Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Todos tenemos un ego – ese sentido de autoestima interior que gobierna nuestras relaciones con los demás. ¿Podemos encontrar una manera espiritual de trascender ese ego y descubrir nuestro verdadero ser?
Muchos de los libros sagrados y las escrituras describen que el objetivo final de toda práctica espiritual es dejar atrás el ego en nuestro viaje hacia una mayor conciencia, unidad y amor. Las enseñanzas bahá’ís describen ese proceso de trascender el ego como una lucha de por vida:
El hombre debe desprenderse de las influencias del mundo material, del mundo de la naturaleza y de sus leyes; pues el mundo material es el mundo de la corrupción y de la muerte. Es el mundo del mal y de la oscuridad, de la animalidad y de la ferocidad, de la sed de sangre, la ambición y la codicia, de la egolatría, el egoísmo y la pasión; éste es el mundo de la naturaleza. El hombre debe desligarse de todas estas imperfecciones, debe sacrificar estas tendencias que son privativas del mundo exterior y material de la existencia. – Abdu’l-Bahá, La promulgación a la paz universal, pág. 439.
Pero a algunos les puede resultar difícil creer que alguien pueda lograr una existencia sin ego, considerando la obra de Sigmund Freud y las anteriores y posteriores a él. Sin embargo, en un sentido ideal, aquellos que deciden caminar por un sendero espiritual en la vida se esfuerzan consistentemente por trascender sus egos. Lo hacen porque han visto o percibido la forma en que un ego descontrolado o inflado puede actuar como una fuerza destructiva cuando se exhibe en seres humanos egoístas o auto-importantes.
Trascender el ego espiritualmente significa incapacitar a un ego pervertido, que se preocupa sólo por sí mismo por encima de todas las demás consideraciones, y que mentirá, engañará, dañará o incluso matará para mantener su status quo o su búsqueda de poder y dominación.
Una combinación equilibrada y saludable de las cualidades anteriores no es en sí misma «mala», excepto quizás por el egoísmo. De hecho, son fundamentales para ocupar un lugar en un mundo lleno de seres humanos que tienden a llevarse bien o a no hacerlo, dependiendo del grado de ego que sientan y demuestren. El ego es un estado continuo de sentir, pensar, actuar y reaccionar que siempre está presente y que normalmente es difícil de aislar porque es muy intrínseco a nuestro núcleo. El ego es la mente en hiperactivación, siempre consciente, siempre dispuesta a reaccionar. Tenemos la habilidad de mejorar esa conciencia usando técnicas de atención consciente o simplemente adormecerla al no darle mucha importancia.
Según las principales teorías de Freud, adoptadas por muchos, el ego es la parte de la mente que media entre la mente consciente y la mente inconsciente, la cual posee estos dos aspectos opuestos.
Tu mente consciente es la conciencia de tus propios pensamientos, imágenes, sentimientos, actitudes, creencias y sensaciones, comparada solo con la punta del iceberg ya que representa una pequeña fracción de la capacidad total de tu mente. Es responsable del análisis de la realidad y del sentido de identidad personal. El ego se profundiza, determinando cómo nos presentamos, cómo nos vemos a nosotros mismos, qué pensamos de los demás y de lo que sucede en el mundo. Es la gran aspiradora, que absorbe todos los datos e intenta darle sentido, sólo para nosotros, para que podamos adaptarnos o cambiar la realidad que nos rodea.
Pero, como señaló Freud, el ego no actúa solo. Lo que él llamó el id, la parte desorganizada e inconsciente de la estructura de la personalidad, contiene las pulsiones básicas e instintivas del ser humano. El id es el único componente de la personalidad presente desde el nacimiento. Expresa las necesidades, deseos e impulsos corporales de una persona, particularmente sus impulsos sexuales y agresivos. El id contiene la libido, la fuente primaria de la fuerza instintiva que no responde a las demandas de la realidad. El id actúa de acuerdo con el «principio del placer», la fuerza psíquica que motiva nuestra tendencia a buscar la gratificación inmediata de cualquier impulso y a evitar el dolor.
Todos tenemos instintos e impulsos, algunos actúan inmediatamente, otros los retrasamos para más tarde satisfacerlos. En opinión de Freud, somos capaces de retrasar la gratificación a través del funcionamiento del superego, que refleja la moralidad y la interiorización de las reglas culturales, enseñadas principalmente por los padres, maestros o mentores, aplicando su guía e influencia. Forma la parte organizada de la estructura de la personalidad, principalmente pero no totalmente inconsciente, que incluye los ideales del ego del individuo, las metas espirituales y la agencia psíquica que comúnmente llamamos nuestra conciencia. Busca la perfección y critica y prohíbe los impulsos, fantasías, sentimientos y acciones, lo que puede llevar a la ansiedad, la depresión, etc.
El super-yo trabaja en contradicción con el id, esforzándose por actuar de una manera socialmente apropiada, mientras que el id sólo quiere una auto-gratificación instantánea. El super-yo controla nuestro sentido del bien y del mal y la culpa. Nos ayuda a encajar en la sociedad haciendo que actuemos de manera socialmente aceptable. Por supuesto, las demandas del super-yo a menudo se oponen a las del id, así que el ego a veces tiene dificultades para reconciliar ambas.
Así que el ego es el equilibrista entre dos puntos altos y lejanos. Sólo el cable está en constante movimiento y nunca está nivelado, nunca es recto, muy delgado y extremadamente difícil de cruzar. Se requiere un esfuerzo supremo y constante de respuesta por parte del equilibrista para progresar y anticipar el siguiente movimiento del cable para que la colocación de su pie sea precisa.
Lo mismo ocurre con la elección de un camino espiritual.
Declarar mi fe en Bahá’u’lláh y sus enseñanzas a la edad de veinte años fue una decisión consciente y deliberada, seguida por la misma decisión de mi prometida dos semanas después. Elegir el superego sobre el id para guiar mi vida, basado en las enseñanzas de Bahá’u’lláh, ha sido gratificante y satisfactorio. Ahora he descubierto que el camino es amplio, lo suficientemente amplio para los errores y la mejora continua en lugar de la auto-recriminación, la ansiedad y la culpa.
Convertirme en bahá’í me confirió una generosa bendición – me permitió creer en la bondad inherente de cada ser humano, y pasar por alto las faltas y las heridas que me habrían causado hacer juicios sesgados y respuestas airadas en el pasado. Me ha traído paz – paz en mi alma, paz en mi corazón y paz mental.
Me ha ayudado a tomar en serio estas palabras dirigidas a los bahá’ís perseguidos en la tierra del nacimiento de la Fe:
Por lo tanto, mantengan fija ante sus ojos la sabiduría consumada de Dios y sus promesas infalibles; miren al futuro con optimismo; dediquen sus vidas, como siempre lo han hecho, a servir a la humanidad; continúen cumpliendo con sus responsabilidades espirituales individuales; entablen una conversación significativa en esos espacios sociales abiertos a ustedes; y participen, en la medida de lo posible, en los emprendimientos y esfuerzos dirigidos hacia el bien común. Sigan con confianza el camino que han elegido y tengan la seguridad de que, con la fortaleza y resistencia que muestran ante tales pruebas y aflicciones, están siguiendo los pasos de [Abdul-Bahá]. – La Casa Universal de Justicia, 14 de mayo de 2011, a los bahá’ís de Irán.
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