Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Antes de que un niño nazca, este dedica nueve meses a desarrollar capacidades y poderes que tendrán una verdadera expresión y propósito en este mundo.
El niño desarrolla ojos cuando no hay nada que ver excepto tal vez sombras y algunos destellos de luz en la oscuridad. Luego este nace al mundo de colores y formas, de hermosas pinturas, paisajes y estrellas.
El niño desarrolla orejas cuando todo lo puede oír en ese estado son murmullos indistintos y el latino desconocido pero reconfortante de un corazón. Luego nace al mundo de la música, poesía y palabras inspiradoras, de aves melodiosas, olas de océanos y brisas suaves.
El niño desarrolla pulmones cuando no hay necesidad de respirar. Cuando este nace aquellos pulmones le dan la libertad de moverse independientemente sobre la tierra, inhalar el aire frío de la noche, soplar cristal y darle forma, cantar desde lo profundo del alma.
El niño desarrolla una nariz y una lengua cuando no existe nada que oler o probar en ese estado. Nace luego al mundo de rosas, pinos y perfumes, de frambuesas, chocolate y pistachos. Con esa misma lengua este puede pronunciar palabras de confort, llorar en nombre de la justicia, compartir historias de su familia y de su nación y ofrecer una oración a su creador.
Esto y otras capacidades se desarrollan antes del nacimiento del niño, pero su verdadera expresión y propósito solo se manifiestan en este mundo. ¿Cómo podrías describirle este mundo y todo lo que hay en él antes de que nazca?
No tendría contexto, no habría forma de poder comprenderlo. ¿Qué son los sentidos del olfato, del gusto y de la vista sin poder experimentarlos?
Dios ha creado para nosotros un mundo físico de analogías y símbolos para que podamos llegar a entender, a lo mejor de nuestras habilidades, nuestra verdadera naturaleza y propósito.
La realidad del ser humano es su alma. Somos seres espirituales que están teniendo una breve y temporal experiencia física. Hemos sido puestos en este mundo físico para que podamos desarrollar capacidades espirituales y poderes internos que encontrarán su máxima expresión en el mundo venidero. La relación de nuestra vida en este mundo terrenal con nuestra siguiente vida es, en este sentido muy similar a la relación entre la vida del niño antes de su nacimiento a la de su vida en este mundo.
Las enseñanzas Bahá’ís dicen:
“El otro mundo es tan diferente de este mundo, como lo es éste del mundo de la criatura mientras está en el vientre de la madre”. – Bahá’u’lláh, Pasaje de los Escritos de Bahá’u’lláh, p. 20.
Por consiguiente, debe prepararse en este mundo, para la vida del más allá. Lo que necesite en el mundo de ese reino debe obtenerlo aquí. Así como se preparó en el mundo de la matriz, adquiriendo las necesarias fuerzas en esa esfera de su existencia, asimismo las fuerzas indispensables de la existencia divina deben ser potencialmente alcanzadas en este mundo. – ‘Abdu’l-Bahá, Fundamentos de Unidad Mundial.
Si se le da la opción, el niño no querría dejar el confort de calor de su vida dentro del vientre de la madre. Sin embargo, el niño es forzado a salir, él muere a un mundo en el que está limitado y restringido, y nace a este mundo, no comprende que este era lugar al que estaba destinada llegar desde un inicio, inconsciente de los poderes y capacidades dentro de él que están esperando ser liberados y ser expresados.
De la misma forma, lo que nosotros llamamos “muerte” en este mundo físico es, en realidad, el nacimiento a un mundo infinitamente más grande, hermoso y glorioso. Los cálidos sentimientos de amor que podríamos experimentar en nuestro corazón, en este mundo, adquirirán, en el siguiente mundo, formas, figuras y poderes que no podemos entender o comprender en este mundo físico, así como que el amor indefectiblemente revela los misterios del universo. La fe inquebrantable en aquel mundo es un poderoso magneto, una joya oculta de independencia y libertad. La confiabilidad El perdón en un océano. El coraje es una montaña de poder.
Cuando alguien muere a este mundo físico, aquellos que nos quedamos atrás experimentamos tristeza de nuestra separación temporal de nuestro ser querido. Pero nos reconfortamos al pensar en las alegrías del siguiente mundo. Nos regocijamos en el hecho que haya ascendido a su siguiente hogar, su verdadero hogar, en el eterno viaje de su alma que ahora se encuentra más cerca de su Creador.
Mientras recordamos a aquellos seres queridos que ya han partido, también podemos pensar en estas palabras tranquilizadoras:
“Por ello, juzgar que después de la muerte del cuerpo el espíritu perece, es como imaginar que el pájaro cautivo en una jaula tenga que perecer porque la jaula se rompa, aunque el pájaro nada tenga que temer con ello”. Nuestro cuerpo es como la jaula, y el espíritu es como el pájaro: Vemos que, sin la jaula, el pájaro vuela en el mundo del sueño; por tanto, si la jaula se destruye, el pájaro permanecerá y subsistirá; su sensibilidad se hará aún más intensa, su percepción será mayor y su felicidad aumentará. A decir verdad, es como abandonar el infierno para alcanzar un paraíso de delicias, pues para los pájaros agradecidos no existe paraíso más sublime que la liberación de la jaula. -’Abdu’l-Bahá, Contestación a algunas preguntas, p. 277.
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