Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
«¿Qué pasa cuando te haces bahá’í?», me preguntó un amigo. Él ha estado aprendiendo acerca de la fe bahá’í por un tiempo, cree en sus principios, parece curioso – y un poco nervioso – sobre el siguiente paso.
Acabábamos de regresar de un viaje por carretera, y hablamos mientras estábamos sentados en mi sala bebiendo un poco de agua con gas. Mi amigo, a quien conozco desde hace tiempo, tiene un equilibrio bien desarrollado de curiosidad y de cautela natural en su carácter, por lo que es cuidadoso con todas las decisiones que toma. He notado que él delibera concienzudamente a medida que aprende cosas nuevas, sopesando inteligentemente la evidencia y tratando de hacer lo mejor para ser equitativo y justo en su juicio. Creo que probablemente adquirió ese enfoque prudente de la vida al ir a la facultad de derecho y luego convertirse en abogado, aunque ahora trabaja en otro campo y no ejerce la abogacía.
«Bueno», dije, tratando de responderle de la manera más útil posible, «esa es una decisión que debes tomar en tu propia mente y corazón». Si aceptas a Bahá’u’lláh y crees en los principios bahá’ís en este punto de tu búsqueda espiritual, suena como a que ya has tomado tu decisión».
«Tal vez. Quiero decir, creo en los principios de Bahá’u’lláh», me dijo, «Ya me considero casi un bahá’í, pero me pregunto si necesito pasar por algún tipo de ceremonia formal, bautizo, un ritual, ese tipo de cosas».
«No, definitivamente no», dije. «La fe bahá’í no tiene ningún tipo de rituales. Hacerse bahaí es algo que sucede internamente, no externamente».
» ¿A qué te refieres con ’internamente’?».
Tomé un libro de una estantería, lo hojeé y leí este pasaje de una carta escrita en nombre de la Casa Universal de Justicia en 1982:
Ud. debe recordar que la firma en la tarjeta [de declaración bahá’í], en el sentido que representa un registro de la fecha de declaración y datos sobre el declarante, es para satisfacer los requerimientos administrativos que permiten el ingreso del nuevo creyente en la comunidad. Las implicaciones más profundas del acto de la declaración de fe se dan entre el individuo y Dios.
«¿Entonces hay una tarjeta qué firmar?». Debo decir que esto lo puso un poco precavido.
«Claro», dije, «cuando estés listo, firmarás una tarjeta de declaración bahá’í, lo que lo vuelve oficial, y te inscribirán en la comunidad bahá’í donde vives». Como dice la cita, eso es básicamente una cosa administrativa. Simple, sin presión. La decisión de hacerse bahá’í realmente es entre tú y Dios».
Pensó en eso por un momento, y luego preguntó: «¿Qué dice esa tarjeta de declaración?».
«Básicamente dice que declaras tu creencia en Bahá’u’lláh, el Bab y ‘Abdu’l-Bahá, y que aceptas sus enseñanzas, instituciones, leyes y principios».
«Eso suena tan, no sé, como informal y fácil».
«Como dije, la decisión ocurre dentro de ti. Todo lo que haces cuando firmas esa tarjeta de inscripción es comprometerte a tratar de vivir una vida bahá’í – y añadir tu nombre a las listas de miembros, lo que te hace elegible para votar en las elecciones bahá’ís, participar en actividades comunitarias, y tener la capacidad voluntaria de dar al fondo bahá’í».
«¿Qué pasa si decido más adelante que no quiero ser un bahá’í? ¿Qué pasa entonces?».
No pude evitar reírme de esa pregunta aparentemente legalista, y mi amigo reaccionó diciendo: «No, quiero decir, he escuchado algunas historias sobre algunas otras religiones que tratan de evitar que la gente abandone esas religiones».
«No hay tal cosa cuando eres un bahá’í», dije. «Entras a la Fe de forma voluntaria, y si decides dejar la Fe, eso también es voluntario. Los bahá’ís no coaccionan a nadie. El Bab dijo: «El sendero de la guía es camino de amor y compasión, no de fuerza y coacción«.
«Bueno, eso es genial. Pero fui criado como presbiteriano. ¿Qué puedo hacer al respecto? No puedo tener dos religiones a la vez, ¿O sí?».
«Cuando te haces bahá’í», dije, «aceptas a todos los mensajeros de Dios». Luego cité una frase de un pasaje de los escritos bahá’ís que memoricé hace mucho tiempo:
El principio fundamental enunciado por Bahá’u’lláh […] es que la verdad religiosa no es absoluta sino relativa, que la Revelación Divina es un proceso continuo y progresivo, que todas las grandes religiones del mundo son de origen divino, que sus principios básicos están en completa armonía, que sus objetivos y propósitos son uno y el mismo, que sus enseñanzas no son más que facetas de una sola verdad, que sus funciones son complementarias, que sólo difieren en los aspectos no esenciales de sus doctrinas, y que sus misiones representan etapas sucesivas en la evolución espiritual de la sociedad humana.
«Vaya», dijo, escuchando atentamente, mirando a la distancia, y pareciendo un poco aturdido, «No me esperaba esto.»
«¿A qué te refieres?», le pregunté.
«No sé, pensé… En realidad, pensé que hacerse bahá’í implicaría algún tipo de proceso». Enfatizó en la palabra «proceso».
«Así es», dije, «pero el proceso tiene lugar en tu alma».
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