Previniendo la ira y los celos: Cómo evitar el ataque de un león

Crecí con un padre alcohólico y violento y una madre maltratada, por lo que aprendí, desde muy joven, que los hombres tenían derecho a su ira explosiva y las mujeres tenían que reprimir la suya si no querían ser heridas. 

Más tarde, ya de adulta y a través de terapia, aprendí que la ira que se guardaba en el interior al reprimir los sentimientos se convertía en depresión, lo cual explicaba cómo me sentía, pero aún no he aprendido a superar ese patrón infantil tan arraigado, a pesar de que los escritos bahá’ís me enseñan que los hombres y las mujeres son iguales, y que está bien enfadarse ante una injusticia. 

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En Bahá’u’lláh y la nueva era, de J.E. Esslemont, leemos esta cita de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í: «Los celos consumen el cuerpo y la ira quema el hígado; evítales como evitarías a un león». 

Siempre he pensado que comparar la ira y los celos con un león creaba una analogía interesante y útil.

Cuando leí esta cita por primera vez, la utilicé para justificar mi evasión a los conflictos y a la ira, y para seguir reprimiéndolos. Más tarde, reflexioné sobre el significado más profundamente, a través de la lente de «lucha o huye». Algunos de nosotros hacemos muchas cosas creativas para evitar la ira: la reprimimos y la convertimos en depresión; la volcamos en nosotros mismos en lugar de en aquel a quien pertenece; o la desplazamos hacia los más débiles. Sin embargo, ninguna de estas estrategias funciona.

Rara vez miramos a la ira directamente a los ojos, reconocemos su existencia y luego planeamos nuestra estrategia, lo que imagino que haríamos si realmente nos enfrentáramos a un león. Si un león entrara en mi campo de visión, lo ignoraría o lucharía contra él por mi cuenta y riesgo. En cambio, me parecería prudente reconocerlo y luego planificar mi huida cuidadosamente. Me ayudaría saber de antemano qué hacer si quiero salir viva del encuentro.

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Así que hice una búsqueda en Internet sobre qué hacer al enfrentarse a un león, y esto es lo que encontré. Lo he relacionado con la ira y los celos a través de mis comentarios entre paréntesis.

Cómo evitar el ataque de un león:

• Los leones de montaña tienden a evitar a las personas, así que si uno parece acercarse, intenta darle la oportunidad de escapar. (No te quedes con tu ira y tus celos)
• Mira al león a los ojos si sigue acercándose a ti. (Presta atención a tus pensamientos, reconoce que provienen de tu naturaleza inferior y déjalos ir, sin detenerte en ellos).
• Haz ruidos fuertes. Enseñar los dientes y hacer ruidos de gruñidos puede ayudar. (Canta o entona las oraciones y versos de Dios, en voz alta si lo necesitas).
• Hazte parecer más grande levantando tu chaqueta u otra ropa y extendiendo o sosteniendo tus brazos. (Concéntrate en tu naturaleza superior y en las cosas que engrandecen tu alma, como la oración, la enseñanza, el servicio).
• Párate derecho y saca el pecho. (Reconoce tu nobleza; conoce lo que te lleva a lo alto o la bajeza).
• Acerca a los niños y, si es posible, pon un niño pequeño sobre tus hombros para parecer más grande. Si hay otros adultos, colócate cerca de ellos. (Salga de su rutina y haga cosas con otras personas: asista a una reunión bahá’í; participe en una actividad espiritual amorosa y unificadora).
• Si cree que puede retirarse, retroceda lentamente y recuerde que nunca debe dar la espalda al animal. (Permanezca vigilante; vuélvase constantemente hacia Dios, confiando en su protección).
• Utiliza cualquier cosa que esté a tu alcance como arma y trata de evitar agacharte o arrodillarte para cogerla. Utiliza un gas lacrimógeno o un spray, algún palo, ramas, piedras, un cuchillo. Si tienes una bicicleta, puedes sostenerla como escudo. (Recuerda la cita de Bahá’u’lláh «Armado con el poder de Tu amor, nada podrá dañarme…».)
• Si el león ataca, trata de apuntar a un ojo y pincharlo con el pulgar (las personas que han hecho esto han tenido éxito) o usa un arma si la tienes a la mano. (No dejes que la ira o los celos «ganen» la batalla).
• Grita «¡león!» o algo específico en lugar de solo «¡ayuda!». (Consulta con los demás, sé específico, nombra y reconoce a tu némesis).

Cuando siento que me enfado o me pongo celosa, y me acuerdo de volverme y enfrentarme a esos sentimientos, le pido a Dios su ayuda, su protección y su perdón – y entonces me perdono por haber caído en esas trampas, y me siento ligera como el aire, ¡y sonrío a menudo! 

¡Me encantaría que añadieras tus pensamientos!