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Ciencia

¿Podría el ser humano crear artificialmente un ser vivo?

Vahid Houston Ranjbar | Ago 1, 2023

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Vahid Houston Ranjbar | Ago 1, 2023

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A simple vista, el acto de la procreación humana se debe únicamente a las acciones físicas de los seres humanos; sin embargo, los resultados de este acto físico siguen atribuyéndose de algún modo al Creador del alma.

Así pues, el concepto de la operación de la mano creadora Divina no puede excluir las acciones de los humanos del proceso. Como señalan las enseñanzas bahá’ís, lo que sí requiere la creación en sí es seguir un «orden natural» y permitir que Dios haga la combinación, y ésta me parece la cuestión importante. Entonces, ¿a qué se refería Abdu’l-Bahá cuando utilizaba el término «orden natural»? ¿Cómo permitimos que Dios haga la combinación?

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Podemos esclarecer más este tema a partir de la discusión de Abdu’l-Bahá en Contestación a unas preguntas:

Como la perfección del hombre se debe enteramente a la composición de los átomos de sus elementos, a su medida, al método de su combinación y a la influencia y acción recíprocas de los diferentes seres, comoquiera que el hombre surgió hace una decena o un centenar de miles de años, partiendo de estos mismos elementos terrenos, en la misma medida y equilibrio, con el mismo método de combinación y composición, y con la misma influencia de los demás seres, luego en ese entonces, existió exactamente el mismo hombre de hoy. Esto es evidente y no vale la pena discutirlo. Si dentro de un millar de millones de años estos elementos de que el hombre está formado son reunidos y dispuestos en la misma proporción, y si los elementos son combinados de acuerdo con el mismo patrón, y si se ven afectados por la misma influencia de otros seres, existirá exactamente el mismo hombre.

Aquí vemos que la aparición del hombre está relacionada con la «manera de composición y combinación», por lo que parece físicamente definible y sugiere que siempre que se realice esta composición aparecerá un ser al que llamamos «hombre». En otro pasaje Abdu’l-Bahá explicó cómo el espíritu se asocia con el cuerpo humano en el contexto del origen del hombre:

… estos miembros, elementos y composición integrantes del organismo humano, actúan como un imán para el espíritu: es inevitable que el espíritu se manifieste en él. Así, un espejo límpido ciertamente atraerá los rayos del sol, Se iluminará y reflejará maravillosas imágenes. En otras palabras, cuando los elementos existentes se reúnen conforme al orden natural y, con sumo poder se convierten en un imán para el espíritu, el espíritu se hace manifiesto en ellos con todas sus perfecciones.

De ahí, la asociación de un espíritu con un cuerpo, alguna propiedad de su composición física actúa como un imán para el espíritu. Aunque esta propiedad se consigue siguiendo el «orden natural», parece lógico concluir que sigue siendo un orden «físico» el que, por alguna razón, atrae al espíritu no físico.

Entonces, si seguimos este orden natural, ¿podemos los humanos ayudar a que surja una nueva vida o conciencia? 

Hasta ahora, la respuesta es no, pero para mí sigue siendo una pregunta abierta. Y si en nuestra búsqueda por generar Inteligencia Artificial creamos un «imán» apropiado para la aparición del espíritu –que de alguna manera podamos ser capaces de crear un canal para el «orden natural», asumiendo por supuesto que la aparición del alma en el cuerpo humano se debe a cómo funciona el cerebro biológico humano y lo que ocurre colectivamente en sus sinapsis. 

No parece haber una limitación fundamental que dé preferencia a las sinapsis hechas de material orgánico sobre las de silicio u otro material, a menos que nuestras sinapsis biológicas estuvieran invocando algún aspecto mecánico cuántico de la física que nuestros «interruptores» existentes aún no son capaces de replicar. Sin embargo, incluso ese límite podría acabar derrumbándose ante la marcha de la tecnología. De hecho, la aparición del alma, a través de una variedad de sustratos químicos y físicos diferentes, podría estar implícita en las declaraciones de Abdu’l-Bahá sobre la aparición de vida en otros mundos.

Si de algún modo ayudáramos a que existiera un ser así, ¿cómo lo reconoceríamos? Con este fin, Abdu’l-Bahá explicó detalladamente en qué se diferencia el «hombre» de otros organismos:

El espíritu humano, que distingue al hombre del animal, es el alma racional. Las dos expresiones -espíritu humano y alma racional- designan una misma realidad. Dicho espíritu, conocido en la terminología de los filósofos como alma racional, comprende a todos los seres y descubre de acuerdo con su capacidad la realidad de los seres, sus propiedades, peculiaridades y efectos… En cambio, la mente es el poder del espíritu humano. Si el espíritu es la lámpara, la mente es la luz que brilla en la lámpara. El espíritu es el árbol, y la mente el fruto. La mente es la perfección del espíritu y su cualidad esencial, de modo semejante a como los rayos son un requisito esencial del sol.

Vemos, pues, que el alma racional, que genera la mente, se distingue por su capacidad de abarcar y descubrir las realidades. Es esta capacidad la que hace al «hombre» diferente.

En este mismo pasaje de Contestación a unas preguntas Abdu’l-Bahá explicó que el alma racional es también capaz de albergar aún otro nivel de existencia –el «espíritu de fe»:

Sin embargo, de no contar con el auxilio del espíritu de fe, el espíritu humano se muestra incapaz de familiarizarse con los secretos divinos y las realidades celestiales. Es como un espejo que, aunque límpido, pulido y brillante, necesita luz. Y así, mientras no haya un rayo de sol que se pose sobre él, no alcanza a descubrir los secretos celestiales.

Esto coincide con el análisis de Bahá’u’lláh sobre el propósito de la creación y el alma humana:

Estas energías con las que el Sol de la munificencia divina y la Fuente de la guía celestial ha dotado a la realidad del hombre están, empero, latentes dentro de él, así como la llama está oculta dentro de la vela y los rayos de luz están potencialmente presentes en la lámpara. El resplandor de estas energías puede verse oscurecido por los deseos mundanos, tal como la luz del sol puede ser ocultada bajo el polvo y la escoria que cubren el espejo. Ni la candela, ni la lámpara pueden encenderse sólo por su propio esfuerzo, ni tampoco le será jamás posible al espejo librarse por sí solo de su escoria. Es claro y evidente que la lámpara nunca se encenderá mientras no se encienda fuego y, a menos que se limpie la superficie del espejo de la escoria que la cubre, éste nunca podrá representar la imagen del sol ni reflejar su luz y gloria.

Los bahá’ís entienden este «espíritu de fe» como la manifestación de la capacidad latente de conocer y amar a Dios. Es este espíritu el que permite la verdadera religión, tal y como la trajeron los profetas de Dios. En última instancia, la prueba de fuego para la existencia de un alma humana es la aparición potencial de este «espíritu de fe» que permite el reflejo de la luz y la gloria del Creador.

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