Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Parece que a la humanidad le encantan los superhéroes, esos valientes personajes de ficción de los cómics y las películas que realizan hazañas heroicas en nombre de los demás.
En cierto modo, esos superhéroes representan lo mejor de nuestro yo espiritual, porque ejemplifican la valentía y el sacrificio.
El poderoso atributo espiritual que llamamos valentía procede directamente del sacrificio. Las personas verdaderamente valientes (las reales, no los superhéroes de ficción) están dispuestas a sacrificar sus propias necesidades por las de los demás.
En 2011, durante la Primavera Árabe, el mundo fue testigo de cómo miles de personas sacrificaban sus vidas en Egipto, Libia, Yemen y Siria. Heroicos ciudadanos de a pie, que anhelaban liberarse de la tiranía, se enfrentaron a los poderosos ejércitos de sus opresores y se pusieron a sabiendas en la senda del peligro. Era un precio que estaban dispuestos a pagar.
Una mujer valiente, Tawakkul Karman, lanzó casi en solitario el movimiento de protesta de Yemen. En una sociedad en la que las mujeres caminan detrás de sus maridos, era una activista veterana a la que habían advertido muchas veces de que estaba poniendo en peligro su vida. Sin embargo, no se dejó intimidar como sus héroes: Martin Luther King, Nelson Mandela y Mahatma Gandhi, cuyas fotos colgaban en la pared del estudio de radio de su casa.
Por su valentía en nombre de toda su sociedad, Karman ganó el Premio Nobel de la Paz 2011. Este premio lo compartió con otras dos mujeres, Ellen Johnson Sirleaf y Leymah Gbowee, ambas luchadoras por la paz y los derechos de la mujer en Liberia.
Esta visión del poder del autosacrificio demuestra que, a través de él, las sociedades se elevan a un nivel superior. Las enseñanzas bahá’ís nos piden a todos que sacrifiquemos nuestro yo por una causa mayor y más noble: el servicio a toda la raza humana.
Hasta que un ser no ponga los pies en el plano del sacrificio estará privado de todo favor y gracia; y este plano del sacrificio es el dominio de la muerte del yo, para que entonces fulgure el resplandor del Dios viviente… Haced cuanto podáis para llegar a estar completamente hastiadas del yo y vinculadas a aquel Semblante de Esplendores; y en cuanto hayáis alcanzado tales alturas de servidumbre, encontraréis reunidas a vuestra sombra todas las cosas creadas. Ésta es la gracia ilimitada, ésta es la más elevada soberanía, ésta es la vida que no muere.
Existe una conexión mística entre el sacrificio y el progreso: cuando se derraman sudor, sangre y lágrimas, el Espíritu Santo parece derramar generosidades en abundancia sobre la humanidad. A través del sacrificio, desarrollamos nuestro potencial colectivo, realizamos un progreso sin precedentes y somos conducidos hacia la justicia y la paz.
Sacrificarse significa actuar de forma altruista. El progreso no proviene únicamente de la oración y la meditación. Tampoco basta con el conocimiento. Podemos leer todos los libros del mundo y adquirir todo el conocimiento que queramos, pero hasta que ese conocimiento no se ponga en práctica, no servirá de nada.
Cuando pasamos a la acción por un sentido sacrificial de amor por los demás, el Espíritu Santo viene en nuestra ayuda para proporcionarnos todo lo que necesitamos para mejorarnos a nosotros mismos y a nuestras sociedades. Aumentan nuestros poderes de valentía, amor, paciencia y discurso poderoso. Reflexiona sobre aquellos que renunciaron a sus preocupaciones personales o incluso a sus vidas para promover la igualdad, la justicia, la salud, la alfabetización o cualquier otra causa de importancia, y reconocerás a los verdaderos superhéroes.
En última instancia, la mayor forma de abnegación es la que se realiza por Dios. Abdu’l-Bahá lo explicaba así:
Todos los amigos de Dios deben ser como un sacrificio para el Único Dios verdadero. Esto significa que deberían sacrificar e inmolar todo lo que les pertenece por la Belleza de Dios… Esto implica renunciar a los propios deseos, al propio bienestar… [Traducción provisional de Oriana Vento]
Reflexionando sobre este pasaje, una cosa queda clara: a través de la entrega del yo, sacrificando nuestro propio libre albedrío para acatar la Voluntad de Dios, somos conducidos a nuestra meta, la «dichosa morada de la Presencia Divina». Cuando colectivamente sacrificamos nuestra voluntad a la Voluntad de Dios, poco a poco vemos cómo se construye el Reino de Dios ante nuestros ojos.
Por favor, piensa en lo que el sacrificio puede significar en tu propia vida. Medita sobre este tipo de acciones filantrópicas y sobre cómo solo pueden surgir a través del autosacrificio. Ambos van de la mano; ambos contribuyen enormemente a remodelarnos, individual y colectivamente, y ambos son manifestaciones de amor y cuidado por los demás. El sacrificio, como el agua que se da a una planta, es absolutamente necesario para que el árbol de la humanidad crezca y florezca.
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