Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
En la pequeña ciudad en la que vivo, en la Columbia Británica, me siento muy afortunado de seguir en contacto con mis antiguos alumnos. Vienen de todos los ámbitos de la vida, y la mayoría tienen ahora sus propios hijos.
Algunos de ellos trabajan como socorristas en la piscina a la que voy regularmente, donde un par de ellos nadan conmigo y me hacen compañía en la sauna. Uno de ellos, Derek, tiene el corazón más puro. Me visitaba regularmente en mi oficina durante sus años de escuela y seguimos en contacto después de mi jubilación.
Derek ha estado en mi casa ayudándome con la jardinería, y le he cocinado comida. Me dijo que quería cocinar para mí también y llevar la comida a mi casa. Le dije que eso sería maravilloso y le pregunté qué pensaba cocinar. Me dijo «pollo a la mantequilla». Me sorprendió, ya que el pollo a la mantequilla es un plato de la India oriental y él no es de la India oriental. Por mi parte, le dije que yo cocinaría el arroz y haría la ensalada.
En la fecha prevista, Derek llamó para decir que su padre había llegado a visitarlo desde otra ciudad y preguntó si podía venir también. Le dije que era bienvenido.
Resulta que ese mismo día le había prometido a una señora musulmana iraní que podía venir a mi casa a recoger unas frutas. Ella es nueva en la ciudad, se mudó por motivos de trabajo. Cuando se enteró de que tenía algunos árboles frutales iraníes, como caquis y nísperos, estaba ansiosa por venir a recoger algunas de las que había guardado para ella. Como no los había comido desde que salió de Irán, la invité a ella también.
Después de comer, nos pusimos a hablar de la triste situación del mundo y de todas las crisis de la humanidad. Tanto la señora musulmana como el padre de Derek, que es católico, son firmes en sus creencias.
La señora iraní nos dijo que se sentía furiosa por la situación en Irán y cómo los mulás habían mentido a la gente y engañado al público. Ella creía que habían hecho cosas que habían dañado al islam.
El padre de Derek tampoco estaba contento con el papel del clero y nos dijo que la situación le había hecho abandonar la iglesia. Sentía lo mismo que la señora iraní, diciendo que estaba decepcionado con lo que había sucedido en nombre del cristianismo.
Ambos coincidían en el papel negativo del clero, al que llamaban «intermediario de Dios», en la creación de odio y divisiones. Mientras hablaban de este tema, pensé en esta cita del Libro de la Certeza de Bahá’u’lláh:
En toda época los jefes religiosos han impedido a la gente alcanzar las orillas de la salvación eterna, por cuanto sostienen las riendas de la autoridad en su poderoso puño. Algunos por ambición de poder, otros por falta de comprensión y conocimiento, han sido causa de esa privación de las gentes.
Mientras hablábamos, mencioné a mis nuevos amigos que en la Fe bahá’í no hay clero y que los bahá’ís creen que todas las religiones son fundamentalmente una y solo se diferencian en sus leyes sociales. Utilicé la metáfora de que las religiones son como el agua pura y curativa que baja de la montaña, pero que los clérigos a veces la utilizan de forma inadecuada o para sus propios fines.
Al final de nuestra discusión de dos horas y de compartir nuestros sentimientos e ideas, estuvimos de acuerdo en que la única solución para resolver los problemas del mundo es que todas las naciones se unan en sus esfuerzos y encuentren una religión que combine todas las religiones en una sola.
Cuando se marcharon y lavé los platos, me di cuenta de lo increíble que había sido lo ocurrido en mi casa. Un musulmán, un bahá’í y un cristiano de diferentes edades estaban de acuerdo en la necesidad de una fe universal e inclusiva. Me pareció un milagro: que tres personas diferentes con sólidas creencias religiosas que no se conocían previamente expresaran sus puntos de vista de forma respetuosa y cariñosa, con armonía y amabilidad en el aire.
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¿Qué hizo que todos nosotros, con diferentes edades y puntos de vista, experimentáramos esto? Parecía como si una fuerza misteriosa se hubiera apoderado de la discusión y nos hubiera llevado a esa conclusión, como si el espíritu de la época en que vivimos se hubiera apoderado de ella. Como bahá’í, no podía llegar a ninguna otra conclusión, salvo que el espíritu de unidad y unicidad liberado por la revelación de Bahá’u’lláh está actuando con toda su fuerza. Todo lo que podemos hacer es tratar de aumentar su fuerza y, si no es posible, no ser un obstáculo en su camino. La unidad de la humanidad no es un ideal ni un eslogan. Es la única salida que queda para la supervivencia de una humanidad descarriada.
Shoghi Effendi, el Guardián de la Fe bahá’í, lo aclaró aún más:
Que no haya malentendidos. El principio de la Unicidad de la Humanidad —eje en torno al cual giran todas las enseñanzas de Bahá’u’lláh— no es un mero brote de sentimentalismo ignorante o una expresión de esperanzas vagas y piadosas. Su llamamiento no ha de identificarse meramente con el renacer del espíritu de hermandad y buena voluntad entre los hombres, ni tampoco aspira tan sólo a fomentar la colaboración armoniosa entre los pueblos y naciones. Sus implicaciones son más profundas, sus postulados mayores que cualquiera de los que se Les permitió presentar a los Profetas de antaño. Su mensaje se aplica no sólo a la persona, sino que se refiere primordialmente a la naturaleza de las relaciones esenciales que deben vincular a todos los Estados y naciones como miembros de una sola familia humana. No constituye simplemente el enunciado de un ideal, sino que está inseparablemente vinculado a una institución capaz de encarnar su verdad, demostrar su validez y perpetuar su influencia. Implica un cambio orgánico en la estructura de la sociedad actual, un cambio tal como el mundo jamás ha experimentado. Constituye un desafío, audaz y universal a la vez, a las gastadas consignas de los credos nacionales, credos que han vivido su día y que, en el transcurso normal de los sucesos, según lo forma y controla la Providencia, deben abrir paso a un nuevo evangelio, fundamentalmente diferente de lo que el mundo ha concebido hasta ahora e infinitamente superior a ello. Requiere nada menos que la reconstrucción y la desmilitarización del conjunto del mundo civilizado, un mundo orgánicamente unificado en todos los aspectos esenciales de su existencia, maquinaria política, aspiraciones espirituales, comercio y finanzas, escritura e idioma, y con todo, infinito en la diversidad de las características nacionales de sus unidades federadas.
Tal vez haya llegado el momento de que la humanidad emprenda el camino de la madurez aceptando que la unidad es la siguiente etapa lógica y necesaria para su avance.
Me alegro mucho de haberme quedado con el recuerdo de esa hermosa noche, en la que disfrutamos de nuestra unidad, así como de la deliciosa comida: pollo a la mantequilla para el cuerpo y el alma.
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