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Espiritualidad

¿Por qué Dios permite la enfermedad y el sufrimiento?

Simon Ward | Oct 11, 2021

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Simon Ward | Oct 11, 2021

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Trabajo como voluntario con enfermos, algunos con enfermedades muy graves. Comprensiblemente, muchos pacientes y sus seres queridos sufren una ansiedad considerable.

Debe ser un shock enorme pasar de llevar una vida normal a tener todo su futuro en duda de un momento a otro. Si los pacientes y las familias con las que trabajo tienen creencias religiosas, es habitual que estas se vean gravemente puestas a prueba por la enfermedad, especialmente si, por ejemplo, el paciente es joven o tiene hijos.  

Todos se preguntan: «Si hay un Dios, ¿cómo pudo permitir que sucediera algo así? ¿Cómo pudo dejar que mi ser querido sufriera tanto?». Muchos de ellos siguen esa pregunta con esta otra: «Tal vez no exista un Dios después de todo; y si hay un Dios, ¿le importamos o es vengativo y caprichoso?».

Estas preguntas sinceras e importantes merecen respuestas.

Los escritos bahá’ís ofrecen muchas perspectivas sobre los temas de las pruebas, los desafíos y el sufrimiento, especialmente sobre las pruebas que suponen las enfermedades, tanto físicas como mentales. La vida puede parecer aleatoria y brutal cuando la gente sufre a causa de estas cosas. Abdu’l-Bahá nos dio una explicación útil sobre las razones de las pruebas:

Las pruebas para el ser humano son de dos clases: a) Las consecuencias de sus propias acciones. Si el ser humano come demasiado, estropea su digestión; si ingiere veneno, enferma o muere. Si una persona juega, pierde su dinero; si bebe mucho, pierde su ecuanimidad. Todos estos sufrimientos son causados por el individuo mismo, por lo que resulta claro, entonces, que ciertas penas son el resultado de nuestras propias acciones.

Esto explica algunas de nuestras pruebas, por ejemplo, cuando las malas elecciones de estilo de vida repercuten en la salud.  Pero a continuación habla de los sufrimientos soportados sin que la persona en cuestión tenga la culpa:

b) Existen otros sufrimientos que son los que sobrevienen a los Fieles de Dios. ¡Considerad las grandes tribulaciones que soportaron Cristo y sus apóstoles!

Los que más sufren, alcanzan la mayor perfección.

Aquellos que más sufren alcanzan mayor perfección. Aquellos que manifiestan el deseo de sufrir por Cristo deben probar su sinceridad; quienes proclaman su anhelo por hacer grandes sacrificios, sólo pueden probarlo con sus acciones. Job probó la fidelidad de su amor a Dios siendo fiel durante su gran adversidad, así como en la prosperidad de su vida. Los apóstoles de Cristo, que soportaron estoicamente todas las pruebas y sufrimientos, ¿no probaron, acaso, con ello, su fidelidad? ¿No fue su abnegación su mejor prueba? Estos sufrimientos ya han terminado.

Es interesante que Abdu’l-Bahá se refiera a la historia de Job en el Antiguo Testamento, que a muchos les resultará familiar. Job era un hombre bueno y justo cuya fe fue puesta a prueba cuando perdió repentina y brutalmente a su familia, su medio de vida y su salud, pero se negó a maldecir o culpar a Dios, y al final fue recompensado. Así que parece que, al menos en un sentido, el sufrimiento por la enfermedad puede formar parte de nuestro viaje hacia la perfección en esta vida terrenal que, para un bahá’í, es solo el principio de nuestra existencia eterna. A través de él podemos desarrollar nuestra fe en Dios. Puede parecer injusto que algunos, al menos en apariencia, parezcan disfrutar de vidas sanas y sin problemas mientras que otros enferman o sufren terribles accidentes.   Pero más adelante, en ese mismo pasaje, Abdu’l-Bahá nos da la siguiente promesa:

Las pruebas son favores de Dios, por lo que debemos estarle agradecidos. Las penas y las desgracias no nos vienen por casualidad; la Misericordia Divina nos las envía para nuestro perfeccionamiento.

Así que, de una manera extraña, se nos dice que consideremos las pruebas como la enfermedad como una bendición, todo lo contrario de lo que parecen ser. Podemos pensar que nos costaría llegar a ese sublime estado mental, pero Abdu’l-Bahá nos dice que Dios ayudará a los que se dirijan a Él. Continúa diciendo:

Mientras una persona sea feliz, puede olvidar a su Dios; pero cuando le sobrevienen las penas y el dolor lo abruma, entonces recuerda a su Padre que está en el Cielo, Quien puede librarlo de su pesadumbre. Las personas que no sufren no alcanzan la perfección. La planta más podada por los jardineros es la que, al llegar el verano, tendrá los capullos más bellos y los frutos más abundantes. Los labradores aran la tierra con sus arados, y de esa tierra se obtiene la más rica y abundante cosecha. Cuanto más castigado sea un individuo, mayor será la cosecha de virtudes espirituales que manifestará. Un soldado no puede ser buen general hasta que no haya estado en el frente de la batalla más encarnizada y haya recibido las heridas más profundas.

En una carta a una mujer cuyo marido estaba evidentemente enfermo, Abdu’l-Bahá le aseguró que, aunque podamos afligirnos por los problemas de salud, de hecho, no existe una vida perfecta y sin pruebas, y que todos nosotros necesitamos pruebas para refinar nuestros caracteres y prepararnos para el otro mundo. En realidad, los que creemos en Dios podemos buscar consuelo y paz en Él, sabiendo que al final las limitaciones físicas de esta vida terrenal pasarán:

Cualquiera puede ser feliz en una posición de comodidad, desahogo, éxito, salud, placer y gozo; pero si uno es feliz en época de adversidad, sufrimientos y mala salud, es una prueba de nobleza.

En verdad, estoy complacido contigo y con [tu esposo], y pido a Dios que podáis encontrar placer y tranquilidad en otro mundo, pues este mundo terrenal es estrecho, oscuro y aterrador, el descanso resulta inimaginable y la felicidad es realmente inexistente, todo el mundo está capturado en la red del dolor, y está día y noche esclavizado por la cadena de la calamidad; no hay nadie que esté en absoluto libre o en reposo de la pena y la aflicción. Sin embargo, como los creyentes de Dios se dirigen al mundo ilimitado, no se deprimen ni se entristecen mucho por las calamidades desastrosas; hay algo que los consuela; pero los demás no tienen nada que los consuele en el momento de la calamidad. Cada vez que ocurre una calamidad y una dificultad, se vuelven tristes y decepcionados, y desesperados de la generosidad y la misericordia del Glorioso Señor. – Abdu’l-Bahá, Baha’i World Faith, [Traducción provisional por Oriana Vento].

Así que, en realidad, aunque algunas personas parezcan bendecidas con vidas felices y saludables, de hecho nadie en esta vida terrenal está libre de penas y calamidades. ¿Significa esto que debemos rendirnos pasivamente ante la enfermedad y no actuar? No, en absoluto. Se nos ha dado esta vida para prepararnos para la siguiente, por lo que debemos aprovecharla al máximo. Las enseñanzas bahá’ís nos aconsejan que busquemos la ayuda de los profesionales de la medicina, y también que oremos por la curación:

Existen dos maneras de curar las enfermedades: por medios materiales y por medios espirituales. La primera se efectúa por el tratamiento de los médicos; la segunda consiste en oraciones que los seres espirituales ofrecen a Dios y en volverse hacia Él. Deben utilizarse y practicarse ambos medios.

Los escritos bahá’ís contienen muchas hermosas oraciones de curación. Si oramos y pedimos a Dios que nos cure a nosotros o a un ser querido, ¿se responderá a esa oración? No siempre. Abdu’l-Bahá explicó por qué:

Las oraciones que han sido reveladas para pedir curación son aplicables a la curación tanto física como espiritual. Recítalas, entonces, para curar tanto el alma como el cuerpo. Si la curación es lo que el paciente requiere, ciertamente le será concedida; pero para ciertas personas dolientes, la curación sólo sería la causa de otros males y, por tanto, la sabiduría no permite una respuesta afirmativa a la oración.

Por último, volviendo a la idea de que la pena y el dolor son, en realidad, una bendición, esto no es nada nuevo.  Rumi, el poeta místico del siglo XIII, lo expresó así:

Vi a la pena bebiendo una copa de dolor y grité, 

«Sabe dulce, ¿verdad?»

«Me has atrapado», respondió la pena,

«y has arruinado mi negocio». 

«¿Cómo puedo vender la pena, si sabes que es una bendición?»

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