Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Hace un tiempo compartí en mi cuenta profesional de Instagram que la ira puede convertirse en nuestra amiga – porque nos señala cuándo se han cruzado los límites.
En respuesta, un seguidor de Instagram me preguntó cómo funciona eso con respecto a los escritos bahá’ís, que dicen que debemos evitar la ira: «Los celos consumen el cuerpo y la ira quema el hígado; evítales como evitarías a un león«. – Bahá’u’lláh, citado en el libro del Dr. J. E. Esslemont, Bahá’u’lláh y la nueva era, p. 108.
Esto sin duda parece presentar una paradoja, ya que mientras la psicología actual pregona la ira como algo útil, muchos escritos sagrados tienden a decir lo contrario. Yo simplemente aclararía que ambos pueden ser verdad.
La ira, cuando se usa de manera inapropiada, puede ser definitivamente tóxica tanto para la persona que la siente como para los que la rodean. Entonces, ¿qué significa eso? Hay una diferencia entre reaccionar con ira y procesar la ira. Por ejemplo, Susie me acaba de decir algo muy hiriente y me siento enojado. Reacciono inmediatamente. Le grito o le digo algo hiriente sin pensarlo. ¡Todo lo que sé es que Susie me hizo enojar!
Ahora, si en vez de reaccionar instantáneamente, proceso mi ira, primero puedo notarla en mi cuerpo, cómo se siente y qué está pasando, y luego simplemente me siento con ella. No reacciono. Me tomo tiempo para reflexionar. Por ejemplo, puedo hacerme una serie de preguntas: ¿Por qué estoy enfadado? ¿Cómo puedo compartir con Susie cómo me hizo sentir? ¿Necesito compartir mis sentimientos? ¿Será útil esa conversación, o este aprendizaje es solo para mi propio crecimiento personal? Algunos llamarían a este proceso practicar el «desapego».
En términos psicológicos, la ira es considerada una «emoción secundaria», lo que significa que nos da una señal para que busquemos una emoción más profunda que puede ser inaccesible en el momento. El punto de frenarnos cuando estamos enfadados es ayudarnos a entrar en contacto con esta emoción más profunda que podemos estar evitando, ya sea porque es demasiado dolorosa o tal vez porque ni siquiera sabemos cómo acceder a ella en primer lugar. Al desacelerar, honramos la verdad de nuestra experiencia, y nos damos espacio para aprender de ella. Como dice la doctora Susan David, autora de Agilidad Emocional, «Nuestros sentimientos en bruto pueden ser los mensajeros que necesitamos para enseñarnos cosas sobre nosotros mismos y pueden impulsar la comprensión de importantes direcciones de vida«.
En este sentido, la ira puede convertirse en nuestra amiga. ¿Cómo podemos transformar la ira en perspicacia? Manteniéndonos conscientes, percibiendo nuestra ira, y esforzándonos para no quedar atrapados en ella, sino decidir cómo queremos responder ante ella. Bahá’u’lláh también nos ayuda a desarrollar esta práctica cuando seguimos sus consejos: «Pídete cuentas a ti mismo cada día, antes de que seas llamado a rendirlas; pues la muerte te llegará sin aviso y serás llamado a dar cuenta de tus actos«. – Las palabras ocultas.
Rendir cuentas cada día me permite reflexionar sobre mis acciones. Siendo humano, voy a cometer errores, incluso durante mi práctica de tener a la ira como mi amiga. Algunos días me olvidaré de ralentizar el proceso y reaccionaré. Si me tomo el tiempo para reflexionar sobre cómo fue mi día, ya sea a una hora específica del día o en cada momento, puedo aprender en qué podría mejorar. Al final de cada día, puedo preguntarme: si experimenté ira, ¿la experimenté responsablemente?
Algunos terapeutas aun dirán que la ira está aquí para protegernos porque está incorporada en la evolución de nuestro ser. Y es cierto, pero como seres espirituales creo que tenemos la capacidad de ir más allá de nuestra biología evolutiva. Podemos aprender a practicar el desapego de nuestra ira para que no deje que controle nuestras acciones.
Finalmente, volviendo a la primera cita, Bahá’u’lláh no nos aconsejó matar al león, sino que dijo que lo evitáramos. Cuando pensamos en la palabra evitar el primer significado que probablemente nos viene a la mente es huir o tal vez fingir que no está ahí. Pero cuando pensamos en esta metáfora usada por Bahá’u’lláh -el león- no parece prudente huir de un león, ¡y mucho menos pretender que no está ahí! Tal vez Bahá’u’lláh simplemente quiso decir que podemos aprender a coexistir con el león, manteniéndolo vigilado y dándole su espacio cuando llegue.
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