Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Si llevas mucho tiempo en contacto con bahá’ís, habrás observado que a menudo recitan oraciones de un libro de oraciones bahá’í. ¿Por qué lo hacen? ¿Por qué no usan sus propias palabras cuando oran?
La respuesta es: ¡Sí, lo hacemos! Pero los bahá’ís también recitan oraciones que fueron escritas hace más de cien años por las figuras centrales de su Fe, oraciones traducidas posteriormente a cientos de idiomas, como la oración del Señor de la Biblia.
Es posible que también hayas notado que las oraciones suenan quizás un poco extrañas y, sin embargo, de algún modo familiares. En las oraciones bahá’ís oirás palabras del español antiguo y frases como «Tu voluntad y Tu beneplácito» y «Somos siervos Tuyos cobijados bajo Tu providencia».
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Ese tipo de uso formal –una convención común y una marca de respeto en las traducciones de las Sagradas Escrituras– emplea el español antiguo incluso fuera del marco judeocristiano. El uso de los pronombres en mayúscula «Él», «Su» y «Le» para referirse al Creador, a pesar de que la esencia de Dios trasciende el género, es también una convención arraigada al traducir las Escrituras al español.
En las oraciones bahá’ís, también observará el generoso uso de metáforas para describir realidades espirituales. Oirá frases poéticas como «Por las brisas de Tu eternidad alégrame, oh Tú que eres mi Dios» y «Que Tus eternas melodías me insuflen tranquilidad, oh mi Compañero». También oirás: «Soy Tu siervo y me encuentro en Tus manos», aunque los bahá’ís saben que Dios no tiene manos literalmente, estas metáforas ayudan a nuestras almas a entrar en contacto con realidades espirituales, metafóricas y místicas.
Las oraciones bahá’ís también pueden parecerte diferentes, porque revelan a un Creador amoroso, bondadoso, compasivo, indulgente, generoso, omnisciente, trascendente, santo, todopoderoso y poderoso: todos estos atributos y muchos más.
Los bahá’ís y otras personas consideran estas oraciones como regalos que hay que atesorar. A pesar de la severa persecución, tortura, encarcelamiento y destierro, las figuras centrales de la Fe bahá’í – Bahá’u’lláh, el Báb y Abdu’l-Bahá– revelaron estas oraciones entre 1844 y 1921 para nuestro uso, de hecho, para el beneficio de toda la humanidad. Sacrificaron sus vidas por nuestra salvación, es decir, por nuestra educación social y espiritual, salud y bienestar, y por la unidad, paz y seguridad del mundo entero.
Personalmente, he rezado estas oraciones durante casi 60 años, y todo lo que puedo decir es que, colectivamente, son mi mayor maestro, mi compañero más fiable en el camino espiritual. Por supuesto, también digo oraciones con mis propias palabras: «¡Dios ayúdame, me estoy hundiendo!» o «¡Ayúdame a dejar de ser un obstáculo en mi propio camino!». Pero, sinceramente, prefiero las oraciones bahá’ís, y las he hecho mías, incrustadas en lo más profundo de mi corazón y de mi alma.
Lo que me lleva a estas preguntas: ¿Por qué tanta gente ora a un Ser invisible, misterioso para todos nosotros? ¿Qué nos inspira a hacerlo? ¿Cómo sabemos que ese Ser Supremo existe realmente? ¿A quién rezamos en realidad?
Como bahá’í siempre he creído que lo ideal es que ciencia y religión vayan de la mano, y que coinciden cuando se basan en la realidad. Esta convicción me ha llevado a creer que, teniendo en cuenta el maravilloso orden de nuestro incomprensiblemente enorme universo, hace falta un mayor salto de fe para creer que el universo surgió de la nada que para creer que un Creador todopoderoso lo creó. En mi opinión, es una gran ironía. Algunos no estarán de acuerdo, pero sin duda hay una Causa para el Efecto del universo. Como dijo Albert Einstein: «Cuando veo una tostada, sé que en algún lugar hay una tostadora».
Saber que existe un Ser Supremo que deliberadamente puso en marcha nuestro universo conlleva muchas implicaciones cruciales, así que consideremos algunas de ellas.
Por un lado, es el Creador de toda la humanidad. Dios creó 1) nuestros cuerpos a través del proceso de la evolución, que es una expresión de la creatividad de Dios, y 2) nuestros espíritus a través de la Providencia divina. ¿No sería entonces que Él desea que todos nos llevemos bien, independientemente de nuestra raza, credo, etc. – ¿Incluso que mostremos verdadero afecto y amor los unos por los otros? Después de todo, la enseñanza fundamental de la Fe bahá’í declara que todos somos miembros de una misma familia humana.
Seguramente Dios prefiere que estemos en contacto con la realidad cuando nos dirigimos a Él en oración. Si no estamos en contacto con la realidad, las probabilidades de establecer una conexión auténtica con el Creador son escasas. Quizá la verdad o realidad más importante a la que nos enfrentamos es el hecho de que somos seres diminutos comparados con el todopoderoso Creador del universo. Somos meras pinceladas del Artista Supremo. Podemos ser como un hermoso cuadro, pero ¿puede un cuadro comprender la mente del artista que lo pintó?
Por eso todas las oraciones bahá’ís están llenas de alabanzas en honor de ese Ser misterioso y exaltado, y por eso muchas oraciones bahá’ís terminan así: «…Tú eres el Sanador, el Preservador, el Auxiliador, el Todopoderoso, el Poderoso, el Todoglorioso, el Omnisciente».
Si queremos beneficiarnos plenamente de estas oraciones, debemos prestar mucha atención a la voluntad y el beneplácito de Dios y aprender las lecciones que Él, con infinita gracia, nos ha enviado.
Comparativamente, imagina que eres un estudiante de física en los años 30 y, de repente, entra por la puerta del aula Albert Einstein, el conferenciante invitado del día. ¡Qué oportunidad! No querrías desaprovecharla. Si la clase estalla en carcajadas al ver el pelo despeinado de Einstein y no presta atención, esos alumnos sólo se están perjudicando a sí mismos. Tú y yo, con suerte, escucharíamos con mucha, mucha atención, y aprenderíamos todo lo que pudiéramos.
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Por último, las oraciones bahá’ís nos enseñan que la estación más alta que los humanos podemos alcanzar es la completa servidumbre a nuestro Creador. A primera vista, esto va en contra de nuestros instintos más básicos. Nadie quiere ser esclavo de nada ni de nadie. Tenemos nuestro propio criterio, libre albedrío y autodeterminación. Nadie quiere renunciar a eso, y las enseñanzas bahá’ís dicen que no debemos hacerlo.
Para explicar esta aparente contradicción, volvamos a la tostadora de Einstein para entender mejor las oraciones bahá’ís. ¿De qué sirve una tostadora si no está enchufada a la corriente eléctrica? No serviría ni de ancla, ni de cachivache, ni de maceta. Su propósito es hacer tostadas con el pan, así que sólo funciona cuando está enchufada a la corriente.
Los bahá’ís dirían que el espíritu humano funciona según el mismo principio: alcanza su verdadero propósito y potencial cuando está conectado a la energía espiritual. Cuando no está conectado, languidece y se atrofia.
Cada oración revelada por las figuras centrales de la Fe bahá’í nos convoca a ese lugar más elevado y fomenta nuestra humildad ante el Creador. La tostadora de Einstein, si tuviera la capacidad de desear o sentir una sensación de anhelo, anhelaría estar enchufada a la corriente para cumplir su propósito, y estaría agradecida, amaría e incluso adoraría la fuente de energía que le da vida. Sin esa energía, no es nada.
Del mismo modo, cuando nuestro espíritu se conecta a la voluntad y al beneplácito de Dios, florece. Cuando pienso más en los deseos de Dios que en los míos, o cuando consigo hacer míos los deseos de Dios, estoy conectado a un circuito superior y más potente, como la tostadora de Einstein, y funciono plenamente en el sentido espiritual. Cuando no estoy enchufado, soy como un muerto en comparación.
Cuando una oración bahá’í dice: «Tú me ves… libre de todo apego a nadie excepto a Ti», esas palabras no significan que no debamos forjar lazos de amor y amistad con los demás. Más bien se refieren a ese estado espiritual del ser que, una vez alcanzado, nos hace más capaces de amar y apreciar a los demás, y de actuar a la luz del amor, la equidad y la justicia de Dios.
Una oración nocturna bahá’í dice: «Te ruego, oh mi Señor, por Tu ojo que no duerme, que guardes mis ojos de mirar otra cosa que no seas Tú». Obviamente, la oración se refiere a nuestros ojos interiores, o a nuestras percepciones espirituales, pues de lo contrario podríamos chocar contra un árbol o caer por un precipicio.
He aquí una parte de otra hermosa oración de Bahá’u’lláh: «… Me he vuelto hacia Ti abandonando mi propia voluntad y deseo, para que Tu santa voluntad y agrado rijan dentro de mí… Este siervo, oh Señor, aunque impotente, se vuelve hacia el Astro de Tu Poder…»
Por supuesto, se necesita confianza y fe para entregarnos a un Creador invisible, y eso es un gran reto en el mundo de hoy. Para superar ese reto, intenta utilizar esas maravillosas oraciones bahá’ís cada día, y siente su profundo impacto en tu alma.
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