Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
La humanidad está siendo testigo hoy de uno de los mayores colapsos de su historia, un colapso que las enseñanzas bahá’ís caracterizan como un punto de inflexión en la evolución social de la humanidad.
Vivimos en un momento de la historia en el que dos fuerzas –la desintegración y la integración– están transformando una civilización caducada y desmoronada, al tiempo que allanan el camino para el surgimiento de un nuevo orden mundial, que los bahá’ís creen que ha sido puesto en marcha por la revelación de Bahá’u’lláh.
Shoghi Effendi, el Guardián de la Fe bahá’í, describió ese proceso en su libro de 1941 El día prometido ha llegado:
Una tempestad de violencia sin precedentes, de rumbo imprevisible, de efectos catastróficos inmediatos, de resultados inimaginablemente gloriosos, barre en la actualidad la faz de la tierra…
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Esta tempestad de cambios ha hecho que los valores y creencias tradicionales pierdan su influencia. El proceso ha afectado universalmente a los componentes sociales, económicos y medioambientales de la civilización, provocando angustia y desintegración, por lo que no es de extrañar que el estrés que siente la gente haya alcanzado niveles sin precedentes.
Estamos viviendo uno de esos raros periodos de la historia humana en los que una vieja civilización muere y una nueva surge en su lugar.
Más allá de la agitación en todos los sectores de la sociedad, tal proceso de cambio ha generado un estrés y una ansiedad amplios y generalizados en cada individuo. Hoy en día, no sólo debemos lidiar con el estrés, las tensiones y las pruebas habituales que se presentan a todo el mundo en su vida personal, sino que también debemos intentar lidiar con el estrés generado por la ruptura de las normas, los roles y las estructuras sociales.
Los aspectos psicológicos del estrés
El estrés, uno de los fenómenos más omnipresentes de nuestro tiempo, se produce cuando existe una discrepancia sustancial entre las exigencias a las que se ve sometida una persona y su capacidad para responder a ellas.
Encontrar formas productivas de hacer frente a ese estrés –que depende en gran medida de la habilidad y capacidad del individuo para valorar cuidadosamente las demandas sociales y ambientales– se ha convertido en un imperativo moderno. El estrés forma parte de la vida y es inevitable. Los estudios demuestran que dos tercios de las consultas de médicos de familia en Norteamérica se deben a problemas relacionados con el estrés.
Para afrontar el estrés personal, ayuda entender cómo se produce. El estrés psicológico no sólo se desencadena por acontecimientos externos. También implica lidiar con la tensión, la ira y los conflictos internos para responder y adaptarse adecuadamente a los retos de la vida.
Demasiado estrés puede causar burnout, un fenómeno que se produce debido a una exposición excesiva o prolongada al estrés y al tedio relacionados con el trabajo, todo ello manifestado por síntomas de fatiga severa, agotamiento emocional y una sensación de devaluación y fracaso personal. Los individuos que sufren burnout suelen ser personas de éxito, muy dedicadas y trabajadoras, que en algunos aspectos pueden identificarse como individuos motivados de tipo A.
Dinámica de las respuestas a los factores estresantes
La respuesta de adaptación al estrés difiere de una persona a otra, porque lo que causa estrés a un individuo puede no ser lo mismo para otro. De hecho, la sensación de estrés de una persona bien puede ser el placer de otra. Además, una persona puede responder de forma diferente a un mismo factor estresante en momentos distintos y en entornos diferentes. En cierto sentido, el estrés no puede considerarse un indicio de inadaptación, sino más bien el reflejo de una búsqueda permanente de crecimiento psicológico y espiritual interior.
La palabra «estrés» fue utilizada por primera vez en el campo de la medicina por Hans Selye, un renombrado científico, en 1956. Para Selye, el estrés indicaba cualquier cosa que amenazara fuertemente la homeostasis humana, incluido cualquier acontecimiento que se percibiera como una amenaza o que realmente dañara a una persona. Este elemento se denomina «estresor» y provoca una respuesta natural, que puede ser leve o aguda, para preparar al organismo ante retos positivos o negativos. El estrés positivo se denomina «eustrés», pero cuando el estrés tiene un efecto muy negativo puede provocar una sensación abrumadora de tensión o dolor, y el cuerpo puede o no ser capaz de hacerle frente. Este estado se denomina distrés.
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El estrés no controlado puede conducir a la angustia, y la angustia puede conducir a la enfermedad, como el trastorno de estrés postraumático, conocido como TEPT. En momentos de estrés grave, el cuerpo también se vuelve más vulnerable a las enfermedades físicas. Enfermedades como la gripe, los resfriados, el herpes y las alergias son más propensas a empeorar cuando nos enfrentamos a un estrés grave, lo que confirma el vínculo entre el estrés y el sistema inmunitario, que nos protege de organismos nocivos que causan enfermedades como bacterias, virus y otros patógenos.
Todos nos enfrentamos al estrés y al sufrimiento en esta existencia material. Sin embargo, la percepción cognitiva y el análisis de un conflicto o factor estresante por parte de un individuo tendrán una influencia importante en la capacidad y el alcance de la reacción ante esa amenaza. Si podemos dar sentido a un acontecimiento o crisis y extraer alguna conclusión objetiva que le dé sentido, es más probable que ese resultado estresante se perciba como menos amenazador. El eminente psiquiatra y escritor Viktor Frankl afirmó que «el sufrimiento deja de ser sufrimiento en cierto modo en el momento en que encuentra un sentido, como el sentido del sacrificio».
Las enseñanzas bahá’ís ofrecen una profunda reflexión sobre este misterio del estrés y el sufrimiento. Abdu’l-Bahá, en un discurso que dio en París en 1913, dijo:
Aquellos que más sufren alcanzan mayor perfección… Las personas que no sufren no alcanzan la perfección. La planta más podada por los jardineros es la que, al llegar el verano, tendrá los capullos más bellos y los frutos más abundantes.
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