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¿Por qué Dios nos da leyes?

Rodney Richards | Oct 16, 2021

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Rodney Richards | Oct 16, 2021

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¿Por qué las religiones tienen leyes? Las leyes espirituales de cada Fe nos guían hacia el Creador, pero ¿qué pasa con las leyes sociales de las distintas religiones?

Todas las leyes religiosas parten de una premisa principal, citada en la Oración bahá’í sobre el matrimonio de Abdu’l-Bahá: «No he creado a los espíritus y a los hombres sino para que me adoren». Esta frase es originalmente del Corán, pero incluso antes ya lo encontrábamos en el Primer Mandamiento de la Torá: «Yo soy el Señor tu Dios, y no tendrás otros dioses antes que yo».

Todas las leyes dadas por Dios proceden de esta premisa: la idea de que mostramos nuestro amor y adoración a Dios primero reconociéndolo, y segundo obedeciendo sus leyes. «Ámame, para que yo te ame», la ley del amor y la reciprocidad, tal y como la declaró Bahá’u’lláh en Las Palabras Ocultas, ha sido repetida por todos los santos y mensajeros de Dios. Bahá’u’lláh continuó esa advertencia e invitación con: «Si tú no me amas, Mi amor no puede de ningún modo alcanzarte», para dejar claro el punto:

¡OH HIJO DEL SER! Ámame, para que Yo te ame. Si tú no Me amas, Mi amor no puede de ningún modo alcanzarte. Sábelo, oh siervo.

Las leyes de Dios han llegado a la humanidad a través de sus educadores, sus profetas y mensajeros, que aparecen de época en época para actualizar y guiar a la humanidad hacia mayores niveles de civilización espiritual y moral. Como podemos ver en las noticias todos los días, los signos de la decadencia moral de la humanidad nos asaltan cada segundo y hay demasiados ejemplos sobre el mal comportamiento humano para resumirlos. Nuestra vanagloriada civilización material es fuente de tantos males como de bienes. Necesitamos un nuevo conjunto de leyes espirituales y morales, y las enseñanzas bahá’ís las han traído.

Todas las leyes penales, civiles y comunes se apoyan en las naturales, espirituales y morales, sea cual sea su origen. Es decir, la espiritualidad y la moral tienen que ver con la expresión interior y exterior de las virtudes humanas, como la bondad, la generosidad, la equidad, el amor, la sabiduría, el conocimiento, el valor, la templanza, la justicia, etc. Nuestras acciones y palabras externas afectan a la sociedad, pero es por nuestras acciones y nuestras perfecciones interiores que somos juzgados dignos por Dios. No hay límite a las perfecciones que podemos adquirir espiritualmente y que podemos demostrar con palabras, hechos y pensamientos.

Abdu’l-Bahá destacó las diferencias entre la civilización material y la espiritual, y en ese contexto señaló el beneficio moral de las leyes espirituales:

Fíjate, entonces, cuán amplia es la diferencia entre la civilización material y la divina. Por la fuerza y con castigos la civilización material pretende refrenar a la gente de hacer el mal, de infligir daño a la sociedad y de cometer crímenes. Pero en una civilización divina, el individuo está condicionado de tal forma que sin temor al castigo evita la perpetración de crímenes, ve el crimen mismo como el más severo de los tormentos, y con presteza y alegría se dispone a adquirir las virtudes de la humanidad, a promover el progreso humano y a esparcir luz por todo el mundo.

En diferentes épocas del desenvolvimiento de la única religión de Dios, los mensajeros de Dios, Sus elegidos, revelaron leyes y ordenanzas relativas al pueblo y a la sociedad en la que aparecieron. Esto se hizo de acuerdo con la creciente capacidad de la humanidad para comprender cada vez más la voluntad de Dios y su diseño progresivo. Cada vez que aparecía el fundador de una nueva Fe, era el Día de Dios para esa época y ese tiempo, hasta que el siguiente se revelaba y daba paso a un nuevo Día de Dios y a una nueva época, con leyes y ordenanzas, exhortaciones y orientaciones variables para adaptarse al estado actual del progreso humano.

En un sentido directo, nosotros, la humanidad, somos como el hijo de Dios, creciendo a través de las etapas de la infancia a la juventud a la edad adulta. En cada una de esas etapas, somos capaces de comprender más y esforzarnos más en todos los sentidos para nuestro propio bien y el de los demás.

Los bahá’ís creen que la aparición y declaración pública de Bahá’u’lláh en 1863 marcó otra nueva dispensación religiosa, en la que la gente de todo el mundo construyó «una civilización en constante avance» transformando primero espiritualmente su propio carácter:

El primer deber prescrito por Dios a Sus siervos es el reconocimiento de Aquel que es la Aurora de Su Revelación y la Fuente de Sus leyes, Quien representa a la Deidad tanto en el Reino de Su Causa como en el mundo de la creación. El que haya cumplido este deber ha logrado todo bien; y el que esté privado de ello se ha extraviado, aunque fuese autor de toda obra justa. Incumbe a todo el que alcance esta muy sublime estación, esta cumbre de trascendente gloria, observar cada uno de los preceptos de Aquel que es el Deseo del mundo. Estos dos deberes son inseparables. Ninguno es aceptable sin el otro. Así lo ha decretado Quien es la Fuente de Inspiración Divina.

Todos sabemos que para recibir hay que dar. Para recibir las bendiciones de Dios, primero podemos reconocer que todos sus mensajeros divinos hablan en su nombre, y luego podemos reconocer y tratar de seguir sus instrucciones.

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