Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Hace muchos años, mientras viajaba por Panamá, me encontré en un pequeño bote a motor rumbo a una pequeña isla cercana a la ciudad costera de Portobelo.
Justo después de la puesta del sol, el cielo estrellado parpadeaba en su esplendor a través de la brillante superficie del agua, mientras la proa de la barca recorría un camino ondulado a través de la oscuridad. Nunca antes había navegado de noche y, sin la seguridad de la vista que me guiara, me sentí a la deriva en la oscuridad, desamarrado e inestable. El viaje de veinte minutos a través de la bahía se sintió como un viaje traicionero hacia lo desconocido.
Cada sacudida repentina del barco o el sonido de un pez rompiendo la superficie del agua me recordaba la naturaleza precaria de mi circunstancia. No tenía ninguna habilidad de navegación que presumir. No podía trazar mi rumbo por las estrellas, ni determinar cuán lejos debía virar a la izquierda o a la derecha para aprovechar los vientos cambiantes. Mi supervivencia dependía de las capaces y probadas manos de mi experimentado barquero. Con sus ojos fijos en la oscura oscuridad, Enrique guio expertamente ese bote de 16 pies de un puerto a otro, sin incidentes.
Mientras me alejaba torpemente del oscilante barco, miré por encima de mi hombro para contemplar la distancia que habíamos recorrido, agradecido por el viaje seguro. Lo que me recordó a una de mis canciones favoritas del evangelio: How I Got Over (Cómo lo superé), por famosa y notable cantante Mahalia Jackson. Compuesto en 1951 por la gran Clara Ward, la letra de apertura es la siguiente:
Cómo lo superé
Cómo lo superé
Sabes que mi alma mira hacia atrás y se pregunta
Cómo lo superé.
Escrito como una celebración musical de la gracia infalible de Dios, el canto suena como un himno de alabanza y gratitud por el paso seguro a través de tiempos difíciles y sobre aguas turbulentas. Sirve como recordatorio de que cuando nos enfrentamos a los vientos tempestuosos y a los mares turbulentos de la vida, la fe en una Guía capaz y probada es un recurso indispensable.
Pero, ¿qué sucede cuando elegimos no acceder a ese recurso -cuando por orgullo, arrogancia, excesivo individualismo o un respeto desmedido por nuestra propia opinión, insistimos en pilotar nuestro barco en la oscuridad sólo para encontrarnos fuera de rumbo y a la deriva en el mar?
Hoy, asediada por una multitud de males sociales, la humanidad parece haber perdido el rumbo, un problema masivo y multifacético que, según las enseñanzas bahá’ís, es esencialmente espiritual por naturaleza. El materialismo; el egoísmo; el ateísmo; la devoción servil a la opinión pública; la inmoralidad; el sexismo; el terrorismo ambiental y los prejuicios de todo tipo contaminan el cuerpo político y amenazan con dañarnos o destruirnos a todos. Las salvaguardias institucionales, que antes se consideraban sacrosantas, parecen incapaces de domar los vientos huracanados o de calmar las tormentas que nos rodean. La verdad, aquella fuerza de anclaje destinada a enraizarnos, se ha convertido en una construcción fluida, inconstante e impredecible.
Sin brújula que nos guíe, sin una estrella fija que defina el verdadero norte, este océano de problemas nos arroja caprichosamente de una crisis a la siguiente, sin ningún puerto seguro a la vista.
Tal vez ningún dilema al que se enfrenta los Estados Unidos o el mundo personifique nuestra confusión, consternación y terror colectivos más que el persistente mal del racismo, una plaga del espíritu que, a pesar de nuestros mejores esfuerzos, persiste en su capacidad de evadir la erradicación y encontrar nuevos anfitriones para sus insidiosos designios. Las enseñanzas bahá’ís llaman racismo:
…el problema más difícil que enfrenta Estados Unidos. Una nación cuyos ancestros incluyen a todos los pueblos de la tierra, cuyo lema es E pluribus unum, cuyos ideales de libertad bajo la ley han inspirado a millones de personas en todo el mundo, no puede seguir albergando prejuicios contra ningún grupo racial o étnico sin traicionarse a sí misma. El racismo es una afrenta a la dignidad humana, una causa de odio y división, una enfermedad que devasta a la sociedad. A pesar de los esfuerzos ya desplegados para su eliminación, el racismo sigue ejerciendo su maldad sobre esta nación. – The Vision of Race Unity, de la Asamblea Espiritual Nacional de los Bahá’ís de los Estados Unidos, p. 1. [Traducción provisional]
Durante generaciones, los estadounidenses bien intencionados, legítimamente consternados por la crueldad de la intolerancia racial y la injusticia, han empleado una variedad de métodos para eliminar esta plaga de nuestra identidad nacional. Numerosas organizaciones han trabajado incansablemente para corregir los efectos embrutecedores de la persistente desigualdad y «nivelar el campo de juego». Se han litigado causas judiciales; se ha aprobado legislación; se han aplicado medidas; se han negociado acuerdos secretos; se han generado teorías; se han escrito libros; se han producido películas; se han pronunciado discursos; se han emprendido marchas; se han convocado reuniones públicas; todo ello con la noble intención de desmantelar las estructuras del racismo y librarnos de su vergonzoso legado. Sin embargo, a pesar de todos nuestros esfuerzos individuales y colectivos, la enfermedad persiste.
Una de las dimensiones perversamente brillantes de la intolerancia es su capacidad de adaptación; su capacidad de ajustarse a los cambios cosméticos de la sociedad que alteran las superficies y las apariencias pero que, con demasiada frecuencia, dejan los corazones sin alterar, como si se trataran los síntomas de una dolencia sin abordar la raíz de su causalidad. El paciente que experimenta los efectos de la presión arterial alta puede tomar medicamentos para mitigar el riesgo de un ataque cardíaco, pero sin cambios sustanciales en su estilo de vida, el corazón continúa sufriendo. Tal vez, en nuestros intentos por alterar los indicadores visibles del prejuicio racial, hemos descuidado la fuente que los dio a luz: el miedo, las inseguridades y la codicia del alma enferma.
Según las enseñanzas bahá’ís, los persistentes problemas a los que se enfrenta la humanidad emanan de una realidad espiritual:
Hay principios espirituales, o lo que algunos llaman valores humanos, con los que es posible encontrar soluciones para todo problema social. Cualquier grupo bienintencionado puede elaborar soluciones prácticas para sus problemas en un sentido general, pero las buenas intenciones y los conocimientos prácticos no suelen ser suficientes. El mérito esencial del principio espiritual consiste no sólo en que presenta una perspectiva acorde con lo que es inherente a la naturaleza humana, sino que también induce a una actitud, una dinámica, una voluntad, una aspiración que facilitan el descubrimiento y la aplicación de medidas prácticas. Los gobernantes y todos los que ostentan alguna autoridad tendrían más éxito en sus esfuerzos por resolver los problemas si primero intentaran identificar los principios en cuestión y luego se guiaran por ellos. – La Casa Universal de Justicia, La promesa a la paz mundial, pág. 17.
En este contexto, la realidad material representa la realidad interior. En un sentido real, el mundo que hemos construido refleja la vida interior del alma. Cuando construimos comunidades sanas, vibrantes, justas y equitativas, el carácter de los seres humanos en ellas refleja los atributos y cualidades de lo divino; la sustancia espiritual de la que el Creador hizo a la humanidad:
¡OH HIJ OS DE LOS HOMBRES! ¿No sabéis por qué os hemos creado a todos del mismo polvo? Para que nadie se exalte a sí mismo por encima de otro. Ponderad en todo momento en vuestros corazones cómo fuisteis creados. Puesto que os hemos creado a todos de la misma substancia, os incumbe, del mismo modo, ser como una sola alma, caminar con los mismos pies, comer con la misma boca y habitar en la misma tierra, para que desde lo más íntimo de vuestro ser, mediante vuestros hechos y acciones, se manifiesten los signos de la unicidad y la esencia del desprendimiento. Tal es Mi consejo para vosotros, ¡oh concurso de la luz! Prestad atención a este consejo para que obtengáis el fruto de la santidad del árbol de maravillosa gloria. – Bahá’u’lláh, Las Palabras Ocultas, pág. 50.
El racismo, en su esencia, revela la perversión de un alma enferma, ciega a su propia nobleza y su ineludible interconexión con todas las demás almas.
Debido a que la enfermedad es de naturaleza espiritual, el remedio final debe ser espiritual. La importante labor de enmendar las leyes injustas y hacer que quienes violan la dignidad de los demás rindan cuentas debe basarse en una sociedad cada vez más cohesiva, con relaciones sinceras construidas a través de líneas culturales. Una sociedad en la que el fruto de una comunidad mundial basada en el poder unificador del principio de unidad, inspirado en los escritos bahá’ís, se consolide firmemente en los corazones y las mentes de todas las personas. Entonces se extraerá el veneno del racismo y se hará realidad toda la magnitud de nuestra salud y vitalidad colectiva. Según las enseñanzas bahá’ís, este es la misión de los santos mensajeros de Dios, que son los divinos médicos de cada época:
El Médico Omnisciente tiene puesto Su dedo en el pulso de la humanidad. Percibe la enfermedad y en Su infalible sabiduría prescribe el remedio. – Bahá’u’lláh, Pasajes de los Escritos de Bahá’u’lláh, pág. 67.
Ahora sabemos que gastar nuestra energía reaccionando a las diversas convulsiones sociales diarias poco ayuda a sofocar el fuego interior de la enemistad y el odio en nuestros semejantes. Desde una perspectiva bahá’í, la revelación de Bahá’u’lláh, el mensajero designado por Dios para este día, tiene la capacidad universal de transformar los corazones y llenar las almas oscurecidas por el velo del racismo con la deslumbrante luz del amor, la justicia y la paz:
Las diferencias y disensiones que destruyen los fundamentos del mundo de la humanidad y son contrarias a la voluntad y beneplácito de Dios, desaparecen completamente a la luz de la Revelación de Bahá’u’lláh, se resuelven problemas difíciles, se establecen la unidad y el amor. Pues el beneplácito de Dios es el esplendor del amor y el establecimiento de la unidad y compañerismo en el mundo humano… – Abdu’l-Bahá, La promulgación a la paz universal, pág. 318.
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