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¿Por qué matamos a nuestros profetas? El martirio del Bab

From the Editors | Jul 9, 2020

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From the Editors | Jul 9, 2020

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La historia cuenta un trágico relato de cómo los seres humanos, especialmente los que están en el poder, han tratado a los profetas. ¿Qué hace que nuestros líderes reaccionen tan cruelmente a los fundadores de las grandes religiones del mundo?

¿Por qué despreciamos e incluso matamos a nuestros profetas?

Sin duda ha notado que las autoridades y los líderes de la sociedad tienen un historial terrible cuando se trata de esos santos mensajeros de Dios. Han tratado muy, muy mal a cada uno de los fundadores originales de nuestras religiones más extendidas y a sus primeros seguidores. Las acciones de esos líderes hicieron que Abraham y Moisés se enfrentaron a la prisión, el exilio, el ridículo y la persecución. Krishna y Buda sufrieron burlas y censura oficial de los líderes de la época. Los líderes políticos y religiosos de nuestras llamadas civilizaciones avanzadas crucificaron a Cristo y le hicieron la guerra a Muhammad. También exiliaron y encarcelaron al profeta y fundador de la fe bahá’í, Bahá’u’lláh, y ejecutaron al precursor de Bahá’u’lláh, el Bab.

Tal vez, sin embargo, no has oído hablar del Bab y su destino. La poderosa historia de lo que le sucedió a este carismático joven profeta – que inició una nueva religión progresiva en medio de una de las sociedades más corruptas y atrasadas del mundo, y que, como resultado, sufrió enormemente – podría sorprenderte.

Un joven persa llamado Siyyid Ali Muhammad, conocido como el Bab (que significa Puerta en árabe, y se pronuncia bŏb) comenzó su nueva fe – la fe babí – en 1844. Su religión emergente tenía sus raíces en el profético misticismo sufí que prevalecía en la Persia del siglo XIX. El Bab enseñó un mensaje conmovedor – que había venido a anunciar la futura aparición de una gran revelación mundial, al igual que Juan el Bautista había anunciado el advenimiento de Cristo – y que él y el que profetizó unirían en última instancia a la humanidad y reconciliarían sus tradiciones religiosas. Él escribió:

Convertíos en verdaderos hermanos en la única e indivisible religión de Dios, libres de toda distinción, pues en verdad Dios desea que vuestros corazones se conviertan en espejos para vuestros hermanos en la Fe, de manera que os veáis reflejados en ellos, y ellos en vosotros. Este es el verdadero Sendero de Dios, el Todopoderoso, y Él vigila vuestras acciones.

La fe babí se encendió rápidamente en esa cultura tan ligada a la tradición. Inicialmente, unos pocos de los primeros adherentes aprendieron sobre las enseñanzas del Bab, pero luego miles y decenas de miles de personas se convirtieron rápidamente en babís, rompiendo con las tradiciones y prácticas de la Sharia islámica de su sociedad y desafiando la autoridad de sus líderes. Los gobernantes y el poderoso clero de Persia no reaccionaron amablemente a este nuevo desarrollo, por decirlo suavemente. En cambio, desataron una campaña de persecución brutal y genocidio.

Seis años después del anuncio de la nueva fe del Bab en 1844, el gobierno ordenó la ejecución de este joven e intensamente carismático mensajero. Entre 1844 y 1850 ya habían torturado y ejecutado a más de 20.000 de los ardientes seguidores del Bab. El Bab pidió cambios revolucionarios en el sistema de creencias religiosas y de gobierno imperante, y enseñó la unidad de todas las religiones, por lo que las autoridades temían que este dinámico desafío y su creciente apoyo pronto restringirían o eliminarían su poder.

Con el genocidio masivo contra los babís, el rey persa y los mulás islámicos trataron de poner fin al movimiento del Bab, pero cada vez más personas se convertían en babís a pesar de sus horribles persecuciones. Finalmente, en julio de 1850, asustados por su creciente influencia y desesperados por detener aquel movimiento, las autoridades sentenciaron sumariamente a muerte al Bab.

Acusándolo de apostasía, la misma acusación que los fariseos lanzaron contra Jesús, el Bab se negó a arrepentirse o refutar sus enseñanzas, aceptando con calma las consecuencias.

Así que hace 170 años, los perseguidores del Bab ordenaron que fuera ejecutado por un pelotón de fusilamiento en la plaza del pueblo de Tabriz, Persia. Anís, uno de los jóvenes seguidores del Bab, insistió en acompañarle en la muerte, y las autoridades accedieron gustosamente. Una multitud de 10.000 personas observaba desde los tejados del cuartel y las casas cercanas que rodeaban la plaza.

La plaza del cuartel de Tabriz donde tuvo lugar el martirio del Bab.

Durante la mañana anterior a la ejecución, Sam Khan, el coronel que comandaba el regimiento armenio de soldados mercenarios a los que se les ordenó ejecutar al Bab, pidió perdón a su potencial víctima. «Profeso la fe cristiana», dijo Khan al Bab en su celda, «y no tengo mala voluntad contra ti. Si tu causa es la causa de la verdad, permíteme liberarme de la obligación de derramar tu sangre».

El Bab le dijo al comandante: «Sigue tus instrucciones, y si tu intención es sincera, el Todopoderoso seguramente podrá aliviarte de tu perplejidad». El Bab fue sacado de su celda, y suspendido de cuerdas contra la pared del barracón.

Después de que Sam Khan diera la orden de disparar, los fusiles de su regimiento rugieron. Los periodistas occidentales que presenciaron la enorme descarga informaron que «El humo del disparo de los setecientos cincuenta rifles era tal que convertía la luz del sol del mediodía en oscuridad».

Tan pronto como el humo se despejó, la multitud pudo ver que el Bab había desaparecido.

Anís estaba ileso en la base de la pared, las cuerdas que los sostenían colgaban en jirones. Asombrada, la multitud gritó que había sido testigo de un milagro. Como el historiador Nabil-i-Aʻzam escribió en su libro «Los Rompedores del Alba: La narración de Nabil de los primeros días de la Revelación Bahá’í«:

"¡El Siyyid-i-Báb ha desaparecido de nuestra vista!", profirieron las voces de la asombrada multitud. Empezaron a buscarlo frenéticamente y eventualmente lo encontraron, sentado en la misma pieza en que había pasado la noche anterior, ocupado en completar Su interrumpida conversación con Siyyid Husayn. En Su rostro había una expresión de serenidad inalterada. Su cuerpo se había librado sin un rasguño de la lluvia de balas que el regimiento había disparado contra Él. "He terminado Mi conversación con Siyyid Husayn", dijo el Báb al farrásh-bashí. "Ahora puedes proceder a cumplir tu intención".

Inmediatamente, el coronel Sam Khan ordenó a su regimiento que marcharan, jurando que nunca más obedecería tal orden, aunque le costara la vida. Cuando las tropas de Khan dejaron la plaza, el coronel de la guardia oficial de Tabriz se ofreció a llevar a cabo la ejecución. En ese momento, el Bab dijo sus últimas palabras:

«Si hubierais creído en Mí, ¡oh perversa generación! Todos vosotros habríais seguido el ejemplo de este joven que, en rango, se hallaba por encima de la mayoría de vosotros, y voluntariamente se habrían sacrificado en Mi sendero. Llegará el día en que Me habréis reconocido; en ese día habré dejado de estar con vosotros».

Los guardias colgaron al Bab y a su seguidor Anís de nuevo. El pelotón de fusilamiento apuntó y disparó. La segunda vez, la ejecución tuvo éxito.

Hoy los cuerpos fundidos y llenos de balas del Báb y su fiel seguidor descansan bajo una cúpula dorada en el Monte Carmelo en Haifa, Israel. Cada año millones de personas de todo el mundo visitan ese lugar sagrado y cada día el Santuario del Bab proclama el mensaje bahá’í de unidad, paz, amor y desprendimiento del mundo.

El 9 de julio del 2020, la comunidad mundial bahá’í conmemora el 170 aniversario del martirio del Bab. En lugar de las habituales reuniones presenciales, a la luz de la pandemia del coronavirus, muchas comunidades bahá’ís realizarán celebraciones virtuales. Pero el espíritu será el mismo: honrar el sacrificio del Bab y reconocer el nuevo ciclo de revelación religiosa que Él puso en marcha, que abrió el camino para el mensaje revolucionario y unificador de Bahá’u’lláh.

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