Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
¿Cómo podemos aumentar nuestro conocimiento de Dios? El primer paso en esa búsqueda es atravesar el portal del yo. Desde el momento inicial de nuestra existencia debemos crecer para afrontar la vida. El crecimiento nunca se detiene.
Nuestro bienestar físico, intelectual, emocional y espiritual depende de ese interminable viaje de crecimiento y descubrimiento.
Además de nuestras capacidades, las relaciones que desarrollamos nos proporcionan una base para la vida. Nuestras primeras relaciones son con nuestra madre, nuestro padre y nuestros hermanos. Más tarde conocemos a amigos, vecinos, profesores, compañeros de trabajo, un cónyuge, hijos y nietos. La vida se convierte en una expansión de la experiencia humana. Algunas relaciones las elegimos, otras nos las imponen y otras las descartamos. Nuestras interacciones con los demás nos brindan la oportunidad de comprender mejor cualidades como el amor, la confianza, la paciencia, la amabilidad y el perdón. Cuando hacemos un esfuerzo consciente para dirigir nuestra atención hacia los atributos divinos en lugar de buscar los vicios, el yo se transforma de potencial a realidad. Paso a paso, se acerca al Ser Divino. Según Abdu’l-Bahá «En el caso del alma humana … Su único movimiento es hacia la perfección … La perfección divina es infinita, por lo cual el progreso del alma es también infinito».
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¿Qué procesos, entonces, pueden conducirnos hacia la perfección espiritual?
Consideremos un espejo. Cuando está orientado hacia el sol, refleja la luz. Si se mantiene en la oscuridad, no reflejará nada. Además, si el espejo está sucio, aunque esté orientado hacia el sol, solo reflejará una parte de su luz. Al igual que un espejo, cuando el alma se vuelve hacia Dios y reflexiona sobre Sus atributos, llegará a reflejar muchas facetas de la bondad. Cuanto más pulida esté el alma, mediante el crecimiento y el desarrollo de las virtudes humanas, más veremos en ella el reflejo de la belleza de Dios.
A lo largo de la historia, los seres humanos han obtenido su conocimiento de Dios a través de sus mensajeros. Nuestra historia registrada reconoce a algunos de ellos como los fundadores de las grandes religiones: Abraham, Krishna, Zoroastro, Buda, Moisés, Jesús, Muhammad, y más recientemente el Bab y Bahá’u’lláh. Todos ellos sirvieron de enlace directo entre el Creador y la creación. Aunque aparecen en este mundo con forma humana, estos mensajeros divinos difieren de nosotros en muchos aspectos significativos.
A diferencia de los humanos ordinarios, los santos profetas y mensajeros reflejan todos los atributos de Dios – son espejos perfectamente pulidos. Según Bahá’u’lláh, Dios: “… ha ordenado que el conocimiento de esos Seres santificados sea idéntico al conocimiento de Su propio Ser. Quienquiera que los reconozca, ha reconocido a Dios”.
Cada uno de estos profetas trajo un mensaje divino para la época en la que aparecieron. Desgraciadamente, con el paso del tiempo el torrente de agua celestial pura que derraman sobre la humanidad se ensucia con tergiversaciones, corrupciones y dogmas. Cada vez que aparecen nuevos mensajeros en la Tierra, primero refrescan las enseñanzas espirituales existentes añadiendo, cambiando o eliminando principios, leyes y prácticas de las religiones anteriores, según la capacidad y las necesidades del pueblo. Este proceso de revelación divina ayuda a las almas a acercarse a su Creador, promueve la unidad y la concordia, y permite que la civilización avance material y espiritualmente. Pero los rituales y las tradiciones religiosas, cuando pierden la luz de la verdad y se reducen a formas externas, pueden convertirse en barreras, limitando a las personas a reconocer los mensajes de Dios.
Por eso la religión debe renovarse de vez en cuando. Como dicen las enseñanzas bahá’ís:
La religión de Dios es una sola religión, mas debe ser siempre renovada. Moisés, por ejemplo, fue enviado a la humanidad; Él estableció una ley, y por esa ley mosaica los hij os de Israel fueron librados de su ignorancia y fueron iluminados; fueron rescatados de su abyección y alcanzaron una gloria que no palidece. Sin embargo, a medida que transcurrían lentamente los años, se acababa ese esplendor, se ocultaba esa refulgencia y se volvía noche ese día luminoso; y una vez que esa noche se hizo triplemente oscura, despuntó la estrella del Mesías, de modo que una gloria iluminó nuevamente el mundo.
Lo que queremos decir es esto: la religión de Dios es una sola, y es la educadora de la humanidad, mas necesita ser renovada. Cuando plantas un árbol, su altura aumenta día tras día. Produce flores, hojas y sabrosos frutos. Pero después de un largo tiempo, se vuelve viejo y ya no produce ningún fruto. Entonces el Cultivador de la Verdad recoge la semilla de ese mismo árbol y la siembra en un suelo virgen; y de pronto aparece el primer árbol, tal como era antes.
Presta atención a que, en este mundo de la existencia, todas las cosas deben ser constantemente renovadas. Mira el mundo material que te rodea y ve cómo ha sido renovado ahora. Los pensamientos han cambiado, se han modificado los modos de vida, las ciencias y las artes muestran un nuevo vigor, hay nuevos descubrimientos e invenciones, hay nuevas percepciones. ¿Cómo, entonces, no iba a renovarse un poder tan vital como el de la religión, el garante de los grandes progresos de la humanidad, el medio mismo de lograr la vida sempiterna, el promotor de excelencia infinita, la luz de ambos mundos? Ello sería incompatible con la gracia y la bondad del Señor.
Los principios bahá’ís nos dicen que la esencia de todas las religiones, sus enseñanzas espirituales, es la misma. Por ejemplo, la bondad, la generosidad y la compasión no son solo para los cristianos: forman parte de las creencias fundamentales de todas las religiones.
Estos mensajeros sagrados nos traen enseñanzas espirituales eternas, así como leyes sociales basadas en las necesidades de la época, para que la civilización pueda florecer y los humanos puedan vivir en armonía. Cada vez que aparecen estos educadores divinos, a través de sus ejemplos y palabras alcanzamos un plano superior de nuestra comprensión del Creador.
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