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¿Qué lecciones aprenderemos de la pandemia?

Arthur Lyon Dahl | Abr 23, 2020

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Arthur Lyon Dahl | Abr 23, 2020

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Puede parecer extraño estar agradecido por una catástrofe, pero la pandemia de Covid-19 que está arrasando el mundo, cuyo resultado final aún es incierto, podría ser una bendición disfrazada.

Déjeme explicarle.

No estoy minimizando el sufrimiento que tanta gente ha soportado, o la aflicción que las muertes por coronavirus han engendrado. En cambio, me pregunto si este virus mortal tiene una lección más grande que enseñarnos, si estamos dispuestos a aprenderla.

«Las enseñanzas bahá’ís predijeron hace mucho tiempo este curso de acontecimientos, y advirtieron a la humanidad que debíamos unirnos para lograr evitarlos»

Muchas personas en todo el mundo han trabajado durante décadas para identificar y abordar los desafíos sociales y ambientales, hacer planes y establecer objetivos para un planeta sostenible. He participado personalmente en estos planes ambientales durante cincuenta años, desde el primer Día de la Tierra en 1970, y he contribuido a muchos procesos constructivos, que han llevado más recientemente a la Agenda 2030 de las Naciones Unidas y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible, así como al Acuerdo de París para abordar el cambio climático.

Sin embargo, junto a todo esto, los gobiernos han dado prioridad a su soberanía nacional, las multinacionales a sus propios beneficios, y muchos líderes mundiales a sus egos inflados. La riqueza está cada vez más concentrada mientras la desigualdad va en aumento. Los gobiernos no satisfacen las necesidades de sus pueblos al sucumbir a la fragmentación política que socava la democracia, cuando no está ya sometida al nativismo, el racismo, la corrupción y el despotismo. El estrangulamiento de la economía mundial por parte de las empresas, que se alimenta de una cultura materialista de consumo, se ha escapado de la regulación o el control, y está saqueando los recursos del planeta mientras nos lleva a una catástrofe climática y al colapso de la biodiversidad mundial mientras nos ahogamos en la contaminación.

Nada de lo que hemos hecho en el lado positivo ha frenado significativamente este precipitado camino hacia la destrucción.

Las enseñanzas bahá’ís predijeron hace mucho tiempo este curso de acontecimientos, y advirtieron a la humanidad que debíamos unirnos para lograr evitarlos:

«Los vientos de la desesperación, lamentablemente, soplan desde todas direcciones, y la disensión que divide y aflige a la raza humana aumenta día a día. Ya se perciben los signos de convulsiones y caos inminentes, por cuanto el orden prevaleciente demuestra ser deplorablemente defectuoso». Este juicio profético ha sido ampliamente confirmado por la experiencia general de la humanidad. Las deficiencias del orden establecido se reflejan en la incapacidad de los estados soberanos que forman las Naciones Unidas para exorcizar el espectro de la guerra, el amenazante fracaso del orden económico internacional, la expansión de la anarquía y el terrorismo, y el atroz sufrimiento que éstos y otros males causan cada vez a más millones de seres humanos. – Bahá’u’lláh, citado por la Casa Universal de Justicia en La Promesa de la paz mundial.

Así que como científico de sistemas, a menudo me he preguntado qué haría falta para frenar y aminorar el impulso de esta descontrolada sociedad materialista, antes de que nos lleve más allá de las fronteras biológicas y planetarias hacia el completo colapso de la civilización.

En nuestro mundo en rápida globalización, nuestros sistemas económicos, sociales y ambientales están cada vez más interconectados, y aunque esto ha aumentado enormemente la productividad e interacción humanas, también aumenta nuestra vulnerabilidad frente a un fallo complejo en los sistemas, con un problema que precipita muchos otros como la caída de las piezas de dominó. En la ciencia de los sistemas, llamamos a esto un colapso – la repentina falla o desintegración de un sistema entero.

Un colapso a menudo requiere un evento desencadenante. Una tercera guerra mundial es una posibilidad evidente, pero no deseable, pues la mayoría de la población mundial podría morir en circunstancias atroces. Sin embargo, el Reloj del Juicio Final se ha acercado recientemente más que nunca al apocalipsis, a medida que los líderes imprudentes se rearman en su deseo de grandeza o dominación mundial. Si esos líderes usan armas nucleares, podría precipitar un invierno nuclear y dejar gran parte del planeta inhabitable para los supervivientes.

Por consiguiente, un colapso financiero podría ser preferible a la guerra. Apenas escapamos a uno, ya que la deuda de los gobiernos, las empresas y los consumidores se convirtió en una burbuja gigante después de la crisis financiera de 2008. Si las monedas perdieran su valor y el comercio mundial se cerrara, el razonamiento es que eso podría salvarnos de una catástrofe climática y darnos el incentivo y el tiempo para pasar a las fuentes de energía renovables.

Una pandemia mundial siempre fue otro posible evento desencadenante, algo parecido a la gripe española de 1918, pero la aparición de tal amenaza, aunque probable en algún momento según la Organización Mundial de la Salud (OMS), era impredecible. Sin embargo, de repente, ha sucedido.

Beds with patients in an emergency hospital in Kansas, in the midst of the Spanish flu epidemic. The flu struck while America was at war, and was transported across the Atlantic on troop ships (1918).
Pacientes de un hospital de emergencia en Kansas, en medio de la epidemia de la gripe española. La gripe atacó mientras Estados Unidos estaba en guerra, esta viajó a través del Atlántico en los barcos de guerra (1918).

La situación podría ser peor si el coronavirus detrás del Covid-19 tuviera una mayor tasa de mortalidad, aunque aún podría matar a millones antes de cumplir su curso. Los efectos secundarios podrían tener un impacto aún más letal, ya que las poblaciones se ven obligadas a aislarse en un esfuerzo por frenar la propagación del virus. Millones de personas están perdiendo sus empleos e ingresos. La educación se interrumpe. Sectores enteros de la economía se congelan y se dirigen hacia la bancarrota. Las cadenas de suministro están interrumpidas, incluso en lo que respecta a los medicamentos y equipos esenciales. Los gobiernos están haciendo lo que pueden para proteger a sus poblaciones, sostener sus sobrecargados sistemas de salud y preservar sus economías. Con esas prioridades inmediatas tan obvias, la preocupación por la expansión de la deuda se deja para más adelante.

Si bien es demasiado pronto para predecir a dónde conducirán en última instancia todos los efectos de esta pandemia, es evidente que el mundo nunca volverá a ser el mismo.

El reto ahora, mientras luchamos contra la crisis inmediata, es no regresar a los negocios como de costumbre, como parece que están haciendo la mayoría de los gobiernos. En cambio, las enseñanzas bahá’ís nos piden que veamos esta enfermedad global como una oportunidad para arreglar lo que está mal en nuestra sociedad global:

El hecho de que los ideales materialistas, a la luz de la experiencia, hayan fracasado en satisfacer las necesidades de la humanidad, reclama a un reconocimiento sincero de que hay que hacer un nuevo esfuerzo para encontrar las soluciones a los angustiosos problemas del planeta. Las condiciones intolerables que prevalecen en la sociedad reflejan un fracaso común de todos ellos, circunstancia que incrementa, en vez de aliviarlas, las tensiones que predominan en todos los bandos. Está claro que se requiere un esfuerzo común para remediarlo. Es primordialmente una cuestión de actitud. ¿Continuará la humanidad a la deriva, aferrándose a conceptos obsoletos y a creencias impracticables? ¿O darán sus líderes un paso adelante con voluntad decidida, prescindiendo de ideologías, para unirse en la búsqueda conjunta de soluciones adecuadas? – Ibid.

El Covid-19 ha comenzado a obligar a la gente a redescubrir los beneficios de una comunidad local fuerte, solidaria con los más vulnerables. Nuestra adicción a las cosas materiales y al estilo de vida consumista se está quebrando, a medida que aprendemos que arreglárnoslas con mucho menos teniendo un estilo de vida más sencillo no es necesariamente un desastre. El cambio forzado a las tecnologías de comunicación digital ha estimulado nuevas formas creativas de mantener los lazos sociales y las actividades económicas. Detrás de todo esto está la necesidad de repensar nuestros valores básicos y nuestro propósito final como seres humanos. Este período de aislamiento forzoso es una oportunidad única para leer, estudiar, reflexionar, orar y meditar sobre el tipo de futuro que queremos para nosotros mismos, nuestras familias, nuestras comunidades, nuestras naciones y el mundo entero. Gracias a las comunicaciones modernas, todavía podemos mantener conversaciones significativas con otros, y ayudarles a ver el lado positivo de lo que estamos pasando.

Este terrible ataque viral contra la humanidad también nos ha obligado a considerar la necesidad de una cooperación mundial y un enfoque multilateral de la gobernanza. Un virus no respeta fronteras. Ningún país puede resolver este problema por sí mismo. La razón de ser de un sistema eficaz de gobierno mundial nunca ha sido más clara. Consideramos normal que un gobierno nacional tenga funciones legislativas, ejecutivas y judiciales que se aplican a todos. Sin embargo, los gobiernos no han logrado dotar a la Organización Mundial de la Salud de esta capacidad general a nivel mundial para organizar un enfoque coherente ante la crisis, lo que significa que se perderán muchas vidas a medida que los gobiernos tratan de encontrar la mejor manera de proceder.

A medida que superemos esta crisis, la reforma de la gobernanza mundial debería convertirse en una prioridad. Si queremos estar preparados para la próxima pandemia, esa es una necesidad.

También nos veremos obligados a replantearnos cómo debería funcionar la economía mundial. Estábamos al borde de una gran crisis de endeudamiento antes de que comenzara la pandemia. Ya sabemos que el enorme esfuerzo financiero necesario para responder a las necesidades inmediatas de hoy dejará un nivel de deuda inmanejable mañana. Muchas empresas de todos los tamaños estarán en bancarrota. Un sistema financiero basado en préstamos interminables nunca fue sostenible a largo plazo, y su colapso ahora parece inevitable. ¿Qué pondremos en su lugar? ¿Deberíamos adoptar una moneda mundial? ¿Deberían constituirse las empresas con el fin de servir a la sociedad y no solo a sus accionistas? ¿Cómo creamos empleo significativo para todos? ¿Qué mecanismos para una distribución más equitativa de la riqueza permitirían satisfacer las necesidades básicas de todos y eliminar la pobreza?

Tal vez puedan ver por qué me siento positivo acerca de las oportunidades que esta pandemia podría en última instancia ofrecer. Si respondemos bien, podría representar la oportunidad que necesitamos para realizar el cambio de paradigma que se pide en el Programa de las Naciones Unidas para 2030, y para acelerar nuestra transición hacia una civilización justa, sostenible, respetuosa del clima y en armonía con la naturaleza.

Más allá de la crisis inmediata veo esperanza.

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