Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Cuando Bahá’u’lláh describió «el orden prevaleciente» del mundo como «lamentablemente defectuoso», ¿a qué se refería? ¿Cómo explican las enseñanzas bahá’ís esa impactante afirmación?
Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, proclamó en un lenguaje claro e inequívoco, a los reyes y gobernantes del mundo, a sus líderes religiosos y a la humanidad en general, que la tan prometida era de unidad y paz mundial había finalmente llegado.
También proclamó que el orden imperante, la caótica y anticuada estructura organizativa de cientos de estados soberanos en competencia y conflicto, evolucionaría inevitablemente hacia unidades federadas de una única mancomunidad mundial elegida democráticamente:
El Gran Ser, deseando revelar los requisitos para la paz y tranquilidad del mundo y el avance de sus pueblos, ha escrito: Debe llegar el tiempo en que se reconozca universalmente la imperativa necesidad de celebrar una reunión vasta y omnímoda de personas. Los gobernantes y reyes de la tierra deben necesariamente concurrir a ella y, participando en sus deliberaciones, deben considerar los medios y arbitrios para echar los cimientos de la Gran Paz mundial entre los hombres. Esa paz exige que las grandes potencias decidan, para la tranquilidad de los pueblos de la tierra, estar completamente reconciliadas entre sí. Si algún rey se levantare en armas contra otro, todos unidos deberán alzarse para impedírselo. Si esto se hace, las naciones del mundo ya no necesitarán armamentos, salvo con el fin de preservar la seguridad de sus dominios y mantener el orden interno dentro de sus territorios. Esto asegurará la paz y la calma de todos los pueblos, gobiernos y naciones.
Los bahá’ís creen que Bahá’u’lláh, como portador de un nuevo mensaje del Creador, trajo ese mensaje para transformar la anticuada arquitectura mundial de antagonismo entre razas, naciones y religiones. Ser un bahá’í significa entender que la revelación de Bahá’u’lláh creó el espíritu y la forma de un orden mundial predestinado – un nuevo sistema de gobierno mundial pacífico diseñado para resolver los problemas antes irresolubles a los que se enfrenta la humanidad.
En su libro «El Orden Mundial de Bahá’u’lláh», Shoghi Effendi, el Guardián de la fe bahá’í, resumió sucintamente ese nuevo sistema:
Debe necesariamente desarrollarse una forma de Superestado mundial, a favor del cual todas las naciones del mundo han de ceder voluntariamente toda prerrogativa de hacer la guerra, ciertos derechos de recaudar impuestos y todos los derechos de mantener armamentos, salvo con la finalidad de mantener el orden interno dentro de sus respectivos dominios. Dicho estado ha de incluir en su ámbito un poder ejecutivo internacional con capacidad para imponer autoridad suprema e incontrovertible a todo miembro recalcitrante de la mancomunidad; un parlamento mundial cuyos miembros sean elegidos por los habitantes de los respectivos países y cuya elección sea confirmada por sus respectivos gobiernos, y un tribunal supremo cuyos dictámenes tengan efecto obligatorio aun en los casos en que las partes interesadas no decidan voluntariamente someter el caso a su consideración.
Un superestado mundial, como lo entienden los bahá’ís, es inevitable. La evolución natural de la gobernanza humana, desde la tribal a la local y a la regional y nacional, tiene que llegar a ser internacional por necesidad – las condiciones del mundo lo exigen. Durante los dos últimos siglos, nuestro planeta se ha transformado de un conjunto disperso y lejano de culturas y civilizaciones dispares en un vecindario transnacional interconectado, que ha dejado obsoleto el viejo modelo de soberanía nacional.
Los principales problemas del mundo ya no son locales o regionales, son globales.
La lucha contra crisis como el cambio climático, por ejemplo, no puede limitarse a un solo país, ni siquiera puede dejarse en manos de un tratado voluntario inaplicable entre naciones. Las guerras, especialmente las batallas por poder que se libran actualmente en varios lugares del mundo, no pueden detenerse sin un árbitro internacional eficaz. Las pandemias internacionales requieren un enfoque global. La terrible, continua e incluso creciente brecha entre los ricos y los pobres no tiene una solución puramente nacional, sino que debe resolverse a nivel mundial. La corrupción que se ha hecho endémica en muchas naciones no se puede combatir eficazmente a menos que un gobierno mundial la proscriba y aplique efectivamente esa prohibición. Esta lista podría continuar, pero el resultado sigue siendo simple y obvio: los problemas del mundo solo pueden resolverse abordándolos a nivel mundial. Abdu’l-Bahá dejó claro este punto en muchas de sus conversaciones en América en 1912, incluyendo esta:
El mundo de los pensamientos ha sido regenerado. Las ciencias de anteriores edades y filosofías del pasado son inútiles hoy. Las exigencias del presente piden nuevos métodos de solución; los problemas del mundo son sin precedente. Las viejas ideas y formas de pensamiento están rápidamente tornándose anticuadas. Las leyes antiguas y sistemas éticos arcaicos no pueden hacer frente a los requerimientos de las condiciones y exigencias modernas…
¿Podría la máscara de la lobreguez, que cubrió los siglos medievales, hacer frente a la necesidad de una clara visión y entendimiento que caracterizan al mundo de hoy? En vista de ello, ¿podrían ciegas imitaciones de formas ancestrales e interpretaciones teológicas, continuar guiando y controlando la vida religiosa y el desarrollo espiritual de la humanidad de nuestros días? ¿Podría el hombre dotado con el poder del razonamiento, sin pensar, seguir y adherirse a dogmas, creencias y credos hereditarios que no pueden soportar el análisis de la razón, en este siglo de resplandecientes realidades?
A menos que todas las naciones y pueblos se unan con los lazos del Espíritu Santo en esta Fraternidad real, a menos que 94 los prejuicios internacionales y nacionales sean borrados en la realidad de esta Hermandad espiritual, el verdadero progreso, prosperidad y felicidad duradera, no podrán ser alcanzados por el hombre. Éste es un siglo de una nueva y universal hermandad de naciones. Las ciencias han avanzado, las industrias han progresado, la política se ha reformado; se ha proclamado la libertad, la justicia se está despertando.
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