Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
En todos los idiomas existe una palabra equivalente a “Dios”. Suele escribirse con mayúscula, pues designa a ese Ser supremo que, por definición, es superior a todos los seres. Pero lo que cada cultura, e incluso cada persona, ha entendido al pronunciar esa palabra puede ser totalmente distinto. Para unos es lo más importante de sus vidas, el ser más perfecto, la fuente de toda belleza y bondad; para otros, en cambio, es un mito más del pasado, la mayor de las mentiras, la excusa para explotar a los débiles y hacer que se conformen con su situación. Todos tenemos, por tanto, cierta idea de lo que entendemos por “Dios”, pero son muy diversas las opiniones a la hora de precisar qué es y si tal Ser existe o no.
Muchos pueblos primitivos han creído ver una realidad espiritual en cada cosa, planta o animal; algo parecido a la conciencia que nos anima a los seres humanos. A esta base amplia de creencias se le llama animismo, y aún abunda en ciertas culturas menos desarrolladas. Otra creencia muy parecida es la del panteísmo, que considera el universo entero como una gran divinidad en la que todos estamos inmersos: todos somos Dios o parte de Dios.
Otros pueblos han creído que existen unos seres superiores a nosotros, dotados de poderes especiales, e incluso de inmortalidad, pero que se ven afectados por debilidades muy humanas como los celos, la ira, la lujuria o la predilección. La mitología griega y romana son claros ejemplos de esta creencia en varias divinidades o politeísmo.
Podría parecer que el monoteísmo, o creencia en un Dios único, es simplemente un paso más en el proceso evolutivo de las ideas religiosas de la humanidad. De hecho, el monoteísmo es defendido por algunas de las principales religiones y por los filósofos europeos que han aceptado la existencia de Dios. Pero también en otros pueblos ha abundado la idea de un Dios superior a todos los demás e incluso único.
Las enseñanzas bahá’ís lo reafirman así:
“Ocurre lo mismo en toda la extensión del mundo de la existencia: la más pequeña de las cosas creadas prueba la existencia de un creador. ¿Es posible entonces que este universo vasto e infinito se haya creado a sí mismo y haya alcanzado la existencia por obra de la materia y de los elementos? ¡Cuán errónea suposición!”- ‘Abdu’l-Bahá, Contestaciones a unas preguntas, p. 27.
El concepto más general que todos tenemos sobre Dios es que se trata de un ser espiritual, infinito y eterno, a quien se debe la existencia de todo el universo. Las religiones occidentales (judaísmo, cristianismo e islam) lo describen como un Ser Personal, alguien que piensa y ama; alguien que ha creado el universo para que los seres humanos Lo podamos conocer y amar; un Ser perfecto en su bondad, pero también en su justicia, que premia y castiga según el comportamiento de cada uno.
Eminentes pensadores occidentales de los últimos siglos se han opuesto con diversos argumentos a esas creencias religiosas, considerándolas mitos del pasado que se han de superar. Según unos, la idea de Dios es totalmente falsa, y no existe más que la realidad material observable por nuestros sentidos y por los métodos científicos (ateísmo). Según otros, tanto Dios como las demás realidades espirituales creídas por muchos (el alma y la vida después de la muerte) están fuera del alcance de nuestro conocimiento; por lo tanto, debemos prescindir de ellas y vivir solo contando con lo que es accesible para nuestro conocimiento racional (agnosticismo).
Qué podemos saber sobre Dios
A lo largo de los siglos se ha debatido mucho sobre la existencia de Dios con argumentos a favor y en contra. La dificultad estriba en que “Dios” no es una realidad tan visible como el Sol ni tan evidente como que dos y dos son cuatro. Tampoco se puede probar científicamente su no existencia. Por eso el ateísmo militante va cediendo el paso a un prudente agnosticismo. Ante la posibilidad de que sí exista Dios, los agnósticos confiesan que nada podemos saber de Él. En cambio, los creyentes apostamos a favor de Su existencia y Lo consideramos una pieza clave con la que todo el universo adquiere su pleno sentido. En la balanza de pruebas y objeciones cada uno la hace inclinar con una decisión libre de su voluntad.
Cuando el filósofo Henri Bergson visitó a ‘Abdu’l-Bahá en París, le expuso este ejemplo:
«Si alguien va al mar y toma el agua del mar en el cuenco de su mano, la lleva a su boca y la saborea, su gusto encuentra que el agua es salada. ¿Puede entonces pretender que no hay sal en el mar, incluso suponer que solo ese puñado de agua estaba salada y que el resto era agua dulce? […] En el hombre hay una fuerza que llamamos conciencia e inteligencia. […] ¿Se puede pretender que ese ser original o esa fuerza creadora que creó al hombre carece de tal fuerza?»
Si nos situamos ya en la posición de creer que existe Dios, tenemos diversos medios para conocerle y relacionarnos con Él. Simplificando mucho se pueden resumir en tres:
- De forma personal: Cada uno puede encontrar en su interior una vivencia de esa realidad trascendente que llamamos Dios; puede llegar a hacerse una idea de Él a través de todas las cosas, de la naturaleza, de la música, de los sentimientos humanos, del conocimiento de uno mismo, de los mejores anhelos de inmortalidad, bondad o belleza.
- Con la ayuda de otros: Casi todas las realidades de la vida las aprendemos de nuestros padres y de la sociedad en que vivimos. También ocurre que unas personas tienen más disposición e interés en unos asuntos que en otros. Por eso ha habido siempre guerreros, comerciantes, artistas, médicos, inventores… e igualmente personas más dedicadas a lo religioso. Los chamanes, hechiceros, gurús, santones, monjes y sacerdotes han sentido una disposición especial para conectar con la dimensión desconocida de lo trascendente.
- A través de las enseñanzas de los Fundadores de las grandes religiones. Por encima de las personas con creencias religiosas están los que las han originado. Han sido pocos los que han alcanzado el rango histórico de fundar una gran religión: Moisés, Zoroastro, Buda, Cristo, Muhammad… De Ellos han aprendido los sacerdotes, los teólogos y los santos. Las palabras que de Ellos nos han llegado siguen siendo una fuente incomparable de conocimiento sobre Dios y sobre la realidad humana.
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