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Espiritualidad

¿Podemos realmente conocer a Dios?

David Langness | Oct 24, 2018

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David Langness | Oct 24, 2018

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Existe un misterioso enigma en el corazón de las enseñanzas bahá’ís, y me he esforzado durante toda mi vida por tratar de entenderlo.

¿Puedes descubrir cuál es en estas tres pequeñas citas de Bahá’u’lláh?

 “Los Mensajeros Divinos han sido enviados, y sus Libros han sido revelados con el propósito de promover el conocimiento de Dios y fomentar la unidad y camaradería entre los hombres”. – Bahá’u’lláh, La Epístola al Hijo del Lobo, p. 12.

“…que quizá los pueblos de la tierra limpien sus corazones de la mancha de los malos deseos, desgarren su velo y logren conocer al Dios único y verdadero”. – Bahá’u’lláh, Pasajes de los Escritos de Bahá’u’lláh, p. 44.

“Es evidente para todo corazón perspicaz e iluminado que Dios, la Esencia incognoscible, el Ser divino, es inmensamente exaltado por encima de todo atributo humano tal como existencia corpórea, ascenso y descenso, salida y retorno. Lejos está de Su gloria el que la lengua humana pueda apropiadamente referir Su alabanza, o que el corazón humano pueda comprender Su misterio insondable”. – Bahá’u’lláh, El Libro de la Certeza, pp. 67-68.

Probablemente lo hayas podido descubrir inmediatamente. Las enseñanzas bahá’ís dicen que los mensajeros de Dios revelan sus libros «con el propósito de promover el conocimiento de Dios» y describen ese conocimiento como «la estación más exaltada a la que cualquier hombre puede aspirar» y, sin embargo, en muchas partes de las mismas enseñanzas bahá’ís, aprendemos que Dios es una esencia incognoscible.

En otras palabras, las enseñanzas bahá’ís y las enseñanzas de las otras grandes religiones también nos piden que tratemos de conocer a Dios, pero al mismo tiempo reconocemos la completa imposibilidad de alcanzar aquella búsqueda:

“Así como no conoces el camino del viento o cómo se forman los huesos en el vientre de una mujer embarazada, tampoco conoces la actividad de Dios que crea todas las cosas”. – Eclesiastés 11: 5.

“Lo que nosotros imaginamos no es la Realidad de Dios; Él, el Incognoscible, el Impenetrable, está muy por encima de la más elevada concepción humana”. – La Sabiduría de Abdu’l-Bahá, p. 32.

Los humanos, después de todo, tenemos capacidades y habilidades mentales finitas. Cuando tratamos de comprender el infinito, nos quedamos muy cortos. ¿No lo crees? Ve afuera esta noche y mira hacia el cielo. Cuando miras hacia el cosmos infinito y tratas de comprenderlo, si eres honesto contigo mismo, debes enfrentarte con sinceridad a tu gran falta de conocimiento y comprensión. Cualquier persona con un poco de humildad lo siente.

Si reflexionas durante el tiempo suficiente, esa clara realización te llevará, lógica e inevitablemente, a esta: si no podemos comprender la creación, ¿cómo podemos comprender a su Creador?

Las enseñanzas bahá’ís dicen que Dios es una «esencia incognoscible», «mucho más allá de la comprensión de todas las criaturas». Eso nos deja con un enigma: ¿cómo podemos adorar a Dios cuando no podemos conocer a Dios?

Lo más cerca que podemos llegar, dijo Abdu’l-Bahá, es esforzarnos por conocernos a nosotros mismos:

«El objeto de las enseñanzas que Dios dirige al hombre es que éste se conozca para comprender la grandeza de Dios”. – Abdu’l-Bahá en Londres, p. 80.

Así que he llegado a este punto para intentar entender el enigma bahá’í: si los seres humanos estamos hechos a imagen de Dios, entonces comprender profundamente nuestra propia realidad espiritual representa lo más cerca que podemos llegar a entender a Dios.

Piense en esta paradoja de esta manera: conocemos todo lo que sabemos únicamente por sus atributos. Considera a tu mejor amigo: conoces bien a esa persona, pero nunca sabes ni puedes conocer la esencia más íntima de tu amigo. Solo puedes conocer a tu amigo a través de sus atributos, a través del carácter y de las acciones, a través del amor y la lealtad. De la misma manera, dicen las enseñanzas bahá’ís, podemos tratar de entender a nuestro Creador a través de los atributos divinos:

«Por consiguiente, conocer a Dios significa conocer y comprender los atributos divinos, no la Realidad de Dios. Dicho conocimiento de los atributos no es algo absoluto, sino que es proporcional a la capacidad y poder del hombre. La filosofía consiste en la comprensión de la realidad de las cosas tal como son, en proporción a la capacidad y poder del hombre. Pues la realidad fenoménica que es el hombre no tiene otra vía para comprender los atributos preexistentes que hacerlo en la medida de su propia capacidad. El misterio de la Divinidad está santificado y purificado por encima de la comprensión de los seres, ya que cuanto se le ofrece a la imaginación humana es sólo lo que el hombre entiende. Las luces humanas no abarcan la Realidad de la Divina Esencia. Todo lo más que una persona es capaz de entender son los atributos de la Divinidad, el esplendor de los cuales aparece y se hace visible en el mundo y dentro de las almas de los hombres». – Abdu’l-Bahá, Contestaciones a unas Preguntas, pp. 269-270.

Todos esos atributos piadosos, amor, misericordia, amabilidad, inteligencia, compasión, justicia, pueden darnos un sentido muy elemental de la naturaleza de nuestro Creador.

Desde la perspectiva bahá’í, después de conocernos a nosotros mismos, podemos comprender mejor esos atributos a medida que se manifiestan en las vidas, las acciones y las enseñanzas de los profetas, mensajeros y manifestaciones de Dios:

“El conocimiento de la Realidad de la Divinidad es imposible e inalcanzable; no así el conocimiento de las Manifestaciones de Dios, que es equivalente el conocimiento de Dios, ya que las generosidades, esplendores y atributos divinos están manifiestos en Ellas”. – Ibid, p. 270.

Esto, para los bahá’ís, define la adoración verdadera: comprender que el profeta de Dios representa los rayos del Sol de la Verdad, el epítome de la Divinidad, la emanación de los atributos de lo divino. Cuando intentamos entender a esos mensajeros divinos, profetas como Buda, Cristo, Moisés, Muhammad y ahora Bahá’u’lláh, construimos un camino hacia el conocimiento de Dios.

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