Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
La religión puede ser, y a menudo ha sido, corrompida por ideologías y supersticiones. Esto ha convertido a la religión en un blanco fácil para sus detractores, y a veces ha hecho que incluso los propios fieles se cuestionen.
Pero todo viaje espiritual viene acompañado de la capacidad de comprensión. Como bahá’í, he aprendido que, cuando se despeja el «polvo oscuro», hay dos cosas fundamentales en el corazón de la religión: el amor desinteresado y la comprensión racional.
Muchas personas han expuesto ampliamente el tema del amor desinteresado. Pero con demasiada frecuencia, creo, ignoramos la comprensión racional, que escapa por completo a la consideración de los fieles y de los críticos por igual. Cada vez estoy más convencido de que, aunque ciertamente todo es amor, nuestro Creador es también esencialmente un ser racional. Quizá eso es lo que quieren decir las Escrituras cuando afirman que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.
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Teniendo esto en cuenta, ¿nos planteamos la religión como lo que realmente es, o según lo que nos han condicionado a pensar? Si consideramos los problemas a los que se enfrenta la humanidad, tanto a nivel microcósmico individual como macrocósmico de la sociedad, casi todos tienen su origen en el egoísmo, la falta de amor y la irracionalidad. Una vez más, creo que este último problema se pasa por alto y, sin embargo, es probablemente el más urgente.
Podemos desear y orar por el amor y el altruismo para calmar nuestras mentes perturbadas y nuestro mundo caótico. Pero el altruismo, la serenidad y la paz duradera no pueden darse sin el uso de la razón. Si seguimos siendo fundamentalmente irracionales, quizás simplemente siguiendo la tradición y el condicionamiento cultural sin cuestionar, lo que anhelamos seguirá escurriéndose de nuestras manos.
Abdu’l-Bahá, una de las figuras centrales de la Fe bahá’í, habló y escribió con frecuencia de forma elocuente y contundente sobre el lugar vital que ocupa la razón en la religión. En un discurso que pronunció en Nueva York en 1912, dijo:
… la religión está en armonía con la ciencia. Los principios fundamentales de los Profetas son científicos, pero las formas e imitaciones que han aparecido están opuestas a la ciencia. Si la religión no está de acuerdo con la ciencia es superstición e ignorancia, porque Dios ha dotado al hombre con la razón para que pueda percibir la Realidad. Los fundamentos de la religión son razonables. Dios nos ha creado con inteligencia para percibirlos. Si están opuestos a la ciencia y a la razón, ¿cómo pueden ser creídos y seguidos?
Además, no creo que ese concepto sea exclusivo de ninguna fe en particular. Al leer el texto sagrado de varias religiones, he encontrado muchas joyas de la razón. Quizá uno de mis ejemplos favoritos del cristianismo es la enseñanza de Cristo de que «por sus frutos los conoceréis». Es Cristo dándonos una lección de pensamiento crítico, pidiéndonos que busquemos los fines últimos, los «frutos» de las intenciones o las ideas. Prácticamente cualquier cosa puede parecer atractiva, si se presenta con la suficiente astucia. De hecho, la pontificación divisiva sobre prácticamente cualquier tema en nuestra sociedad actual se basa a menudo en una retórica de suma cero, apelaciones a la emoción u otras falacias.
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El crisol de la razón requiere que nos abstengamos de enredarnos en el proceso de argumentación o de quedar atrapados en la brillante distracción de la retórica, sino que demos un paso atrás y echemos una mirada imparcial y racional a los fines últimos, o a los «frutos» de cualquier idea o intención particular, como en este pasaje de otra charla que Abdu’l-Bahá ofreció en Denver:
¿Cuáles son los frutos del mundo humano? Son los atributos espirituales que aparecen en el hombre. Si está privado de esos atributos, es igual que un árbol estéril. Aquel que desarrolla confianza en sí mismo y cuya aspiración es elevada, no se contentará con una mera existencia animal. Buscará el Reino divino, anhelará estar en el Cielo aunque todavía camine sobre la tierra en su cuerpo material y aunque su semblante exterior sea físico, su rostro de reflexión interna se volverá espiritual y celestial. Hasta que el hombre no alcance esta posición su vida estará totalmente desprovista de frutos verdaderos. El lapso de su existencia se disipará en las comidas, la bebida y el descanso sin frutos eternos, señales celestiales o iluminación. Sin la potencia espiritual, la vida sempiterna o las elevadas consumaciones destinadas para él durante su peregrinaje a través del mundo humano.
Intenta utilizar esa dicotomía sencilla, pero eficaz, para separar el fruto sano de las ideas útiles del fruto podrido de la ideología. Una buena aplicación de ese principio solo requiere una consideración reflexiva de tus propias ideas e intenciones.
Nuestras mentes utilizan las herramientas de las ideas para servir a la humanidad, no al revés. La razón es el regalo más preciado de nuestro Creador. Negarse a cultivarla y a hacer un buen uso de ella constituye claramente una terrible muestra de ingratitud.
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