Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Hace unos meses, me desperté a las 3 de la madrugada, salí y contemplé la lluvia de meteoritos de las Perseidas durante una hora. Mientras esas bolas de fuego llameantes surcaban los cielos con sus estelas de luz resplandeciente, vi al Creador.
Bueno, no al incognoscible Creador, por supuesto, sino que fui testigo de los ardientes rastros de la sobrecogedora y sobrecogedora creación en un hipnotizante espectáculo de luz de su espectacular gloria.
Una lluvia de meteoritos siempre me recuerda la belleza absolutamente asombrosa que nos espera cada noche cuando nuestra esfera diurna, que la humanidad ha observado y estudiado y maravillado desde el principio de nuestra especie, brilla con su luz estelar sobre todos nosotros.
Parafraseando a Sinead O’Connor, «nada se compara a ti», universo.
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Mientras observaba los meteoritos que surcaban el cielo –¡ahí va otro! – pensaba en la naturaleza y el origen de la propia existencia. Mientras me esforzaba por meditar sobre lo incognoscible, de repente se me ocurrió una frase sorprendente de los escritos bahá’ís, del libro de Abdu’l-Bahá Contestaciones a unas preguntas: «… la inexistencia absoluta carece de la capacidad de alcanzar la existencia».
Entonces, ¿cómo y cuándo llegó todo esto aquí? Esas preguntas, tarde o temprano, se le ocurren a casi todo el mundo. En esencia, son preguntas místicas relacionadas directamente con nuestras historias de origen.
Según las últimas estimaciones astronómicas, el universo alberga unos 200.000 millones de billones de soles. Asimila eso por un momento.
Nuestra galaxia, la Vía Láctea, contiene alrededor de 100 millones de estrellas (y al menos el mismo número de planetas). Multiplícalo por dos billones –el alucinante número de galaxias del universo, según las estimaciones obtenidas en 2016 a partir de las observaciones del telescopio Hubble– y obtendrás 200.000.000.000.000.000.000.000.000, tantas estrellas que no podrían contarse en millones de años de recuento continuo. (El Atlas Mundial tiene un buen artículo introductorio sobre este cálculo incalculable si quiere saber más – o simplemente sentirse completamente abrumado por la incognoscible inmensidad).
Pero esa cifra astronómica sólo representa la visión limitada del universo que podemos ver ahora. Quedémonos un momento con ese horizonte limitado y pensemos qué puede significar.
Cómo ver el infinito
¿Quieres ver el infinito? Sólo tienes que salir después de que el sol se oculte y mirar hacia arriba. El cielo nocturno, negro como el terciopelo e inmensamente perfecto para los observadores de estrellas y meteoritos como yo, se nos ofrece a todos amorosa y libremente, sin agenda, sin precio de entrada, sin requisitos, sin reservas innecesarias y convenientemente situado directamente arriba en estratovisión de 180 grados en blanco y negro.
Esa impresionante oscuridad despliega abiertamente cada noche un panorama general de la humanidad. Su omnipresencia invita a todos a mirar hacia la eternidad y contemplar nuestro mundo, nuestra galaxia, nuestras vidas, nuestros destinos. Su misterio es una fuente inagotable de fascinación para la humanidad, y siempre lo será.
Todo el mundo tiene igual acceso, a menos, por supuesto, que vivas en una ciudad bloqueada estelarmente por el resplandor artificial. Si ese es el caso, te recomiendo que busques los cielos centelleantes de la vida real saliendo de la ciudad una noche y yendo a algún lugar oscuro. (Este es un mapa de cielos oscuros.) Quedarán asombrados, citadinos hambrientos de estrellas, por lo que hay ahí arriba: una infinidad de soles ardiendo en miles de billones de galaxias hasta donde alcanza la vista y mucho, mucho más lejos.
Mientras miraba al cielo, en la oscuridad de la luna nueva, el largo borde luminoso de nuestra galaxia brillaba tanto aquí, en las Sierras del Norte de California, que la Vía Láctea proyectaba sombras. (Si nunca has visto la sombra de tu estrella, es imprescindible).
El universo entero, resplandeciente, con sus luces encendidas, me hizo pensar en esas dos cuestiones perennes debatidas desde hace tiempo tanto por la ciencia como por la religión: ¿cuán grande y cuán antiguo es nuestro universo?
Cuando se observan las estrellas, es inevitable plantearse estas eternas preguntas.
Los científicos han intentado responderlas desde que existe la ciencia. En la actualidad, seguimos tratando de averiguar la edad y el tamaño del universo. Hoy en día, sin embargo, estamos utilizando instrumentos científicos avanzados como el telescopio espacial James Webb, con su capacidad sin precedentes para mirar hacia atrás a través de eones de tiempo hacia los orígenes del cosmos.
Pongámonos al día con los últimos avances científicos: ¿qué sabemos ahora que no supiéramos antes?
Observadores de estrellas y científicos de la Antigüedad
Los primeros observadores que dejaron constancia de sus descubrimientos sobre el universo fueron probablemente los mesopotámicos del siglo XVI a.C.; ellos vivieron en el Creciente Fértil, y observaron el cielo nocturno a ojo desnudo y llegaron a la conclusión de que nuestro planeta era un disco plano y circular que flotaba en el centro absoluto de un océano cósmico. Diez siglos más tarde, los antiguos griegos declararon que la Tierra no era circular ni plana, sino una esfera. (Fue el filósofo griego presocrático Parménides quien lo descubrió, pero seguía manteniendo que la Tierra era el centro del universo.
Sólo Platón, Sócrates y Aristóteles intentaron asignar una edad al universo. Aristóteles creía, aunque apoyaba la vieja teoría de la Tierra como centro del universo, que el universo alrededor de nuestro planeta era infinito en el tiempo, pero no en términos de materia.
Estas ideas del siglo IV a.C. sólo se mantuvieron hasta el siglo III a.C., cuando Aristarco de Samos descubrió que la Tierra giraba sobre su eje y orbitaba alrededor del Sol, al que consideraba el centro del universo. Su teoría heliocéntrica perduró durante varios siglos, hasta que Galileo Galilei y sus famosos telescopios descubrieron, para consternación de la Iglesia católica, que la Tierra y el Sol no tenían una relación bíblica. (El Sr. Galilei es reconocido hoy como el padre de la astronomía observacional, de la física clásica moderna y del método científico. Albert Einstein lo llamó el padre de la ciencia moderna. Nada mal para un hereje). También sospechaba, por cierto, que nosotros, la humanidad, y nuestro planeta, la Tierra, no somos el centro del universo. Así triunfa la humildad.
El Big Bang y lo que vino antes
La ciencia moderna ha progresado mucho más allá de las observaciones de Galileo, como él predijo que ocurriría. Ahora creemos conocer, con un grado relativo de certeza, la edad de nuestro universo: aproximadamente 13.800 millones de años, más o menos. Si estás de acuerdo con la teoría del Big Bang, ese cálculo de edad se ha convertido en una conclusión científica bastante bien fundamentada en este punto, pero incluso los más fervientes creyentes en el Big Bang entienden que alguna forma de existencia tuvo que preceder a ese supuesto instante de la creación porque, por lo que sabemos, nunca se ha creado algo de la nada, como señaló Abdu’l-Bahá. Puede que nunca lo sepamos, aunque abundan las teorías, y muchas de ellas reconocen la necesidad de un multiverso anterior al Big Bang o al menos la existencia de materia y energía en alguna forma anterior a ese Bang.
La teoría del Big Bang, sin embargo, no explica completamente el origen del universo, como mucha gente parece pensar que lo hace. Se trata de un error popular que probablemente surge de nuestra tendencia demasiado humana a asignar principios, puntos medios y finales a toda narración. En realidad, la teoría del Big Bang no ofrece muchas explicaciones sobre cómo surgieron la energía, el espacio o incluso el tiempo, sino que simplemente describe una de las posibilidades científicas de cómo nuestro vasto universo surgió de una «singularidad» teórica, un estado de masa y energía sobrecalentado y ultradenso, probablemente precedido por otros estados del ser de los que no sabemos nada.
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La concepción bahá’í del universo eterno
Teniendo en cuenta todos estos conocimientos científicos relativamente recientes, podría sorprenderle saber que las enseñanzas bahá’ís ofrecen mucha información sobre la edad y el tamaño del universo. Después de todo, uno de los principios primordiales de la Fe bahá’í –la armonía entre la ciencia y la religión– nos ofrece una forma de aceptar ambas.
El hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, Abdu’l-Bahá, en su libro Contestación a unas preguntas, ofreció una explicación detallada:
… o que los mismos nombres y atributos de la Divinidad requieren la existencia de seres… un monarca sin súbditos sería una imposibilidad; un maestro sin estudiantes no tendría sentido; un creador sin criaturas sería contradictorio; un proveedor sin alguien a quien proveer no se explicaría. Los nombres y atributos divinos requieren la existencia de seres. Si pudiera imaginarse un tiempo cuando los seres no existían, tal imaginación sería la negación misma de la divinidad de Dios.
Por otro lado, la inexistencia absoluta no puede devenir existencia. Si los seres no existieran en grado absoluto, la existencia no hubiese llegado a ser. Por tanto, como la Esencia de la Unidad (esto es, la existencia de Dios) es sempiterna y eterna, o sea sin principio ni fin, resulta indudable que este mundo de la existencia, este universo sin límites, no tiene ni principio ni fin. Por supuesto, es posible que alguna de las partes del universo, una de las esferas, por ejemplo, pueda haberse formado, o pueda desintegrarse, pero las demás incontables esferas continuarían existiendo sin que por ello el universo se viera convulsionado o destruido. Por el contrario, la existencia es eterna y perpetua.
Los escritos bahá’ís describen claramente el universo como interminable, ilimitado y sin fronteras.
Es un concepto difícil de comprender, al menos para mí. Pienso: ¿no tiene acaso el universo sus fronteras, sus límites? Los escritos bahá’ís afirman que no, ya que la propia creación refleja la naturaleza del Creador infinito:
… observa este universo sin fi n: inevitablemente, existe un poder universal que todo lo abarca, el cual dirige y regula todas las partes de esta creación infi nita; si no fuera por este Director, este Coordinador, el universo sería imperfecto y defi ciente. Sería como un demente; en cambio, ves que esta creación infi nita lleva a cabo sus funciones en perfecto orden, y cada parte de ella desempeña su propia tarea con absoluta seguridad, sin que se descubra imperfección alguna en todo su funcionamiento. Así, es evidente que existe un Poder Universal, que dirige y regula este universo infi nito. Toda mente racional entiende este hecho.
Lo admito: mi propia mente finita, limitada y racional tiene grandes dificultades para percibir o incluso imaginar el infinito. Del mismo modo que una gota no puede entender el océano, nuestra conciencia humana no puede comprender un universo ilimitado, ni el gran poder que una creación tan ilimitada sugiere de su Creador. Quizá por eso observar las estrellas tiene un efecto espiritual tan poderoso.
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