Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Por lo visto, la gente se pone muy nerviosa cuando habla de los roles de género de sus hijos, sobre todo de los masculinos. En lo que respecta a la educación de los hijos varones, estamos inmersos en una feroz guerra cultural.
Para mucha gente, nada parece más sacrosanto, más importante o más fundamental para su sentido de la identidad que el papel de género que perciben. El propio debate ofende a algunas personas, como si tuvieran un enorme interés en mantener intactos e incontestados sus propios roles masculinos o femeninos.
Las opiniones van de un extremo al otro. Algunos creen que nunca debemos abandonar los roles de género tradicionales: que los niños y las niñas deben seguir siendo como siempre han sido, y que debemos mantener el enorme abismo que existía entre la identidad de un niño y la de una niña en tiempos de los abuelos. Muchos de los que abogan por recuperar esos roles dicen: «¡Volvamos a la masculinidad real!».
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Los que están en el otro extremo del espectro creen que toda identidad de género es una mentira construida socialmente, una falsedad completa y perjudicial, y que nunca debemos imponer ningún tipo de rol de género «tóxico» a ningún niño, independientemente de lo que exija nuestra cultura. Como ejemplo extremo, una pareja, objeto de reciente cobertura en los medios de comunicación, decidió no decirle a su primera hija su sexo, para dejarla «autodeterminarse», según ellos.
Para ilustrar la polarizada batalla cultural, citaré los títulos de dos libros populares diametralmente opuestos sobre la educación de los niños:
- Raising Boys that Radical Feminists Will Hate («Criando a los niños que las feministas radicales odiarán»)
- Raising Cain: Protecting the Emotional Life of Boys («Criando a Cain: Protegiendo la vida emocional de los niños»)
¡Vaya! ¿Qué puede hacer un padre de un niño? Si tengo un hijo, ¿cómo lo educo?
Gran parte de las recomendaciones para padres de hoy en día se centran en uno de estos dos supuestos:
- Los niños serán niños; o
- Los roles masculinos tradicionales perjudican a todos, niños y niñas.
En su libro Raising Cain (Criando a Caín), los psicólogos Michael Thompson y Dan Kindlon se sitúan directamente en el campo 2, y piden la creación de un nuevo estándar de alfabetización emocional para los chicos jóvenes, sin «convertirlos en niñas». Los autores esbozan la cuestión de la siguiente manera:
… si los niños expresan emociones como el miedo, la ansiedad o la tristeza, se les suele considerar femeninos. El efecto sobre los varones de tener que conformarse con llevar una máscara de chico duro crea sufrimiento tanto a nivel personal como social y es particularmente devastador para el chico sensible, que tiene que esforzarse más que el chico medio para reprimir sus emociones.
Personalmente, la idea de la alfabetización emocional de los niños me toca muy de cerca. Mi padre era un ex marine severo y violento, y como su hijo mayor me enseñó a no expresar nunca mis emociones internas. «¡No seas afeminado!» era el peor insulto de mi padre, y lo oía, a todo volumen, cada vez que se escapaban mis sentimientos. Rara vez vi a mi propio padre expresar otra emoción que no fuera ira. Sé que sentía otras emociones, todo el mundo las siente, pero había sido entrenado y socializado para no mostrarlas.
Así que, al pasar de la niñez a la madurez, me costó entender mi propio paisaje interior, y mucho más expresarlo.
Por supuesto, los estereotipos endurecidos de masculinidad y feminidad en muchas culturas tienen que ver principalmente con las emociones. Cuando vemos a las mujeres como débiles y a los hombres como fuertes; a las mujeres como protegidas y a los hombres como protectores; a las mujeres como emocionales y a los hombres como estoicos, metemos a todos los de uno y otro sexo en una jaula emocional predeterminada y muy difícil de escapar. Esa jaula puede robarnos nuestra genuinidad, nuestra autenticidad, nuestra verdadera realidad interior, lo que las enseñanzas bahá’ís denominan nuestra «libertad de alma», como escribió Abdu’l-Bahá en una carta:
Hay una gran diferencia entre un hombre auténtico y un imitador de uno. El primero es David mismo, el segundo es meramente el tono de su voz. El conocimiento y la sabiduría, la pureza y la fidelidad y la libertad del alma no han sido ni son juzgados por las apariencias externas y la forma de vestir. [Traducción provisional de Oriana Vento, tomado de Star of the West]
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Educar a nuestros hijos para que se conviertan en hombres auténticos, y en auténticos seres humanos, requiere no solo permitirles adquirir conocimientos externos, sino darles la libertad y la conciencia de buscar el autoconocimiento. Ese autoconocimiento incluye la mente, el corazón, el alma y las emociones. Expresar y comprender tus propios sentimientos y emociones, uno de los requisitos primordiales para el autoconocimiento, no solo pertenece a las mujeres; como escribió Abdu’l-Bahá, los hombres también tienen derecho a sus sentimientos:
Cuando el alma del hombre es refinada y purificada, se establecen vínculos espirituales, y de estos lazos se producen sensaciones percibidas por el corazón. El corazón humano se parece a un espejo. Cuando está pulido, los corazones humanos están en sintonía y se reflejan unos en otros, y de este modo se generan emociones espirituales.
Por suerte, muchas sociedades de todo el mundo han empezado a reconocer esta igualdad de las emociones tanto en hombres como en mujeres, y han empezado a consentir e incluso a animar a los niños y a los hombres a sentir y expresar sus propios sentimientos en lugar de reprimirlos reflexivamente. Ese es un buen primer paso: permitir que los chicos escapen de los confines de una masculinidad rígida y constrictiva y determinen sus propios papeles en lugar de verse obligados a aceptar uno que la sociedad les exige que adopten simplemente por su biología.
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