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Religión y Civilización: una reflexión en tiempo de coronavirus

Lucio Antonio Capalbo | Abr 18, 2020

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Lucio Antonio Capalbo | Abr 18, 2020

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En Occidente está muy extendida la idea de que la religión se ocupa de la espiritualidad interior de la persona, con pocos vínculos con lo social, lo científico y lo político. Pero no siempre fue así.

Bahá’u’lláh, el fundador de la Fe Bahá’í señala que Todos los hombres han sido creados para llevar adelante una civilización en continuo progreso”. La Fe Bahá’í, creen los bahá’ís, es la revelación de Dios más reciente, la cual está destinada a edificar en la Tierra el tabernáculo de la unidad y a construir una civilización planetaria, una edad de oro soñada por poetas y visionarios de todos los tiempos. En esta revelación no solo la transformación personal tiene importancia, sino también la social. Aún más, constituyen aspectos inseparables, simultáneos y que se retroalimentan mutuamente.

En realidad, esto ha sido así desde la antigüedad. Unos tres siglos después de cada revelación, las enseñanzas de cada Manifestación de Dios (así llamamos los bahá’ís a estos Educadores Universales) se plasmaron en la arena social dando lugar a una civilización más justa, armoniosa y benéfica para los pueblos.

Moisés reveló la Torah unos mil doscientos años antes de Jesús. Algo más de dos siglos después, el pueblo de Israel ya establecido en su Tierra Prometida, gozó de los esplendores del reino de David y su hijo Salomón, el rey justo. Tristemente luego un cisma, rivalidad entre hermanos, produjo el fin de esta prosperidad.

Zoroastro fue una Manifestación que vivió en Irán tal vez diez siglos antes que Cristo. Sus enseñanzas se propagaron entre los persas, y el gran Ciro, en el siglo VI a.C., reinó con obras justas, entre ellas la liberación de los judíos, por ese entonces prisioneros en esas tierras.

Del mismo modo Buda, en la India del siglo VII antes de Jesús, inspiró con sus enseñanzas al rey justo Ashoka, quien también impulsó una civilización conocida por su prosperidad.

Si bien no quedaron registradas enseñanzas sociales de Jesús (y esa es una de las razones por las que en Europa se separó la religión de lo social), unos tres siglos después de su prédica por Galilea y Judea, Constantino se convirtió al cristianismo haciéndolo el credo oficial del Imperio Romano. Hoy, el legado de Cristo de amor al prójimo influencia, al menos superficialmente, las costumbres de hospitalidad y altruismo en muchas regiones.

Pero es con la llegada de Muhammad, a fines del siglo VI d.C. que este vínculo entre revelación y civilización se torna más evidente.

Las enseñanzas del Corán se propagaron como el fuego por una amplísima región del planeta (desde España, todo el Norte de África, el Cercano Oriente y hasta la India), impulsando en el mundo islámico la educación, el arte, la cultura, la ciencia, la tecnología. Establecieron la primera sociedad de naciones. En estas vastas extensiones se multiplicaron rápidamente las escuelas (Madrassas) junto a las mezquitas, caminos, alumbrado público, bibliotecas, obras de ingeniería e hidráulica. Se desarrollaron las matemáticas, medicina y otras ciencias, además de un refinado arte.

El islam fue el vehículo a través del cual la antigua sabiduría de los pensadores griegos renació y fue llevada a Europa. A través de ocho siglos en España, de Bizancio, de Venecia, de las Cruzadas, el influjo del islam se hizo sentir. De hecho, se han encontrado en Toledo y otros lugares, manuscritos árabes que anticiparon las invenciones de Leonardo Da Vinci.

Se presenta entonces una coyuntura histórica especial: debido a que esta revolución del pensamiento y la ciencia fue portadora de nuevos descubrimientos que aparentemente no cuadraban con la tradición bíblica –recordemos a Galileo Galilei o a Giordano Bruno, quemado por aseverar que era la Tierra la que giraba en torno al sol– y debido además a que la Iglesia logró impedir el ingreso del islam al continente europeo, esta ciencia comenzó a desarrollarse separada de la religión.

No podía evolucionar en armonía con las enseñanzas de la Iglesia, porque estas no conciliaban con ella, pero tampoco podía arraigarse al islam, que había sido rechazado una y otra vez por Europa.

Nace así en Occidente el cisma entre lo religioso, lo científico y social (secular). La ciencia, desprovista de vínculos visibles con la religión, se sumerge progresivamente en el pantano del materialismo.

Este divorcio entre la religión y la ciencia, está en la base del materialismo histórico, del economicismo, y originó posteriores procesos que hicieron que el planeta se encuentre hoy al borde del colapso ecológico, por cambio climático, contaminación y agotamiento de recursos.

La Fe Bahá’í restablece la armonía entre ciencia y religión y retoma la antigua tradición del progreso material y social en fuerte asociación con la espiritualidad. De hecho, para la Fe Bahá’í, la espiritualidad no es tal si no se expresa como servicio en el campo social. Es posible construir una nueva civilización de bases espirituales, caracterizada por la austeridad en lo material, cuyo centro no es el consumo, sino los valores de unidad, servicio, afecto, cooperación, amistad, creatividad y participación.

Atiende los aspectos materiales, pero en dicho contexto de integralidad. Un documento de la Casa Universal de Justicia, órgano máximo mundial bahá’í, dice: si el desarrollo de la sociedad no encuentra propósito más allá de la simple mejora de las condiciones materiales, fracasará incluso en la consecución de estas metas”.

Estos días de confinamiento debido a la pandemia del coronavirus, en los que aprendemos a subsistir con poco, son también días de reflexión. Miramos atrás y recordamos un mundo en alocada carrera de producción y consumo sin sentido. Nace entre nosotros la conciencia de que no queremos volver a lo mismo.

Después de esta prueba, hasta ayer impensable para la humanidad, ¿seremos capaces de crear un sistema diferente, basado en valores espirituales?

Como dijo Bahá’u’lláh: Si es llevada al exceso, la civilización resultará una fuente de males tan prolífica como lo es de cosas buenas cuando es mantenida dentro de los límites de la moderación”.

Tal vez el virus llega para recordárnoslo. Si no lo comprendemos ahora, en muy poco tiempo el cambio climático y nuevas calamidades imprevistas vendrán para recordarlo nuevamente.

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