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El Titán y el Andriana: El valor de toda vida humana

Kathy Roman | Jul 11, 2023

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Kathy Roman | Jul 11, 2023

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El mundo acaba de ser testigo de dos trágicos sucesos: el hundimiento de un barco de refugiados en el Mediterráneo y la implosión del sumergible Titán. Comparemos ambos y veamos qué podemos aprender.

En cada uno de ellos se perdieron vidas preciosas.

El Titan, en un viaje a alta mar para ver los restos del Titanic en el Atlántico Norte, se cobró la vida de cinco personas. El pesquero Andriana, que transportaba 750 refugiados, volcó y se hundió en el Mediterráneo entre Libia y Grecia, cobrándose la vida de unas 650 personas.

Pero, ¿qué es lo que parece hacer que algunas vidas sean más valiosas que muchas otras?

El 14 de junio, cuando el Andriana se hundió, la embarcación, sobrecargada, transportaba a unos 750 migrantes –principalmente de Oriente Medio y el sur de Asia– que buscaban asilo en Europa. Aunque innumerables autoridades europeas sabían que el barco estaba en apuros, múltiples organizaciones de noticias informaron y posteriormente confirmaron que no se hizo nada para ayudar en las labores de rescate.

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La NBC informó de que «en virtud del derecho marítimo internacional, las autoridades no sólo están obligadas a llevar a cabo operaciones de rescate inmediatas, sino que también están obligadas a hacerlo sin ninguna petición explícita de ayuda». En lugar de eso, un buque guardacostas observó cómo la embarcación se hundía en cuestión de minutos». Un superviviente declaró a un médico de un hospital de Kalamata (Grecia) que había visto a 100 niños en la bodega del barco.

A pesar de esta horrible tragedia, los medios de comunicación sólo mostraron una mínima parte de la consideración y capacidad de respuesta a la difícil situación de los refugiados que a la de los cinco exploradores submarinos. El mundo en su conjunto, quizá cansado de escuchar historias de las más de 20.000 personas que han muerto o desaparecido en el Mediterráneo central desde 2014, parecía extrañamente ambivalente ante la tragedia de Andriana.

Cuatro días después, el domingo 18 de junio, 1 hora y 45 minutos después de iniciar su descenso de 12.500 pies, el sumergible experimental Titán perdió las comunicaciones. Inmediatamente, una gran cantidad de países respondieron con medidas de búsqueda y rescate de emergencia, creando una vasta campaña de búsqueda frenética de la nave perdida.

Según Wikipedia, «la operación de búsqueda y rescate fue llevada a cabo por un equipo internacional dirigido por la Guardia Costera de Estados Unidos, la Marina de Estados Unidos y la Guardia Costera de Canadá. Se contó con el apoyo de aviones de la Real Fuerza Aérea Canadiense y de la Guardia Nacional Aérea de Estados Unidos, de Francia y de un buque de la Real Armada Canadiense, así como de varios buques comerciales y de investigación y de ROV (vehículos operados por control remoto)». Según The Washington Post y las estimaciones del presupuesto de defensa de Estados Unidos, el coste estimado de la búsqueda del Titán por parte del gobierno estadounidense es de unos 934.000 dólares hasta la fecha.

La saturación informativa que se prolongó durante muchos días suscitó un interés y una atención masivos en todo el mundo, con abundantes muestras de preocupación y simpatía hacia los cinco aventureros. El Titán experimental perdido y sus multimillonarios viajeros parecían cautivar al mundo.

En el sumergible se perdieron cinco vidas. En el pesquero perecieron más de 600. ¿A qué se debe esta flagrante disparidad? ¿Por qué nuestros medios de comunicación mundiales no pueden responder a las catástrofes de forma equitativa, justa y sin dar importancia y valor a unas vidas y poco a otras?

Las enseñanzas bahá’ís proclaman que cada alma es una creación Divina, y que todas son iguales, independientemente de su género, raza, sexualidad, religión, clase, capacidad física, nacionalidad o posesiones. Abdu’l-Bahá, en un discurso que dio en París a principios del siglo XX, dijo:

No debería existir un financiero con una colosal riqueza mientras cerca de él haya alguien en extrema necesidad. Cuando vemos que la pobreza alcanza los límites del hambre, es un signo seguro de que en alguna parte existe tiranía. La humanidad debe implicarse de lleno en este asunto, y no demorar por más tiempo la modificación de las condiciones que causan la miseria de la tiranía de la pobreza a un gran número de personas. Los ricos deben dar una parte de su abundancia, deben enternecer su corazón y cultivar una inteligencia compasiva, pensando en aquellos infelices que carecen de lo más necesario para la vida. Deberán establecerse leyes especiales, que traten de las condiciones extremas de riqueza y de pobreza. Los funcionarios del gobierno deberían tener en cuenta las leyes de Dios cuando formulen planes para gobernar al pueblo. Los derechos universales de la humanidad deben ser protegidos y preservados. Los gobiernos de los distintos países deberán ajustarse a la Ley Divina, que otorga igual justicia a todos. Ésta es la única manera de abolir la deplorable futilidad de la riqueza exagerada, así como la miserable, desmoralizante y degradante pobreza.

Independientemente de nuestra riqueza material o de la falta de ella, cada alma humana tiene un destino noble y un propósito elevado. Cada individuo es un miembro de la familia humana y contribuye a la civilización.

Estas dos catástrofes tienen algo importante que decirnos: que la desmesurada brecha entre ricos y pobres, fuente de agudos sufrimientos para miles de millones de nuestros hermanos y hermanas, mantiene al mundo en un estado de inestabilidad. Dado que priorizan la vida de los ricos sobre la de los pobres, pocas sociedades han afrontado esta situación con eficacia.

Desde una perspectiva bahá’í, la solución exige la aplicación combinada de enfoques espirituales, morales y prácticos. El órgano de liderazgo bahá’í elegido democráticamente, la Casa Universal de Justicia, escribió en 1985 que el mundo entero debe ahora reevaluar urgentemente la brecha de la riqueza y desarrollar una solución espiritual a las disparidades económicas de nuestro planeta:

Es necesario un nuevo enfoque del problema, que implique la consulta a expertos de un amplio espectro de disciplinas, desprovisto de polémicas económicas e ideológicas, y que involucre a las personas directamente afectadas en las decisiones que deben tomarse urgentemente. – [Traducción Provisional de Oriana Vento].

Los bahá’ís de todo el mundo siguen trabajando para eliminar los extremos de riqueza y pobreza y se esfuerzan con ahínco por aliviar tales disparidades.

Además de poner de relieve los terribles extremos de riqueza y pobreza en nuestro mundo, estos recientes acontecimientos también arrojan luz sobre la flagrante falta de atención a la cuestión de la desigualdad racial en nuestra sociedad. Para ser justos, y creo que la mayoría de la gente estaría de acuerdo, si 750 caucásicos estuvieran en peligro en el mar, probablemente veríamos una plétora de recursos que saldrían inmediatamente en su ayuda. En cambio, el mundo vio a cientos de almas honradas en peligro e hizo poco por rescatarlas. ¿Qué hizo a estos refugiados menos dignos de la atención del mundo? Deberían haber sido más dignos de nuestra consideración, debido a las terribles condiciones de pobreza extrema, inestabilidad y hambre por las que dieron sus vidas para escapar.

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En 1938, Shoghi Effendi, el Guardián de la Fe bahá’í, escribió que «el prejuicio racial, cuya corrosión, durante casi un siglo, ha mordido la fibra y atacado toda la estructura social de la sociedad estadounidense», debería «considerarse como el problema más vital y desafiante al que se enfrenta» Estados Unidos. Por supuesto, Estados Unidos no tiene el monopolio del racismo, y la tragedia de Andriana lo demuestra.

Así que pregúntese: ¿por qué se valoró tanto más la vida de las cinco personas fallecidas en el Titán que la de los cientos de fallecidos en el Andriana? ¿Nos atrevemos a postular ni por un momento que un alma valga más que otra por su raza, sexo o condición social? Todos somos dignos. Todos tenemos esperanzas y sueños, familias y seres queridos. Todos contribuimos a la sociedad con talentos y facultades especiales, únicos y preciosos –y cuando cerramos los ojos por la noche todos oramos al mismo Dios amoroso que nos creó, iguales, valiosos y nobles.

Veamos si podemos invertir estos prejuicios y todos intentar vivir a la altura de este estándar bahá’í, tal y como Abdu’l-Bahá expresó en sus escritos:

Hoy es necesidad imperiosa la unidad y la armonía entre los amados del Señor, pues deberían tener entre ellos solamente un corazón y un alma, y deberían, en la medida que de ellos dependa, resistir solidariamente la hostilidad de todos los pueblos del mundo; deben poner fi n a los ignorantes prejuicios de todas las naciones y religiones, y deben dar a conocer a todo miembro de la raza humana que todos son las hojas de una sola rama, los frutos de un solo árbol.

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