Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
¿Qué hay en un nombre? Esta inmortal pregunta de Shakespeare nos hace reflexionar sobre el verdadero significado de la identidad, al igual que esta cita del Génesis 17 que relata cómo Dios otorgó un nuevo nombre a Abraham:
Y no se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes. Y te multiplicaré en gran manera, y haré naciones de ti, y reyes saldrán de ti. Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti.
A menudo empleamos títulos para designar la profesión, el rango o el estatus. Nombrar es uno de los poderes iniciales que el propio lenguaje confiere a la humanidad. Por lo tanto, si deseamos descubrir la naturaleza esencial de los profetas, mensajeros y manifestaciones de Dios, es evidente que debemos empezar por saber el significado de sus nombres y títulos.
Estas declaraciones, junto con lo que dicen las escrituras autorizadas aceptadas sobre ellos, deberían establecer un punto de partida decente en nuestro intento de acercarnos a lo que es posiblemente la pregunta más crucial que uno puede plantear: ¿Cuál es la naturaleza real de estos seres misteriosos?
Los títulos simbólicos de las manifestaciones
Los mensajeros y las manifestaciones a menudo asumen un título simbólico una vez que anuncian su estación como emisarios de Dios. Por ejemplo, es de conocimiento general que el «Buda» (el «despierto» o el «iluminado») es un título adoptado por Siddhartha a la edad de treinta y cinco años, después de haber meditado durante cuarenta y nueve días y haber llegado a una visión sobre cómo la única causa del sufrimiento humano es la ignorancia. Según la tradición budista, también comenzó a revelar una solución a este problema y a articular una guía sobre el desarrollo espiritual. Él habló de lo que se conoce como el camino de la moderación, un camino intermedio entre los extremos de la autoindulgencia y la automortificación.
En el Antiguo Testamento se proporciona cierta información sobre los nombres de lo que se conoce como los «patriarcas antediluvianos», Adán y Noé, que son considerados manifestaciones por el Islam y por la Fe bahá’í. La información sobre sus vidas es tan escasa y está tan cargada de mitos que no tenemos una idea exacta del punto de transformación en el que sus nombres alcanzan su valor simbólico. Por ejemplo, una etimología de la palabra Adán es la forma masculina de la palabra adamah, que significa «suelo» o «tierra», un apelativo apropiado para quien simboliza un ser humano cognitivo formado por el Creador a partir de agua y arcilla.
La manifestación Noé, según el relato del Génesis, fue nombrada por su padre Lamec para simbolizar el hecho de que Noé introduciría la agricultura en el pueblo; por eso llamó a su hijo «Noé», que significa «descanso» en hebreo, para significar que enseñar a la gente esta habilidad esencial los convertiría de cazadores-recolectores nómadas en ciudadanos de comunidades asentadas.
Abraham como punto de partida
Con Abraham comenzamos a discernir una historia religiosa en la línea de manifestaciones abrahámicas lo suficientemente completa tanto en fuentes bíblicas como coránicas como para descubrir una revelación en la que el nombre o título de la manifestación se relaciona explícitamente con la revelación de una alianza con Dios y con una misión explícita asociada a dicha alianza.
Sin embargo, es importante señalar que, desde la perspectiva bahá’í, los únicos textos bíblicos totalmente fiables de cualquier manifestación son el Corán, que fue dictado por Muhammad, los escritos del Báb y los escritos de Bahá’u’lláh. Los bahá’ís aceptan que el Nuevo Testamento contiene información valiosa y probablemente fiable sobre muchas de las cosas que dijo Cristo, pero muchos de los relatos bíblicos no pueden tomarse literalmente, porque se cuentan a propósito como alegorías, parábolas o mitos simbólicos. Abdu’l-Bahá ofrece esta explicación: “El significado de la creación del cielo y la tierra en seis días consiste en una creación espiritual y un día divino, ya que antes de la creación de este cielo y esta tierra no había días ni noches». [Traducción provisional].
En su libro Contestaciones a unas preguntas, Abdu’l-Bahá analiza el uso de estas afirmaciones metafóricas y simbólicas en los libros sagrados refiriéndose específicamente a una de las profecías bíblicas de la segunda venida de Cristo:
Los signos y condiciones mencionados tienen todos un significado propio; no deben ser tomados literalmente. Entre otras cosas, se dice que las estrellas caerán sobre la tierra. Pues bien, las estrellas son infinitas e incontables. Los matemáticos modernos han establecido y probado científicamente que el globo solar es alrededor de un millón y medio de veces más grande que la tierra, y cada una de las estrellas fijas, un millar de veces más grande que el sol. Si estas estrellas fueran a caer sobre la superficie de la tierra ¿cómo podrían hacerse sitio? Sería como si mil millones de Himalayas se desplomaran sobre un grano de mostaza. De acuerdo con la razón y la ciencia tal cosa es absolutamente imposible …
Es claro y evidente que estos signos no deben tomarse literalmente ya que poseen un significado simbólico.
Además, tal y como reconocen ahora los estudiosos contemporáneos, los cuatro evangelios se escribieron después de la crucifixión de Cristo a partir de notas tomadas por fuentes en gran medida desconocidas o no autentificadas históricamente. Bahá’u’lláh escribió: “Los Cuatro Evangelios fueron escritos después de Él [Cristo]. Juan, Lucas, Marcos y Mateo – estos cuatro escribieron, después de Cristo, lo que recordaban de sus declaraciones», [Traducción provisional].
Los estudiosos contemporáneos también datan a Abraham como si hubiera vivido en algún momento entre 2000-1500 AEC. Independientemente de la exactitud de la fecha de su dispensación religiosa, según los relatos bíblicos y coránicos, la aparición de Abraham se presenta como un hito en la historia religiosa. Parte de su estación está indicada por el relato bíblico del cambio de su nombre o título de «Abram», que significa «padre venerado», a «Abraham», que significa «padre de muchos» o «progenitor de muchos pueblos o naciones». Este cambio de título fue el resultado de la alianza de Abraham con Dios. Bíblicamente, Abraham representa al profeta que establece para todos los tiempos la doctrina monoteísta asociada a la línea de profetas de Abraham.
Las alusiones del Corán a la vida e importancia de Abraham son notablemente diferentes de los relatos bíblicos. En lugar de retratar a «Abraham» accediendo a sacrificar a su hijo «Isaac» como se describe en el relato bíblico, el Corán afirma que fue en realidad «Ismael», el hijo primogénito de «Ibrahim». Asimismo, la Biblia se centra en Isaac, que se convierte en el progenitor de los pueblos hebreos y de las manifestaciones Moisés y Cristo, mientras que el Corán se centra en Ismael como progenitor de la nación árabe y de la línea de manifestaciones árabes Hud, Salih y Muhammad.
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Sin embargo, al margen de los diferentes nombres de estos profetas y manifestaciones, Bahá’u’lláh enseñó claramente que todos ellos representan «una misma luz y un solo espíritu».
Si fueras de los que habitan esta ciudad dentro del océano de la unidad divina, verías a todos los Profetas y Mensajeros de Dios como una sola alma y un solo cuerpo, como una sola luz y un solo espíritu, de tal modo que el primero de ellos sería el último y el último, el primero; porque todos se han dispuesto a proclamar Su Causa y han establecido las leyes de la sabiduría divina. Todos y cada uno son las Manifestaciones de Su Ser, los Depositarios de Su poder, los Tesoros de Su Revelación, los Puntos del amanecer de Su esplendor y las Auroras de Su luz. Mediante ellos se manifiestan los signos de la santidad en las realidades de todas las cosas y las muestras de la unicidad en la esencia de todos los seres. A través de ellos se revelan los elementos de la glorificación en las realidades celestiales y los exponentes de la alabanza en las esencias eternas. De ellos ha procedido toda la creación, y a ellos ha de regresar todo cuanto se ha mencionado. Y ya que en su más íntimo Ser son los mismos Luminares y los mismos Misterios, deberías mirar su condición exterior a la misma luz, a fin de que los reconozcas a todos como un solo Ser; es más, los halles unidos en sus palabras, discurso y expresión …
Por tanto, queda establecido que todos los nombres y atributos regresan a estos sublimes y santificados Luminares. En efecto, todos los nombres se encuentran en sus nombres, y todos los atributos pueden verse en sus atributos. Visto a esta luz, si los invocarais por todos los nombres de Dios, ello sería cierto, puesto que todos estos nombres son exactamente lo mismo que su propio Ser.
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