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Personajes bahá’ís en ficción: Canarios en una mina de carbón

David Langness | Ago 31, 2022

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David Langness | Ago 31, 2022

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«Si quieres los hechos, lee no ficción. Si quieres la verdad, lee ficción». Cuando enseñaba literatura en la universidad, siempre ponía esas dos frases al principio de cada temario de clase.

No recuerdo dónde se originó esa frase -quizá se me ocurrió a mí, o a alguien más y he olvidado quién-, pero sea cual sea su origen, creo firmemente en la exactitud de la afirmación.

Al igual que la poesía, la ficción permite a sus autores la creatividad y la licencia literaria para tomar las cosas más profundas y verdaderas que han aprendido de la vida e incorporar esas verdades en su obra. Los novelistas, cuentistas, dramaturgos y guionistas no están sujetos a las rígidas limitaciones fácticas de la biografía ni a los límites físicos del mundo material o los acontecimientos registrados de la historia, sino que pueden profundizar en las aspiraciones, las motivaciones y los atributos humanos, utilizando la ficción para explorar tanto el paisaje interior como el exterior.

Tal vez por eso nuestros mejores artistas pueden funcionar a veces como sistemas anticipados de alarma, lo que el escritor Kurt Vonnegut llamó su «teoría del canario en la mina de carbón de las artes». En un discurso ante la Sociedad Americana de Física, publicado posteriormente como «Physicist, Heal Thyself» en el Chicago Tribune Magazine en 1969, Vonnegut escribió:

A veces me preguntaba cuál era la utilidad de cualquiera de las artes. Lo mejor que pude descubrir fue lo que yo llamo la teoría del canario en la mina de carbón de las artes. Esta teoría dice que los artistas son útiles para la sociedad porque son muy sensibles. Son extremadamente sensibles. Se desploman como canarios en minas de carbón envenenadas mucho antes de que los más robustos se den cuenta de que hay algún peligro.

Tal vez la ficción posea esa función supersensible porque puede desviarse profundamente hacia el ámbito espiritual. Por eso, leemos libros y vemos obras de teatro y películas que no solo nos hablan a la mente, sino también al corazón y al alma.

Todo esto significa que una historia puede ser más verdadera que la verdad, que puede contener y transmitir el más profundo de los significados.

Las culturas indígenas saben que las historias, una narración contada en poemas, canciones, ceremonias, fábulas, mitos y cuentos, pueden cautivar al público, tener autoridad moral y transmitir temas profundos y relevantes para la vida real. Estas culturas consideran el arte como un don del Gran Espíritu, una emanación de algo sagrado, un esfuerzo sagrado destinado a hacer avanzar la cultura.

Las enseñanzas bahá’ís confirman este concepto al fomentar con entusiasmo los esfuerzos artísticos de todo tipo. Abdu’l-Bahá, citado por Lady Blomfield en su libro The Chosen Highway, dijo:

Todo arte es un don del Espíritu Santo. Cuando esta luz brilla a través de la mente de un músico, se manifiesta en bellas armonías. Asimismo, cuando brilla a través de la mente de un poeta, se manifiesta en la fina poesía y en la prosa poética. Cuando la Luz del Sol de la Verdad inspira la mente de un pintor, este produce cuadros maravillosos. Estos dones cumplen su propósito más elevado, cuando muestran la alabanza de Dios. [Traducción provisional de Oriana Vento]

Cuando Abdu’l-Bahá habló con la escritora Mary Lucas sobre este tema, como ella relató en su libro A Brief Account of My Visit to Acca, explicó una de las razones por las que todas las personas aman el arte de una buena historia:

Es natural que el corazón y el espíritu se complazcan y disfruten de todas las cosas que muestran simetría, armonía y perfección. Por ejemplo: una casa hermosa, un jardín bien diseñado, una línea simétrica, un movimiento elegante, un libro bien escrito, una ropa agradable, de hecho, todas las cosas que tienen en sí mismas gracia o belleza son agradables para el corazón y el espíritu … [Traducción provisional de Oriana Vento].

El arte, por tanto, puede crear la expresión más bella del espíritu humano y, en el proceso, servir como elemento premonitorio de lo que la humanidad tendrá que afrontar en el futuro.

Esto podría explicar por qué últimamente aparecen cada vez más personajes bahá’ís en la ficción y el cine.

El mes pasado leí la última novela del renombrado autor británico Ken Follett, Never, una obra de ficción aterradoramente realista y urgente sobre una crisis global que podría provocar el estallido de una tercera guerra mundial. Uno de los personajes del libro es un bahá’í, un ciudadano iraní perseguido en el país africano donde vive a causa de su fe. Situado en el centro de la temática del libro, el personaje dice que los bahá’ís «creen que todas las religiones son buenas, porque todas adoran al mismo dios, aunque le den nombres diferentes».

Es obvio que el autor investigó bien, porque modeló el diálogo de su personaje a partir de las propias enseñanzas bahá’ís. Abdu’l-Bahá dijo, en una charla que dio en Montreal en 1912:

Todos los pueblos adoran al mismo Dios y son por igual sus siervos. Cuando sean capaces de comunicarse libremente, se asociarán en amistad y concordia, sentirán el mayor amor y compañerismo los unos por los otros, y Oriente y Occidente se abrazarán en unidad y acuerdo. [Traducción provisional de Oriana Vento]

El mundo tiene una gran necesidad de paz internacional. Hasta que no se establezca, la humanidad no alcanzará la compostura y la tranquilidad.

Akeem, el personaje bahá’í de Never, no ocupa mucho espacio en la novela, pero tiene un papel temático muy importante. Encarna el enfoque amable, pacífico y unificador del mundo que el autor cree claramente que todos debemos adoptar para evitar una posible calamidad global. El libro de Follett imagina plenamente el peor desastre humano posible, una catástrofe nuclear global, y lo presenta de forma espeluznante como una posibilidad muy real. Aunque el libro puede provocar pesadillas a algunos lectores, también puede servir como el canario de Vonnegut, si prestamos atención y nos centramos en la advertencia del autor.

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Las obras artísticas y literarias como Never pueden llevarnos al borde del precipicio, y dejarnos ver lo que podría pasar si seguimos nuestro rumbo actual y caemos por ese peligroso abismo. La lectura de un libro como este nos obliga a visualizar las consecuencias finales de continuar por nuestro curso actual, y también nos permite imaginar lo que podría suponer tomar otro camino. Bahá’u’lláh enseñó que el propósito de todo esfuerzo artístico, y de todo aprendizaje, es la promoción del «bienestar del mundo»:

El propósito del aprendizaje debe ser la promoción del bienestar del pueblo, y esto puede lograrse a través de la artesanía. Se ha revelado y se repite ahora que debe apreciarse el verdadero valor de los artistas y los artesanos, pues ellos hacen avanzar los asuntos de la humanidad. Así como los fundamentos de la religión se hacen firmes a través de la Ley de Dios, los medios de sustento dependen de quienes se dedican a las artes y los oficios. El verdadero aprendizaje es el que conduce al bienestar del mundo, no al orgullo y la arrogancia, ni a la tiranía, la violencia y el pillaje. [Traducción provisional de Oriana Vento].

Podemos aprender mucho sobre el bienestar del mundo gracias a la literatura. Dado que las historias con mensajes de advertencia como » Never » exploran tan profundamente los anhelos y las motivaciones de la humanidad, y dado que estas historias nos permiten vislumbrar el futuro distópico al que podríamos enfrentarnos, ellas nos ofrecen una manera de considerar lo que podría suceder si continuamos viajando por el camino díscolo en el que estamos, o lo que podría ocurrir si decidimos tomar una dirección diferente hacia la unidad y la paz.

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