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Religión

La unicidad de la religión en el Vedanta Advaita hindú

Roger Prentice | Oct 5, 2021

PARTE 1 IN SERIES Alcanzado la unicidad

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Roger Prentice | Oct 5, 2021

PARTE 1 IN SERIES Alcanzado la unicidad

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¿El simple hecho de estar vivo te hace sentir espléndido? ¿Acaso el hecho de estar vivo expande tu conciencia y a veces te lleva a la felicidad? Si no es así, ¿te gustaría sentirte así?

Si tu respuesta es sí, no te limites solo a despertarte y oler café: todos necesitamos una forma más profunda de despertar los impulsos de nuestro espíritu interior. 

Ese despertar implica inhalar el perfume místico de todos los profetas y fundadores de las grandes religiones del mundo, como Krishna, Buda, Moisés, Cristo, Mahoma y Bahá’u’lláh. Su sabiduría sin parangón nos enseña a afrontar los retos y los cambios, y nos ayuda a centrarnos en el valor eterno de nuestras vidas.

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Tendemos a pensar en esos mensajeros divinos como entidades separadas y diversas que fundaron diferentes religiones en distintas épocas. Pero, ¿y si no están separados en absoluto?

Las enseñanzas traídas a la humanidad por Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, nos animan a ver a todos esos mensajeros sagrados como uno solo:

…verías a todos los Profetas y Mensajeros de Dios como una sola alma y un solo cuerpo, como una sola luz y un solo espíritu, de tal modo que el primero de ellos sería el último y el último, el primero; porque todos se han dispuesto a proclamar Su Causa y han establecido las leyes de la sabiduría divina.

Esta serie de artículos explora ese tremendo y revelador tema investigando lo que cada una de las grandes religiones tiene que decir sobre el logro de la unidad. En este artículo, examinaremos la búsqueda de la unidad en una de las religiones más antiguas y veneradas de la humanidad, el hinduismo.

Enseñanzas hindúes sobre la unidad

¿Cuál es el pasaje clave de las enseñanzas hindúes que ofrece una visión espiritual básica? Quizás sea éste, de los Upanishads hindúes:

Como dos pájaros de plumaje dorado, compañeros inseparables, el yo individual y el yo inmortal están posados en las ramas del mismo árbol. El primero saborea los frutos dulces y amargos del árbol; el segundo, no sabiendo de ninguno, observa tranquilamente.

El yo individual, engañado por el olvido de su identidad con el Yo divino, desconcertado por su ego, se aflige y se entristece.

Pero cuando reconoce al Señor adorable como su propio Ser verdadero, y contempla su gloria, ya no se aflige.

Bahá’u’lláh, en su Libro de la Certeza, revelado en dos días y dos noches en 1862, explicó:

Te es claro y evidente que todos los Profetas son los Templos de la Causa de Dios… Si observaras con ojo perspicaz, les verías habitando en el mismo tabernáculo, volando en el mismo cielo, sentados en el mismo trono, pronunciando las mismas palabras, proclamando la misma Fe… Por tanto, si una de esas Manifestaciones de la Santidad proclamara: «Yo soy la vuelta de todos los Profetas», ciertamente dice la verdad. Del mismo modo, es un hecho que cada Revelación subsiguiente es la vuelta de la Revelación anterior…

Estamos unidos por la realidad de un Dios, un Espíritu Santo, una serie de mensajeros y nuestra única familia humana.

Pero también están los maestros que reciben el amor y la luz de las revelaciones de las enseñanzas originales del profeta y pasan, a su vez, a reflejar ese amor y esa luz en sus vidas. Sus atributos espirituales brillan para que todos los vean. Ellos practican lo que dicen. Eso somos tú y yo, si así lo queremos y actuamos en consecuencia.

En el desierto del materialismo hay muchos pozos de agua dulce, tanto de los mensajeros como de sus verdaderos reflectores, que pueden saciar nuestra sed espiritual. Esa agua dulce es ahora más accesible que nunca antes en la historia. Bahá’u’lláh escribió: «Inigualable es este Día, porque es como un ojo para edades y siglos pasados y como una luz para la oscuridad de los tiempos».

Las antiguas enseñanzas hindúes y su continua verdad

En esta nueva era, ahora podemos obtener conocimientos e inspiración como nunca antes. Pero aunque aparecieron hace muchos milenios, podemos apreciar, en particular, la inspiración de las enseñanzas hindúes del Advaita Vedanta. Las enseñanzas hindúes, al igual que los principios e inspiraciones de todas las grandes religiones, nos ayudan a transformarnos en nuestro mejor y más verdadero yo.

Por ejemplo: Los mantras, o las prácticas meditativas hindúes similares, pueden preparar el camino hacia una visión transformadora.  

Los primeros mantras se compusieron en sánscrito védico en la India y tienen al menos 3.500 años de antigüedad. La palabra ॐ (aum, om) sirve de mantra. Muchos hindúes creen que aum fue el primer sonido de la Tierra y que su canto crea una reverberación que ayuda a calmar el cuerpo y la mente.

En formas más sofisticadas, los mantras son frases melódicas con interpretaciones espirituales como el anhelo humano de verdad, realidad, luz, inmortalidad, paz, amor, conocimiento y acción. Algunos mantras sin significado literal son musicalmente edificantes y espiritualmente conmovedores.

La forma del Advaita Vedanta puede ser de dos etapas: «conciencia y dicha». Personalmente, cuando medito prefiero el satchitananda de tres etapas – «sat-chit-ananda» – que significa «ser-conciencia-dicha». Los tres elementos se consideran inseparables a la hora de comprender la naturaleza de la realidad última o «Brahman» – que significa el Principio Universal más elevado, la Realidad Última del universo, la causa material, eficiente, formal y final de todo lo que existe.

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Para los hindúes, Brahman ejemplifica la verdad y la dicha omnipresentes, infinitas y eternas que no cambian, pero que son la causa de todos los cambios, la unidad única y vinculante detrás de la diversidad de todo lo que existe en el universo.

Entrando en el reino del ser

¿Existe un equivalente bahá’í del sat-chit-ananda? Tal vez se encuentre en Las palabras ocultas de Bahá’u’lláh:

¡Oh hijo de lo mundano! Grato es el reino del ser, si lo alcanzaras; glorioso es el dominio de la eternidad, si pasaras más allá del mundo de la mortalidad; dulce es el sagrado éxtasis, si bebieras del cáliz místico de manos del Joven celestial. Si lograras esta posición, te librarías de la destrucción y de la muerte, de la penuria y del pecado.

¿Podemos ver aquí un modelo de orientación similar? Si bebemos del cáliz sagrado podemos llegar a ser felices hasta el punto de alcanzar el éxtasis, según indican tanto los escritos sagrados hindúes como los bahá’ís. Este «reino del ser», por tanto, representa algo a lo que podemos aspirar y alcanzar. Es un reino que nos permite trascender la mortalidad.

¿Podemos ver y leer el modelo como «ser» y el «éxtasis» como dicha? Al liberarse de la destrucción y de la muerte, de la penuria y del pecado, se alcanza la meta. Las enseñanzas del Advaita Vedanta también presentan la libertad como una meta espiritual vital. En ambos casos incluye la liberación del yo egoísta.

En última instancia, la tríada ser-conciencia-dicha existe tanto en las enseñanzas bahá’ís como en las del Advaita hindú. Beber del cáliz místico es un requisito para alcanzar la libertad, dijo el sabio hindú del siglo VIII Adi Shankara, el gran presentador del Vedanta Advaita. Mientras vagaba por el Himalaya, buscando encontrar a su gurú, un joven Adi Shankara se encontró con un sabio que le preguntó: «¿Quién eres tú?». El muchacho iluminado respondió con seis versos. Puedes leerlos y escucharlos cantados por Deva Premal. Aquí en YouTube.

En cualquier época, beber del cáliz místico es trascender el mundo burdo, dual, contingente y siempre cambiante, y entrar así en el Reino no-dual. Lo místico es la puerta de entrada a ese Reino dichoso, y no hay nada tan práctico como lo místico. ¿Por qué? Porque es la clave para desarrollar el autoconocimiento, el don que trae la realización de nuestro verdadero ser, y de la realidad. Nos permite dejar la carga del yo egoísta y reflejar lo eterno. Nos permite buscar y encontrar la verdadera libertad.

Esa verdadera libertad, por supuesto, es de lo que Bahá’u’lláh llamó «el mundo contingente», que incluye el mundo material y nuestras naturalezas inferiores. Estos dos son las fuentes de nuestros apegos y adicciones, y los barrotes de nuestra prisión autocreada. Cuando nos despojamos de ellos, somos libres.

Puesto que Dios, el Espíritu Santo y los grandes mensajeros son todos uno, y todos ellos nos piden que ampliemos nuestra conciencia de las realidades místicas, cuando actuamos sobre ese conocimiento podemos ser más, saber más y servir más.

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