Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Decrecer con equidad
Si reflexionamos sobre el principio de eliminación de los extremos de riqueza y pobreza, por un lado y el principio de moderación propuesto por Bahá’u’lláh para evitar que la civilización material llegue a ser una fuente de males para la humanidad (como está ocurriendo) veremos que es necesario a la vez reducir el consumo global, para aliviar el planeta y redistribuir el resto para que desaparezcan los extremos y la inequidad.
La Casa Universal de Justicia, la institución suprema de la Fe Bahá’í, afirma en su documento “La Promesa de la Paz Mundial”:
“La excesiva desigualdad entre ricos y pobres, fuente de grandes sufrimientos, mantiene al mundo en estado de constante inestabilidad, virtualmente al borde de la guerra. Pocas sociedades han encarado de forma efectiva esta situación. La solución exige la aplicación conjunta de enfoques espirituales, morales y prácticos”.- La Casa Universal de Justicia, La Promesa de la Paz Mundial, cap II. 1985.
Sin embargo, la citada declaración no limita a esta causa los desafíos a lograr. Señala que a la vez deben abordarse otros asuntos igualmente importantes: la emancipación de la mujer, la eliminación del racismo, la educación universal, el idioma mundial auxiliar, el fin del fanatismo religioso y del nacionalismo. Centrarse exclusivamente en el tema de la inequidad social, como lo hacen la mayoría de los programas de cooperación (“combate a la pobreza”, “pobreza cero”) sería una falta de visión integradora, y una convalidación más de que todo pasa por la cuestión material.
Ya lo dice el documento “La Prosperidad de la Humanidad”:
“Se comprueba pues que, si el desarrollo de la sociedad no encuentra propósito más allá de la simple mejora de las condiciones materiales, fracasará incluso en la consecución de estas metas. Dicho propósito debe buscarse en horizontes espirituales de la vida y de la motivación que trasciendan el paisaje económico, siempre cambiante, y abandonen la división en sociedades «desarrolladas» y «en desarrollo», una categorización impuesta artificialmente».- Oficina de Información Pública de la Comunidad Internacional Bahá´í, Emitido el 23 de Enero de 1995, La Prosperidad Mundial.
Por otro lado, no abordar el tema de la inequidad social –a través de modelos integrales- sería grave negligencia.
Cabe destacar que una diferencia significativa entre la riqueza de antaño y la de hoy es que, mientras la primera podría haberse expandido a toda la humanidad sin problemas para el ambiente, la actual, debido tanto a una población mundial inmensamente mayor, como a los niveles de consumo de las clases adineradas, -que la Promesa de Paz Mundial describe como de “una escala que nunca soñaron los faraones, los césares o aun las potencias imperialistas del siglo XIX”-, no podría extenderse a todos los humanos.
Recordando al filósofo Emmanuel Kant, la ética se resume en la frase “actúa de tal forma que cada uno de sus actos pueda convertirse en una ley universal”
Esto puede entenderse de dos modos complementarios: que lo que hagamos sea tan noble que pueda ser propuesto como un ejemplo para todos, y también que, si lo que se hace no puede ser hecho por todos, entonces no es aceptable. Y esta es la situación del hiper-consumo.
Veamos el siguiente gráfico, conocido por su forma como “La Copa de Champagne”, el cual procede del informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y presenta en forma horizontal (abcisas) el porcentaje de ingreso que tiene cada quinto de la humanidad, del más pudiente al de menos ingreso:El 20 % de mayor ingreso, controla el 87 % de las riquezas de la tierra, y es el responsable de la enorme crisis ambiental que está en marcha, en particular el Cambio Climático, devastadora realidad que tratamos en un artículo anteriormente publicado aquí.
La ciencia ambiental ha definido la “huella ecológica” como la superficie terrestre disponible para que cada ser humano obtenga todos los recursos que necesita para vivir. Dividiendo el área emergida de continentes e islas, unos 150 millones de km2, por la población mundial, hay dos hectáreas por persona. Hoy estamos usando tres, debido al consumo de recursos no renovables.
Mientras que el quintil de mayor consumo está disponiendo de casi diez hectáreas por persona, el 60 % de menores recursos materiales, unos 4500 millones de seres humanos, dispone de tan solo el 4 % de la riqueza, y una huella ecológica de 0,2 hectáreas o menos por habitante.
La huella ecológica resulta así un claro indicador no sólo de viabilidad ambiental sino de equidad social.
Frente a tal disparidad e inspirados en el doble requerimiento postulado por el Fundador de la Fe Bahá’í acerca de la moderación en el uso de la Naturaleza (condición ambiental) y eliminación de extremos de riqueza y pobreza (condición de equidad social), en el libro “Decrecer con Equidad: Nuevo Paradigma Civilizatorio” editado por Fundación UNIDA y Editorial CICCUS. en el que soy coautor junto a Antonio Elizalde, Miguel Grinberg, Ezequiel Ander-Egg y Erwin Laszlo se propone una reducción del consumo global a partir de la organización de la sociedad civil.
La propuesta se inscribe, en cierto sentido, dentro de una corriente surgida en las últimas décadas, dentro del amplio movimiento del “pos-desarrollo”, llamada decrecentismo, uno de cuyos principales referentes es Serge Latouche (Universidad de Paris, Francia) que propone el decrecimiento como alternativa al modelo actual
Sin embargo en nuestro trabajo este decrecimiento no está conceptualizado como una restricción a la “calidad de vida”, sino como el resultado natural de un modelo civilizatorio basado en principios espirituales, o sea una concepción no materialista de la vida.
Se propone una drástica reducción del sobre consumo del primer quintil, a partir de la supresión de estilos materialistas de vida, a la vez que una ampliación del acceso a bienes y servicios especialmente de los tres quintiles de menor poder adquisitivo, erradicándose así toda situación pobreza material y reduciendo drásticamente las disparidades entre “ricos” y “pobres”.
A pesar del incremento del ingreso de los quintiles sumergidos, el consumo global (y con él el uso de los recursos de la Tierra) disminuiría a la mitad, solo por la drástica reducción del despilfarro del 20 % de mayor consumo.
El siguiente gráfico muestra la distribución actual y la propuesta:
Esta reducción del consumo lejos de producir pérdida de puestos de trabajo, como podría parecer en una primera impresión, podría dar lugar a aún más puestos con la mitad de tiempo de trabajo, a condición de que se suprima la plusvalía en nuevos modelos de economía solidaria.
Para eliminar los extremos de riqueza y pobreza, se debe abordar la problemática humana desde una perspectiva integradora. Todos los esfuerzos de las agencias de cooperación internacional por “combate a la pobreza” o “pobreza cero” fracasan sistemáticamente, ya que parten de la errónea concepción de que el problema es eminentemente material.
En la raíz del problema está el hecho de que los pueblos no son artífices de su propia historia y decisiones, siendo que el desarrollo es impulsado por el interés de grandes poderes lucrativos. Es por eso que la noble causa de la eliminación de la acumulación excesiva (e innecesaria) y de la pobreza material, exige abordar el problema desde una perspectiva más amplia y sistémica. En caso contrario y tal como lo señala claramente el citado documento “La Prosperidad de la Humanidad”, el “desarrollo” fracasará incluso en resolver las condiciones materiales.
El enfoque de decrecimiento en equidad, en armonía con el espíritu de la Fe Bahá’í no propone llegar a esta nueva situación a través de una forzosa restricción al consumo, como algo necesario pero lamentable. Por el contrario, propone un nuevo sentido de la existencia humana, un “nuevo paradigma civilizatorio”, la Civilización Espiritual propuesta por la Fe, destronando al materialismo del centro de la escena y colocando en su lugar los valores espirituales, morales, intelectuales, sociales, creativos, comunitarios, participativos, afectivos, solidarios, que son en realidad lo que nos hacen humanos.
En ese contexto, el decrecimiento, la disminución de la huella ecológica, la reversión de la crisis ambiental y la eliminación de los extremos de “riqueza” y “pobreza”, serán una consecuencia natural del nuevo estilo civilizatorio y no una imposición forzosa.
En la tercera parte de este trabajo exploraremos algunas pautas básicas para transitar ese cambio, incluyendo la cuestión de qué posición tomar frente a la tiranía hoy ejercida por los grandes poderes económicos mundiales.
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