Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Algunas personas no creen que Dios exista, lo cual es comprensible, ya que tendemos a confiar en nuestros sentidos para comprobar la realidad de las cosas. Después de todo, si no podemos ver al Creador, ¿cómo podemos estar seguros?
Todos tenemos una existencia física, en la que el tacto, el gusto, el olfato, el oído y la vista nos informan de la realidad de nuestro propio ser y de la realidad material que nos rodea. Sin embargo, nuestros sentidos no son infalibles: pueden engañarnos.
Por suerte, también tenemos la capacidad de pensar, un proceso abstracto compuesto por la imaginación, el pensamiento propio, la comprensión y la memoria que se combinan con una facultad interior común para traducir las ideas, los conceptos y las realidades invisibles que nos rodean en hechos y acciones. En otras palabras, los humanos tenemos inteligencia y autoconciencia. Descubrimos cosas. Nuestro descubrimiento más importante: que podemos tomar decisiones.
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Las decisiones que tomé y que me llevaron a creer en un Creador
Cuando tenía ocho años, mis amigos y yo íbamos a nadar al cercano río Delaware. ¡Qué divertido! No podíamos permitirnos las piscinas del vecindario, así que subíamos al caballete del tren, salíamos y saltábamos diez metros hasta el agua fresca que se arremolinaba debajo. Yo me abstuve de hacer ese salto, por miedo a caerme de cara. En su lugar, nadé cerca de la orilla y observé a mis amigos saltar, sin saber si era tonto por no saltar también, o si me daba vergüenza, o ambas cosas. Había descubierto el miedo, pero no quería ponerle nombre.
Unos años más tarde me sorprendió ver en el periódico que un niño de la zona se había ahogado en la corriente del río.
Opciones. Que todo el mundo lo haga no es razón para hacerlo también, aprendí.
Además, durante esos años de infancia, me adscribí a medias a la fe católica. Iba a misa en latín casi todos los días, tenía monjas como maestras, era monaguillo y cantaba en el coro. Seguía a la multitud y, bajo las estrictas monjas, seguía las reglas. No conocía las creencias de otras religiones. Pero cuando me hice mayor, dejé la escuela católica por la pública y conocí a personas con opiniones y puntos de vista diferentes, entonces comenzó mi propia búsqueda del sentido de la vida. Tomé la decisión de diversificar mis conocimientos. Estudié el I Ching y luego el taoísmo. Tuve un encuentro fortuito con un bahá’í. Me picó la curiosidad, leí y reflexioné sobre los escritos bahá’ís y elegí ese camino.
Durante mis primeros años como bahá’í, en los años setenta y ochenta, lo más difícil de presentar la Fe bahá’í a los demás era superar los nombres persas que sonaban «extraños», tan diferentes del inglés cotidiano. Durante años, la Fe bahá’í existió en una oscuridad casi total, pero desde entonces ha alcanzado la cultura general. Ahora, la mayoría de la gente ha oído hablar de ella, lo que puede explicar que ahora se considere la segunda religión más extendida del mundo después del cristianismo.
El acuerdo entre religión y ciencia
Cuando descubrí por primera vez las enseñanzas de Bahá’u’lláh, una de las que más me impresionó fue que la religión y la ciencia deben estar en acuerdo, pues ambas son la verdad. Hablando sobre el principio primordial bahá’í de la unidad de la religión y la ciencia en una charla que dio en París, Abdu’l-Bahá dijo:
Podemos pensar que la ciencia es como un ala, y la religión es como la otra; un pájaro necesita dos alas para volar, una sola le sería inútil. Cualquier religión que contradiga a la ciencia o se oponga a ella, es sólo ignorancia, pues la ignorancia es lo opuesto al conocimiento.
Muchos científicos, como Galileo Galilei, Gregor Mendel, Guglielmo Marconi, John Eccles, Max Planck y otros, creían en un Ser Supremo. Albert Einstein dijo que creía en «el Dios de Spinoza» –en referencia a Baruch Spinoza, un pensador holandés del siglo XVII – «que se revela en la armonía lógica del mundo, no en un Dios que se preocupa por el destino y los actos de la humanidad».
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Estuve de acuerdo con esos grandes científicos, y también con Bahá’u’lláh, en que cualquier matiz de Dios que podamos imaginar, cualquier término o imagen que conjuremos, es un concepto erróneo:
Es evidente para todo corazón perspicaz e iluminado que Dios, la Esencia incognoscible, el Ser divino, es inmensamente excelso por encima de todo atributo humano, tal como existencia corpórea, ascenso y descenso, salida y retorno… Él está, y siempre ha estado, velado en la antigua eternidad de Su Esencia, y permanecerá en Su Realidad eternamente oculto a la vista de los hombres …
La mayoría de los religiosos optan por aceptar esto sobre Dios y creen en él como una cuestión de fe. Los materialistas dicen que Dios no existe o que su existencia no puede ser probada.
Yo sostengo que la verdad existe, y que aunque Dios no puede ser comprobado físicamente porque no es un ser físico, Su existencia ha sido probada una y otra vez. Creo que el hecho de que algo o alguien exista demuestra que hay un Dios, que la propia creación demuestra que existe un Creador.
Cuando conozco a otra persona, el milagro de su ser me recuerda que el Creador nos ama a todos.
Es como si los rayos del sol que iluminan la Tierra demostraran que hay un sol, aunque en un momento dado esté oculto por las nubes. Cuando las nubes se dispersan, descubrimos todo su poder.
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