nosotros tiene el poder, dicen las enseñanzas bahá’ís, para acceder a esa conciencia superior y «vivir en una unidad consciente con el mundo eterno»:
…así como el hombre necesita la educación exterior, también necesita el refinamiento ideal. En tanto el sentido externo de la vista sea necesario para él, debería también poseer perspicacia y percepción consiente. En tanto necesite el oído, al mismo tiempo la memoria será esencial, así como le es indispensable el cuerpo, de igual modo la mente es un requisito; una es virtud material, la otra es ideal. Como criaturas humanas aptas y calificadas con este doble don, debemos esforzarnos mediante la asistencia y gracia de Dios y por el empleo de nuestro poder ideal del intelecto debemos lograr todas las virtudes excelsas para que podamos contemplar el esplendor del Sol de la Realidad, reflejar el espíritu del Reino, contemplar las manifiestas evidencias de la realidad de la Divinidad, comprender las irrefutables pruebas de la inmortalidad del alma, vivir en identificación consciente con el mundo eterno y vivificarnos y despertarnos con la vida y el amor de Dios. – Abdu’l-Bahá, La promulgación a la paz universal, pág. 329.
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