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¿Te defines en función de tu trabajo? ¿Trabajas más duro, más inteligentemente y durante más tiempo que los demás? ¿Respondes a la pregunta «quién eres» diciendo primero qué profesión ejerces?
Si es así, puede que seas un adicto al trabajo, una víctima del «workismo», o tal vez uno de aquellos cuya carrera se ha convertido en su religión.
Si nunca has oído hablar del «workismo», Wikipedia lo define como «… la creencia de que el empleo no solo es necesario para la producción económica, sino que también es la pieza central de la propia identidad y el propósito de la vida».
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Si la palabra relativamente nueva workismo te parece extraña, piensa en ella de esta manera: como la ética protestante del trabajo llevada al extremo; como la definición real de la cultura del ajetreo; o como la razón de la etiqueta peyorativa «mártir del trabajo».
¿Te suena familiar?
Sin duda, a mí sí. Yo mismo encajé una vez en esa categoría, y ahora pienso en los fuertes límites de una autodefinición relacionada con el trabajo cada vez que alguien que acabo de conocer me hace esta pregunta común pero ligeramente irritante: «¿A qué te dedicas?».
A un amigo mío le gusta responder a esa pregunta de esta manera: «Bueno, intento ser la persona más espiritual que pueda en este mundo para poder llegar al mundo que viene».
Definirnos por nuestro trabajo
En lugar de definirnos por lo que realmente somos en nuestro interior, muchas personas tienden ahora a definirse por su trabajo. Es como si solo pudiéramos pensar en nosotros mismos, en nuestras culturas materialistas y centradas en la productividad, en nuestras vidas profesionales que todo lo consumen y en nuestra devoción a los volubles dioses del estatus y los logros, como individuos dominados y dirigidos únicamente por nuestras vidas laborales.
Es una lástima.
¿Por qué? Porque somos seres humanos de carne y hueso, no autómatas. No nos definimos únicamente, ni siquiera principalmente, por nuestras ocupaciones. Primero somos madres y padres, hermanas y hermanos, personas con sentimientos reales, antes (y después) de asumir cualquier identidad relacionada con el trabajo.
Y lo que es más importante, somos esencialmente seres espirituales. Tenemos corazón y alma, mente y conciencia. Tenemos personalidades y pasiones distintas. Nos amamos unos a otros y tenemos un Creador que nos ama. Como dicen enfáticamente las enseñanzas bahá’ís: «El ser humano es, en realidad, un ser espiritual, y solamente cuando vive en espíritu es, en verdad, feliz».
Ese pasaje, de un discurso que Abdu’l-Bahá pronunció en París en 1911, se refiere al desarrollo de nuestra vida interior como nuestra ocupación más importante. En este discurso posterior, pronunciado por Abdu’l-Bahá en Nueva York un año después, volvió a advertir a todas las personas que no centraran sus vidas únicamente en este mundo material:
Considerad el mundo humano… Algunas fueron meras cautivas del ego y del deseo, engolfadas con las pasiones de la baja naturaleza. Alcanzaron la riqueza, las comodidades de la vida, la fama. ¿Y cuál fue el producto final? La desaparición total y el olvido. Reflexionad sobre ello. Miradlo con el ojo de la admonición. No queda rastro de ellas, ni fruto, ni resultado, ni beneficio; se han ido totalmente -desaparición completa.
¿Quién serías, y qué harías, en una sociedad en la que el trabajo se convirtiera en adoración a Dios?
Imagínate esto: ¿y si, por algún milagroso giro de los acontecimientos en el futuro, la inteligencia artificial y la robótica consiguieran suplantar y sustituir gran parte del trabajo humano que tenemos que hacer ahora para sobrevivir? ¿Y si solo necesitáramos un pequeño núcleo de ingenieros y programadores para ayudar a dirigir las máquinas que sustituyeran gran parte de nuestro trabajo?
¿Qué harías entonces?
Bueno, en primer lugar, todos nos quedaríamos sin trabajo, así que digamos, hipotéticamente, que encontramos la manera de convertir el trabajo incesantemente rentable de las máquinas en un medio para la prosperidad de todas las personas.
¿Qué pasaría si todos, gracias a la riqueza social que podría surgir de la inteligencia artificial y la robótica y toda su incansable e incesante productividad, recibiéramos una renta básica universal (que algunos economistas ya están proponiendo y algunos países ya han empezado a aplicar) que se ocupara de nuestras necesidades materiales básicas? ¿Y si nuestras necesidades de vivienda, transporte, sanidad y alimentación estuvieran cubiertas por esa prosperidad generada por las máquinas? ¿Y si nuestras vocaciones estuvieran más estrechamente relacionadas con nuestras aficiones? ¿Y si nuestras vidas laborales fueran más espirituales, de modo que nuestro trabajo pudiera convertirse realmente en adoración?
¿Y si, en algún momento del futuro, las máquinas tomaran realmente el control y nos liberaran de la extenuante monotonía del trabajo y de las crueles exigencias de la supervivencia del más fuerte?
Por cierto, esto ya no es tan descabellado: muchos futuristas ya predicen que el mundo podría empezar a conseguir algo así dentro de poco. Las enseñanzas bahá’ís anticiparon este futuro estado de los asuntos humanos ya a principios del siglo XX, como muestra claramente este relato de Mary Hanford Ford sobre su entrevista con Abdu’l-Bahá en 1907:
De todas estas horas que pasamos con Abdu’l-Bahá, sin embargo, las más memorables y elocuentes fueron aquellas en las que Él describió el futuro económico de la humanidad. En aquel período, en 1907, las máquinas ahorradoras de mano de obra todavía no habían afectado al mercado laboral en un grado serio, ni producido lo que debe ser generalmente reconocido como un alto grado de desempleo permanente, pero el cambio estaba funcionando y Abdu’l-Bahá comprendió bien su futuro cierto. …
Él dijo: «Hoy la energía dinámica del Espíritu Santo se ha derramado en tal volumen a través del Mensajero de Dios que incluso las masas de los hombres la han recibido, y eso no era posible antes. Siempre en el pasado almas especialmente sensibles recibían la influencia y actuaban en consecuencia. Pero hoy, por primera vez, las mentes de todas las personas han sido tocadas por el espíritu, y el resultado es que los diseños de las máquinas que ahorran trabajo les han sido claramente manifestados. Puede parecerles extraño que el Espíritu Santo diseñe máquinas para ahorrar trabajo», y añadió, «pero en realidad todo impulso creativo del cerebro solo puede surgir a través del contacto con el espíritu. Sin eso, el cerebro es meramente capaz de una acción convencional y tradicional».
«Todas las civilizaciones del pasado se han fundado sobre la esclavitud de la humanidad y la pobre clase trabajadora ha sufrido todas las opresiones en aras del enriquecimiento de unos pocos. Esta clase rica limitada ha sido la única que ha tenido el privilegio de desarrollar la individualidad. El trabajador oprimido, después de trabajar largas horas cada día, no ha tenido suficiente capacidad mental al final de su tarea para hacer otra cosa que comer y dormir».
«Para que toda la humanidad pudiera tener oportunidades, era necesario acortar las horas de trabajo para que el trabajo del mundo pudiera completarse sin tanta demanda de tensión y esfuerzo, y todos los seres humanos tuvieran tiempo libre para pensar y desarrollar la capacidad individual».
«Las máquinas ahorradoras de trabajo fueron dadas para crear tiempo libre para toda la humanidad». Abdu’l-Bahá repitió esto varias veces. Estaba tan profundamente impresionado con este hecho que mientras hablaba se levantaba y caminaba de un lado a otro de la pequeña habitación, con el rostro y los ojos brillantes de alegría por el feliz futuro que contemplaba.
«El primer recorte decidido de las horas aparecerá», declaró, «cuando se establezca una jornada legal de ocho horas», y esto, por supuesto, tuvo lugar [una década más tarde] en 1917, cuando Woodrow Wilson promulgó la jornada legal de ocho horas para todos los trabajadores federales, y en realidad para todos los trabajadores de los Estados Unidos.
«Pero esta jornada laboral de ocho horas es solo el principio», continuó Abdu’l-Bahá. «Pronto habrá una jornada de seis horas, de cinco horas, de tres horas, incluso menos que eso, y el trabajador deberá ser pagado más por este manejo de las máquinas, de lo que jamás recibió por el ejercicio de sus dos manos solamente».
En su discurso de 1907, Abdu’l-Bahá dijo: «No podéis entender ahora cómo las máquinas que ahorran trabajo pueden producir tiempo libre para la humanidad, porque actualmente están todas en manos de los financieros y se usan solo para aumentar los beneficios, pero eso no continuará. Los trabajadores obtendrán su debido beneficio de la máquina, esa es la intención divina, y no se puede seguir violando la ley de Dios. Así, con la seguridad de un ingreso digno por su trabajo, y de un tiempo libre amplio para cada uno, la pobreza será desterrada y cada comunidad creará confort y oportunidades para sus ciudadanos. La educación será entonces universal a costa del Estado, y ninguna persona se verá privada de su oportunidad». [Traducción provisional de Oriana Vento]
Esta entrevista tan clarividente, publicada en la edición de julio de 1933 de la revista bahá’í «Star of the West», nos permite vislumbrar un futuro potencial, en el que nuestro trabajo puede contribuir cada vez más al bien de la humanidad en su conjunto.
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